Sánchez y Belarra promulgan una animalada comunista: la Ley de las Ratas. Federico Jiménez Losantos

Los fetos del bípedo tienen el derecho a vivir que se niega al feto humano que, aunque bípedo implume, no alcanza la protección de la biodiversidad

19/3/2023 – 07:16

Como si el espíritu negro de Lenin hubiera poseído al Consejo de Ministros del Gobierno de la desventurada España, no hay semana sin que una ley más monstruosa que la anterior se publique en el BOE, para escarnio de nuestra nación y recuerdo de todas las atrocidades de la izquierda actual. Porque la llamada Ley de bienestar animal o “Ley de las ratas” es una prueba impensada pero inapelable de la locura ideológica que domina la izquierda del Siglo XXI. Y de nada sirve pensar que hubo otra izquierda, en otro siglo, a la que no imaginamos alumbrando disparates semejantes. La Izquierda de hoy viene de la de ayer, y sin la madre totalitaria leninista no habría nacido nunca este cruce del Marx borracho y el Trotsky genocida.

El comunismo, eterno enemigo del campo y la naturaleza

Aunque Engels escribió una olvidada “Dialéctica de la naturaleza”, el comunismo es un fenómeno absolutamente urbano, inimaginable en el campo, salvo para saquearlo, quemarlo, sembrarlo de sal o despoblarlo. La Ley de las ratas, que retrata a sus autores tanto como a sus beneficiarios, es una fantasía terrorista de ciudad, que no oculta su aversión al mundo rural.

En su editorial, El Mundo describía así la ley recién aprobada: “a la dificultad de tratar de regular la relación entre la ciudadanía y los animales se le une el dogmatismo feroz que ha contaminado su contenido. Donde debería haber prevalecido la fundamentación ecológica, científica, económica y social, se ha impuesto la frivolidad (…) que prima (…) en las leyes más identitarias e ideológicas promovidas por Podemos.

(…) la ley tiene un cariz urbanita incomprensible, que se evidencia en aspectos que van desde la obligación de realizar un curso online para tener un animal de compañía, hasta la exigencia a los ayuntamientos de disponer de atención veterinaria 24 horas para animales extraviados, cuando muchos municipios carecen incluso de servicio médico todos los días de la semana.”

El “cariz urbanita” es evidente, pero no incomprensible. Obedece al odio al campesino y al campo que ya exhibía Marx frente a Bakunin y que Lenin demostró persiguiendo a los que llamó kulaks, “puños” cuando eran simples propietarios de una vaca y de un pedazo de tierra que apenas daba para vivir. Y si le quitaban las semillas, como hicieron Lenin y Mao, ni eso.

Todo lo que debes saber sobre la ley de Bienestar Animal si tienes un perroMarta Arce

Sin ese odio al campo, que para los comunistas produce la especie más abominable, el campesino que defiende su propiedad y su herencia, no se entiende que a las mujeres, a menudo solas, que tienen un perro para defenderse, se les obligue a hacer un curso online para aprender a cuidarlo. Y se lo enseñará un comisario de ciudad, probablemente vegetariano y que no conoce del campo y los animales más que las películas de Walt Disney. Sólo los comunistas han sido capaces de presentarse en el campo y obligar a los que allí nacieron y viven de lo que le hacen producir, hagan todo lo que nunca hicieron sus padres y abuelos, que desde niños aprendieron ellos: no a cazar sino a tratar a los animales como personas; no a combatir las fieras sino a tratarlas como hermanas de la misma especie planetaria; y lo que resume todo el odio a la persona y la mitificación de los animales: a no matar nunca una rata, porque es vertebrada y porque te cuesta la cárcel.

París, de Ciudad-Luz a Ciudad-Rata

París es, cuando escribo estas líneas, la sede de la mayor cantidad de ratas que hayan concurrido nunca en una capital europea. Tras la huelga de basuras, que, protegida por juzgados de lo laboral, feudos de la Izquierda, no se pueden recoger, las ratas han salido de las cloacas del Sena y todos los ríos que cercan la Banlieue, sin temer al veneno y a los disparos de los parisinos, que periódicamente, como en todas las grandes ciudades, hacen batidas para matar el mayor número posible de estas transmisoras de bichos. Ya no. Ratatouille, la divertida película de dibujos animados que ha hecho perder, sólo a priori, el miedo a las repugnantes pobladoras de alcantarillas, se ha convertido en la biblia de los defensores de las ratas. Pero de las de verdad. De las que en las novelas de Víctor Hugo, Balzac o Zola aparecen merodeando la cuna de los hijos de los pobres hacinados en pisos sin luz, o en los desolados parajes que habitan, huéspedes del fango, los miserables

Es probable que Anne Hidalgo, todavía alcaldesa de la Ciudad-Rata, antes Ciudad-Luz, leyera de niña y adolescente esas novelas pobristas en las que abrevan tantas vocaciones izquierdistas, primero de redención; más tarde de mantenimiento en la pobreza asistida de una segura base electoral. Lo seguro es que ni a Hugo ni a Zola, ni siquiera a Gorki, ni, en España, al Baroja de La lucha por la vida, ni al Clarín de ¡Adiós “Cordera”! se les habría ocurrido nunca que era obligación del Estado proteger a las ratas de los seres humanos, hasta el punto de mandarlos a la cárcel si las mataban.

Los fabricantes de raticidas, incrédulos ante las penas de dos años de cárcel por envenenar ratasMarta Arce

La ideología actual que proclama a los animales dueños de derechos inalienables, por encima de los de los hombres para defenderse de ellos, es algo que no ha existido nunca antes, pero que se acepta como si lo hubiera hecho siempre. A partir de esa negación de los Derechos del Hombre en favor de los de la Rata, los humanos deben aspirar, como mucho a la misma condición protegida de roedores y múridos, ratas y ratones, todos más necesarios para el Planeta, en cuyo nombre se erige esta dictadura, que esos viles seres humanos que aspiran a la propiedad y la libertad. Gentuza.

Hay que anillar los periquitos, para que no haya periquitos. Hay que castrar a los gatos, para que no haya gatos. Que nadie ose tener un perro sin aprobar antes un master en ecología canina sostenible. Olvídense los toros de cornear al torero, pronto lo harán comisarios de afiladísimo cuerno rojo. Y así con todas las especies, porque salvo la humana, todas son protegibles. Los fetos del bípedo tienen el derecho a vivir que se niega al feto humano, que, aunque bípedo implume, no alcanza la protección de la biodiversidad.

“Bonifacio”, el primer mártir eólico

Mientras, en nombre del cambio climático y la transición energética, sigue la matanza diaria de miles de aves, que caen al suelo envueltas en llamas, víctimas de las aspas de los molinos eólicos, esa estafa verde que ha tomado las lomas de toda Europa gracias a politicastros de negro corazón. Y ayer supimos la noticia de la muerte de “Bonifacio”, un águila Bonelli, especie muy protegida y en la que la Unión Europea ha invertido muchos millones para que no desaparezca y vuelva a poblar los cielos de su fortuna.

Volaba Bonifacio, aunque registrado alavés, por cielos aragoneses. En concreto, sobre el Parque Eólico San Francisco de Borja, en Zaragoza, patria de los forestalios, humanos o provistos de aspas, cuando una de ellas alcanzó mortalmente al pupilo de Aquila Life, programa al que estaba adscrito el pájaro, si a eso cabe reducir un símbolo como el del águila. Ayer daba noticia la prensa vasca de la muerte del animal, y aparecía la foto del pobre Bonifacio, muerto y plegado, sin la majestuosa pose de su especie. Es el primer mártir con regios apellidos de la barbarie forestalia y ecocida.

Un molino de un parque de Zaragoza mata a Bonifacio, un águila Bonelli alavesaLibertad Digital

Pero cada día mueren destrozados o quemados miles y miles de pájaros sin nombre, sacrificados en el ara ecologista. Más criminal ahora que ha matado a un águila protegida por la Unión Europea que cuando mata a diario miles y miles de pájaros en los cielos de Europa, sin que nadie los eche de menos. Al final, sólo el antropomorfismo de las fábulas, del que vienen esas películas que hacen de los ciervos bambis y de las ratas rataouille, conseguirá frenar a los asesinos de Bonifacio, molinos y dueños. Es el precio que debe pagar una sociedad comunista en la que los animales tienen más derechos que los hombres. Que los animales finos nos eviten la sospecha de ser asesinos por naturaleza. Si los lobos se compadecen de los humanos, hasta podrían fundar otra Roma. Lo de París lo veo más difícil. Más sencillo es lo de Holanda, donde el Partido Rural y Urbano, que es rabiosamente antiecologista, se ha convertido en la gran sorpresa electoral de los rebautizados Países Bajos. Yo, de momento, los veo inalcanzables.

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