Que no llegue a presidir el Gobierno es lo de menos. Incluso puede alegrarle, con esa tropa
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19/03/2023 a las 03:17h.
Los intelectuales en la política son como los cisnes fuera del agua: pierden todo su encanto. Esta es una de las frases más redondas y certeras de Sebastián Haffner. Que Ramón Tamames es un intelectual de primera clase lo sabemos desde sus años estudiantiles y lo ha confirmado en su entera trayectoria como catedrático y escritor, hasta su último libro, en el que muestra una capacidad de análisis y conocimiento de los hechos como cuando era un joven rebelde. Su carrera política, en cambio, que lo llevó a liderar al PCE, no levantó el vuelo y contiene errores tan graves como el que se haya filtrado el esquema de su moción de censura a Pedro Sánchez, lo que permite a éste preparar sus respuestas. Aunque lo que de verdad le quita garra es que le acuse de lo que los columnistas de ABC y otros medios venimos reprochándole: sus concesiones a los separatistas, vejámenes a las víctimas del terrorismo, desplantes a la monarquía parlamentaria, ofensas a la bandera, todo ello conocido y me atrevo a decir que asumido. Además, mientras se habla de Tamames no se habla de la división del Gobierno, de si sus cuentas, que se alargan hasta 2050, son fiables o una estafa, o de si Europa está dispuesta a pagar nuestras pensiones, deudas y corrupciones. Espero que Tamames, como economista, nos hable de ello. Más alguna sorpresa.
Aunque las sorpresas ya no bastan. Estamos hartos de ellas. Lo que queremos es tranquilidad, seguridad, sentido común y, sobre todo, que no nos engañen. Que Tamames haya admitido que posiblemente no ganara la moción advierte que sigue en el mundo de las ideas incluso para hacer política. Pero la política exige bajar a la calle, al barro, al ‘sangre, sudor y lágrimas’ si es preciso. Pero eso no es la norma en España, incluso en los mejores políticos. El político que pida a los españoles no ya lo que pidió Churchill a los ingleses, sino lo que Kennedy pidió a los norteamericanos –«no pidas a tu país lo que puede hacer por ti, sino lo que tú puedas hacer por él»– lo más que puede esperar son unas palmaditas en la espalda. Estamos acostumbrados a esperarlo todo del Estado, como demuestra que ser funcionario, a ser posible de alto rango, es la aspiración de todo español durante los dos últimos siglos. Y, últimamente, sin hacer siquiera oposición, a través de la política, en un puesto con mucho presupuesto. El Gobierno sobredimensionado de Sánchez es el mejor ejemplo y los casos de corrupción del PP muestran que, en eso, no hay diferencias.
De ahí que no me haga ilusiones ante el duelo del martes entre un exlíder del PCE presentando una moción de la extrema derecha al presidente de un Gobierno en el que socialistas, independentistas, radical-izquierdistas, morados, verdes, y feministas malconviven. Que no llegue a presidir el Gobierno es lo de menos. Incluso puede alegrarle, con esa tropa. Mientras tanto, Feijóo ha decidido adoptar la postura del gallego. Bien está la cautela. Pero la situación es tan grave que exige el arrojo, y si dijera: «De surgir la posibilidad de echar a Sánchez, votaríamos sí», muchos españoles aplaudirían.