España tiene que descubrir aún que el patrón es el Niño Jesús y no ellos

22/12/2022Actualizado a las 07:33h.
Mandar es difícil y desagradable. Obedecer es cómodo, fácil. Por eso hay tanta gente que obedece. Ser rico es mucho más angustioso que ser pobre –y de clase media baja–. Los niños de la España del montón tendrían que aprovechar las vacaciones de Navidad para confeccionar cestas de regalo para el patrón de su padre. El niño de cinco y medio. La niña con ‘brackets’. El que hace judo por las tardes, la que baila. Cada cual tendría que concentrar su máximo esfuerzo, más del que hace para aprobar la Matemática, y agasajar al patrón y agradecerle las horas que ha dedicado a dar órdenes a su padre, a exigirle, a pedirle más rendimiento, a discutirle un día de asuntos propios o a retenerle en la oficina más allá del horario porque este patrón solo entre los demás hombres, que cada día se juega su dinero, y que tiene que imaginar y arriesgar maneras de hacer rentable el negocio, hace posible que a los empleados les baste con obedecer para ganar su salario y mantener a sus familias atracadas en la bahía de la tranquilidad.
España –mucho más que otros países más avanzados en este terreno– tiene que descubrir aún la cesta inversa y que el patrón es el Niño Jesús y no ellos porque él es quien mantiene la fe en la empresa y quien protege sus puestos de trabajo, quien cada mes resucita vuestra cuenta corriente para enjuagar las deudas y las hipotecas y los atascos de vuestras vidas siempre obedientes, siempre aseguradas. Esta Navidad más que en cualquier otra, por ser tiempos en que nadie sabe lo que va a suceder, recuerda que la mano de obra es intercambiable y prescindible en muchos casos, y que tu mayor lujo no es la absurda tele que te has comprado sino que tu empresario se mantenga en pie y al mando en lugar de retirarse a sus aposentos con su dinero y que tú quedes abandonado a tu suerte.
Un padre serio, no importa si es periodista, comercial o barrendero, tendría que educar a su hijo en la reverencia al patrón. Filas de familias agradecidas tendrían que colapsar los despachos de jefes y dueños para celebrarlos y ofrendarlos por su resistencia, por continuar mandando en un mundo y una España donde la mayoría prefiere ser oveja funcionaria o siervo gregario. A modo ejemplarizante, al primer obrero que se quejara habría que echarlo con las correspondientes indemnizaciones pagadas al punto y dejándole además su propia sociedad anónima montada en el sector que él mismo eligiera. A ver qué se le ocurre, a ver qué hace. A ver dónde quedan sus lecciones con que tanto fanfarroneó ante los compañeros y el patrón.
Adorad al patrón que resiste como un héroe contra Hacienda, contra los liberados sindicales, contra un gobierno que no entiende cómo se crea la riqueza y unos empleados que no sois conscientes de las tonterías que decís ni de las dificultades a las que cada día vuestro líder se enfrenta para que podáis vivir tan dulcemente despreocupados.
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