Actualizado Miércoles, 21 diciembre 2022
Los modos del presidente del Gobierno ya no se distinguen de los del populismo más soez y es probable que tengan éxito

¿Qué dijo la otra noche el Tribunal Constitucional? Escuetamente, que el procedimiento parlamentario utilizado por el Gobierno y su mayoría era incorrecto. Ni prohibió el debate ni la capacidad del legislador para modificar el sistema de elección de los miembros del tribunal. Y sí, protegió los derechos -y la obligación- de los diputados; y el principal, y tan desusado, que es votar con pleno conocimiento de causa. Antes y después de esa decisión la izquierda política y mediática organizaron una despreciable campaña de propaganda que tuvo en el diario El País y la Cadena Ser sus más graves voceros. Una locutora Barceló llegó a decir con la impunidad del periodismo basura: «Los jueces conservadores se han colocado ya, definitivamente, fuera de la ley». Y la zafia y desbocada argumentación editorial de El País hizo pensar qué habría pasado en España en 2017 si ese periódico principal hubiera tenido al frente semejante turba. Los presidentes de las Cámaras y el del Gobierno salieron solemnes a decir que acataban la ley. Las máximas autoridades del Estado acatando, noticia. Y a partir de ellos toda la guerrilla, incluido el Comandante Suma Cero, heroicamente dispuesta a repeler un golpe de Estado que solo habían construido ellos.
Toda esa destructiva sobrerrepresentación tiene un objetivo político mucho más ambicioso que el nombramiento de los nuevos miembros del Alto Tribunal. Y es el de ampliar la ficción maligna de un Gobierno del pueblo que lucha contra ilegítimos poderes antidemocráticos, más o menos opacos. Semejante farsa habría de mover a la indignación de los ciudadanos, pero no lo hará en la proporción necesaria. Mentiras similares, y aún con más dolorosas consecuencias, ensuciaron la vida en Cataluña durante los años del Proceso con el apoyo ciego y ferviente de la mayoría. «¡Queremos votar!», gritaban entonces con la misma hechicería con que los diputados de la mayoría del Congreso gritan hoy «¡respeten las urnas!».
Los modos del presidente del Gobierno ya no se distinguen de los del populismo más soez y es probable que tengan éxito. Es cierto que ha perdido cualquier respeto por la inteligencia y la integridad moral de sus votantes. Pero, como buen populista, cuenta con la baza del dudoso respeto que habrán de tener por sí mismos los que le voten.