Si dices que no tienes correo electrónico eres un analfabetodigital, un bicho raro
Hablamos el otro día de que muchas llamadas telefónicas que hacemos a empresas o a centros oficiales para la pregunta más simple nos acaban conectando con una máquina, con la que nos obligan a hablar contestando a sus preguntas. Por ejemplo, si llamas a una compañía aérea para preguntar algo tan simple como a qué hora llega a Sevilla un avión que viene de Barcelona, te salta la máquina. Primero, la muy chivata, te dice que la conversación puede ser grabada para la Protección de Datos. Y después te suelta una retahíla con todo lo que no te interesa: «Si quiere hacer una reserva, pulse el 1; si quiere modificar su reserva, pulse 2». Y así a veces hasta cinco
o seis opciones, entre las que no sale nunca la que buscas. Por lo que la máquina, que está en todo, te suelta al final: «Para cualquier otro asunto, permanezca a la espera, le pasamos con un operador». Y te sale entonces la puñetera musiquita, con la que te desesperas, cuando te dice: «Todos nuestros operadores están ocupados, permanezca a la espera». Y más musiquita. Y el operador que no te contesta el tío. Y de pronto te dice la máquina habladora: «Si quiere conectar con nosotros, puede hacerlo a través de la dirección de Internet tres uves dobles, lo-que-sea punto com».
Y te vas al ordenador, y pones en el navegador de Google la dirección de Internet dichosa. Y aquí empieza la nueva aventura. Primero te sale una pantalla donde no sabes dónde pinchar, como si fueras un novillero sin caballos que está muy verde con los aceros. Le das a cualquiera de las opciones de la pantalla inicio. O a la que está junto a donde pone «quiénes somos», que dice «contacto». Y te aparece otra página más ininteligible todavía, donde salen unos cuadraditos en blanco, que ponen «usuario» y «contraseña». Ni tú eres usuario de esta forma de complicar las cosas, ni mucho menos tienes contraseña, ¿qué se habrán creído? Y como la jodida www parece que se las huele, te pone debajo, en letras rojas: «¿Olvidó su contraseña?». No le dé, que entonces es cuando lo vuelven loco, diciendo que ponga el nombre de usuario que no tiene y escriba una contraseña que tenga ocho caracteres, de los que uno sea una mayúscula, otros letras o números y uno final de signo de puntuación. Un lío. Un lío que los chavales dominan con una facilidad pasmosa, pero que no entendemos quienes hemos hecho un Bachillerato clásico con todos sus avíos y de Internet apenas sabemos poner un correo electrónico, que es lo que te piden ya en todas partes. Llegas a una tienda, vas a pagar y te preguntan, sin saber para qué:
—¿Me dice su correo electrónico?
—Mire usted, no tengo correo electrónico, ni ganas de tenerlo. Y no tengo Internet, ni sé nada de esto.
Si no tienes correo electrónico eres un analfabeto digital, un bicho raro. Todo ha de hacerse ya por Internet, sepas manejarlo o no. Desde pedir cita con el médico del SAS a relacionarte con Hacienda o sacar un billete de avión. Dicen que Internet ha simplificado las relaciones. Antier. Lo que ha creado es una nueva burocracia: la burocracia digital, peor que la clásica del «Vuelva usted mañana» de las ventanillas de antaño.