‘Tener y no tener’, de Howard Hawks, es la película que abrió la puerta a eso que hoy llamamos cine moderno
(Para Arturo)
Hace unos días, finalizando septiembre, Arturo Pérez Reverte y yo charlamos de cine durante un buen rato en el legendario Hotel Suecia de Madrid -ahora reedificado e irreconocible-, y llegamos a la conclusión de que ‘Tener y no tener’ es, posiblemente, la película que abrió la puerta a eso que hoy llamamos cine moderno, mucho antes del Neorrealismo italiano y de la llegada de la Nouvelle Vague. Para Arturo y para mí, ‘Tener y no tener’ representa la ruptura del Hollywood Style, de la narrativa heredada de Griffith, una manera de contar, por cierto, que Hawks conocía muy bien (‘Una novia en cada puerto’) y que, más aun, ayudó a consolidar (‘Scarface’
, ‘Sólo los ángeles tienen alas’). Howard Hawks fue de los primeros cineastas que intuyeron que las «situaciones» (y el ritmo de la interpretación) estaban por delante del argumento. Es decir, que la construcción de la película nacía a base de momentos, de pinceladas. También transitaron por ese camino, donde el relato se funde con el documental, Rossellini (‘Te querré siempre’) o Preminger (‘Buenos días, tristeza’). La ventaja de Hawks (incluso sobre Godard, ‘À bout de souffle’), es que tuvo la suerte de asistir, y filmar, nada menos que el misterioso nacimiento del amor, hecho que ocurrió entre Bacall y Bogie durante el rodaje de la sorprendente versión que Howard hizo de ‘Casablanca’ en la Martinica. ‘Steve’ y ‘Slim’ resulta que se aman de verdad y por eso ahora son más auténticos que ‘Ilsa’ y ‘Rick’, y todo ello sin perder, además, un ápice de su miticidad. Contaba David Thompson, que algunos críticos acusaban a Hawks de que sus películas siempre eran la misma, igual que los nenúfares de Monet o los retratos que le hacía Bonnard a su mujer en el baño. ¿Pero no tenemos todos la misma letra? Lo cierto es que Hawks luchaba en cada secuencia por evitar lo solemne, lo trascendental. Para él, un hombre fumando un cigarrillo era más atractivo que tratando de salvar el mundo. En cuanto podía, se llevaba su puesta en escena hacia lo ligero, a lo divertido. ‘Tener y no tener’ es un reportaje sobre una pareja atrapada en la religión del enamoramiento, sobre dos personas inundadas de amor. Así que, aparte de seguir los acontecimientos políticos con agilidad de la buena, H. H. se centró en las miradas de sus protagonistas, en las cerillas con las que encendían sus cigarrillos, en cómo fumaban, en sus besos y abrazos, en la distancia que separaba sus cuerpos y, desde luego, en la sensualidad que Betty y Bogie impregnaban a todas sus escenas. «¿Sabes silbar?» es un «Here’s looking at you, kid» mucho más audaz y emocionante. Todo sucede en ‘Tener’ durante un presente continuo, un presente de indicativo que esta vez sí indica cosas, desde la melancolía de un pianista (Hoagy Carmichael) herido de pasado, a la bonhomía de un viejo pariente de Jardiel Poncela o Tono (Walter Brennan), interesado por las abejas. ‘De la amistad’, o ‘Del Amor’, podría haber titulado la película Montaigne. Este método de trabajo, el ‘Man’s favorite sport’ según Hawks, siempre en progresión, le llevará hasta ‘Hatari!’, donde se halla la esencia de su estilo, eso que los filósofos de cercanías llaman pomposamente «nuestra visión del mundo». Cuando en el plano final los tres abandonan el Hotel -qué pena que Hoagy se quede, a lo peor para siempre, tocando el piano-, y mientras Bacall nos regala su inmortal movimiento de caderas, los cinéfilos (entonces todavía éramos aficionados), sentimos en nuestra alma, corazón o lo que sea eso que percibimos por dentro, como un viaje astral, algo iniciático que nos servía, al menos durante unos días, para seguir tirando mientras esperábamos la llegada del porvenir, que solía ser una chica. Sin embargo, es ‘Río Bravo’, 1959, la obra maestra de Howard que preferimos Arturo y yo. Un magnífico wéstern, clásico y moderno; una formidable comedia, a veces rozando la sagrada categoría de las ‘screwball’; sólidas relaciones de amistad entre gentuza de la buena, intercaladas con alguna canción, ‘Mi rifle, mi poni y yo’; y, en fin, una extraordinaria y jovial ‘love story’, de las que le gustaban a McCarey. Todo, en ‘Río Bravo’ está todo, la modernidad y la vieja liturgia, y, como siempre, la situación y los personajes van un paso por delante de la línea argumental. Hawks es al cine lo que fueron Plutarco o Rabelais a la Historia o el Pensamiento. Los tres, unos genios, se preocuparon más de las personas que de las ideologías; los tres, en sus textos -y en sus planos- apostaron por lo natural, por lo cercano, alejándose de fanatismos e intolerancias y dejándonos un reflejo de algo vivo (películas, libros), que siempre se está formando en nuestra sensibilidad de hoy día. [‘Tener y no tener’, habría que mirarlo, a lo mejor es la única película con dos Premios Nobel: Hemingway, el autor de la novela, y Faulkner, uno de los guionistas.]