Azaña, presidente de la II República, está de actualidad. Mañana se conmemora el centenario de su nacimiento y acaba de ser citado profusamente en el debate de investidura del Congreso.
La historiografía convencional, y en general los medios, se refieren a Azaña casi siempre con admiración, y no les falta razón en lo referente a sus cualidades intelectuales: fue un excelente escritor, un gran orador y un pensador solvente, que brilló en medio de los mediocres políticos republicanos, como así los consideró el propio Azaña. Sin embargo, en cuanto a su valoración política, el criterio empeora, según la historiografía más rigurosa. Y es que, a pesar del tópico, su carrera se distinguió por una marcada trayectoria antidemocrática. Veamos algunos hitos de esa ejecutiva.
En 1930 Azaña amparó el golpe de estado de Jaca: sus autores fueron homenajeados post mortem bajo su presidencia; en mayo de 1931 se negó a combatir los incendios de edificios religiosos (en Cádiz ardieron varias iglesias): “todos los conventos de España no valen la vida de un republicano”, dijo; propulsó el sectarismo de la constitución republicana, que en palabras de unos de sus autores, el socialista Jiménez Asua, era una constitución de izquierdas (y no consensuada por todos como la de 1978, en peligro hoy); elaboró la antiliberal Ley de Defensa de la República, que posibilitó la época de mayor represión contra la prensa; co-decidió la expulsión de los jesuitas y la prohibición de impartir enseñanza a las órdenes religiosas; buscó la represión indiscriminada de supuestos participantes en la rebelión de Sanjurjo; propuso no aceptar los resultados de las elecciones de 1933, ganadas por la derecha con limpieza; no condenó el golpe de estado socialista y de ERC de 1934, al contrario, lo legitimó compartiendo las razones falsarias del mismo; aceptó el fraude electoral izquierdista de 1936; ante los asesinatos políticos, aplicó la ley arbitrariamente contra las derechas; conspiró para destituir de forma ilegal al presidente Alcalá Zamora; y en vez de unirse con los mayoritarios republicanos de centro, se alió con fuerzas insurreccionales de entonces –PSOE, UGT, PCE, y ERC- para formar el Frente Popular. Vaya. Me prometí que no hablaría hoy de felones y golpistas. Pero llegados aquí, ¿cómo no acordarse de Sánchez y sus socios?