En estos días se recuerda el 80 aniversario del comienzo de la II Guerra Mundial con la entrada de los alemanes en Polonia. Pocos sin embargo tienen presente que Polonia no fue invadida sólo por Hitler sino también por Stalin. Se trata de la omnipresente e ignara doble vara de medir respecto a dos ideologías en apariencia muy contrarias, el fascismo y el comunismo, pero en la práctica parecidas.
La doble invasión ruso-germánica fue posible gracias al asombroso pacto de no agresión que el 23 de agosto de 1939 habían firmado Mólotov y Ribbentrop, cuyos protocolos secretos estipulaban también el reparto de Europa del este. Como resultado, Hitler se vio con las manos libres para atacar a occidente y Polonia fue esclavizada por dos potencias totalitaria. Además sufrió la atroz matanza de Katyn, en la que más de 22000 oficiales polacos fueron asesinados. La masacre fue perpetrada por Stalin y no por los nazis, como se creyó interesadamente durante muchos años, para no molestar a la URSS. El exterminio en masa y las mentiras sobre Katyn, recuerdan a otra matanza (la peor) de nuestra guerra incivil: Paracuellos. El pacto ruso-germánico salió a la luz con Gorbachov, en 1989, y fue expuesto públicamente por Yeltzin en 1995. Hoy, Putin lo guarda de nuevo a buen recaudo.
Como consecuencia de este pacto, la alianza antifascista promovida por los comunistas antes de 1939, que incluía a socialistas y burgueses democráticos, y que se había practicado en España durante la guerra como mera táctica, se convertía ahora en la guerra de clase contra clase. Stalin volvía a despreciar a las democracias europeas consideradas al mismo nivel que los países fascistas. Durante los dos años de pervivencia del pacto nazi-comunista, la resistencia francesa fue obra de la derecha, Stalin miró para otro lado mientras los comunistas alemanes y austríacos eran exterminados en los campos nazis, los españoles exiliados eran apresados por las SS sin amparo alguno y la propaganda comunista francesa saludaba la entrada del ejército nazi en París. Los comunistas españoles se mostraron muy decepcionados, pero Pasionaria, Uribe y otros dirigentes estalinistas ensalzaron el pacto. El socialista Negrín también.
Todo cambiaría en 1941, cuando Hitler invadió la URSS y los comunistas volvieron al “antifascismo”.