La semana

La semana pasada ha venido cargada de noticias curiosas. Como no puedo hacer un artículo de cada una, haré un repaso general.

La culminación del proyecto Wikinger, en el que Navantia Puerto Real ha construido para Alemania la subestación de una enorme plataforma eólica marina, constituye una metáfora del mejor Cádiz. Los inversores han quedado muy satisfechos  por la calidad del trabajo, por las infraestructuras que rodean a Puerto Real, y que atienden a cualquier necesidad, y por la puntualidad en el cumplimiento. En resumen, una gran victoria internacional de Cádiz. No está mal que habláramos más sobre ello, en vez de regodearnos sólo en los problemas.

Despreciar el talento no es de personas libres. Me refiero a uno de los genios creativos de la cocina española, Angel León, y al caso de los becarios hacinados en un piso. Aponiente no obliga a nadie a vivir en ningún sitio, sino que pone a disposición de los becarios un piso, por si quieren ahorrarse el alquiler. Es un privilegio para un becario, seleccionado entre cientos, aprender con un gran maestro internacional. Que la prensa gaditana haya reaccionado en la defensa de Angel León, una de las marcas exquisitas de Cádiz, dice mucho de su acertado criterio a favor del talento.

El Ayuntamiento ha levantado una vieja y más que enterrada polémica: la posibilidad de una fecha fija para el Carnaval de Cádiz. Para los que vivimos el cambio del Carnaval por las Fiestas Típicas de mayo, todo esto nos recuerda al franquismo local. ¡Qué triunfo democrático supuso volver a las fechas cambiantes de febrero! Está muy bien incentivar ingresos turísticos, pero no a costa de cargarse la naturaleza de los Carnavales.

Incitar a la comisión de un delito sobre la propiedad, como ha hecho una concejala socialista de San Fernando, no debería resolverse sólo con la dimisión. Mucho más alarmante es que en las redes sociales se organice una manifestación de apoyo a la edil. Esto nos da idea de hasta donde llega la confusión izquierdista sobre un derecho fundamental del ser humano, el de propiedad, que como otros derechos esenciales de reunión, expresión o pensamiento, no cuestan el dinero a un tercero (a diferencia del “derecho a la vivienda o al trabajo”). Cuando el derecho a la propiedad se conculca, todo se viene abajo, como pasó en la República.

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