En una reciente visita a la catedral de Jaén tuve la suerte de asistir de forma casual a una magnífica conferencia de Benito Navarrete sobre Murillo. Es uno de los muchos actos que se están celebrando en Andalucía en la conmemoración del 400 aniversario del nacimiento del pintor, especialmente en Sevilla, donde a lo largo de 2017-2018 se realizan seis exposiciones de altura y diversos actos divulgativos.
Murillo, como se sabe, tiene una gran relación con Cádiz. Mientras pintaba Los desposorios místicos de Santa Catalina para la desaparecida iglesia de Capuchinos, -pintura que no pudo acabar, y que hoy se exhibe en nuestro Museo Provincial-, sufrió un accidente que al parecer aceleró su muerte. Además, una Inmaculada suya, preside nada menos que el histórico Oratorio de San Felipe.
A diferencia de Velázquez, El Greco y Goya que siguen influyendo en la modernidad, Murillo fue un pintor de gran influencia sólo hasta el siglo XIX, momento en el que tras la aparición de las vanguardias, empieza a dejar de interesar. La razón estriba en que a Murillo se lo ha mal interpretado como el pintor de la beatería. El periodo franquista no ayudó a mejorar esa imagen, pues llenó de Inmaculadas todo tipo de objetos: libros, latas, estampas, etc. Pero Murillo no es el beato que nos vendieron. Sus vírgenes son carnales y su pintura, de un naturalismo sorprendente, muestra la realidad que se vive en las calles de la Sevilla del siglo XVII, hasta el punto de que es considerada hoy como de “denuncia” de la pobreza y la picaresca. Sus personajes son modernos, pues a pesar de ser pobres y desarrapados, no pierden la dignidad de seres humanos.
La influencia de Murillo reaparece en el siglo XX en dos pintores de vanguardia precisamente muy vinculados a Cádiz: los Costus. Ambos convirtieron a Bibi Andersen en la Inmaculada Colosal, y a Alaska en una Piedad, en su serie El Valle de los Caídos, expuesta en el ECCO de Cádiz.
Hace unos años, la Asociación de Amigos del Museo, recuperó una pieza del siglo XIX relativa al accidente de Murillo, pintura que se exhibe hoy al lado del retablo de Santa Catalina. Esa iniciativa es un camino a seguir.
Es una metáfora de cómo está la cultura con mayúsculas en Cádiz, que una ciudad tan vinculada a Murillo, deje pasar en blanco este IV centenario de su nacimiento.