Importa la pobreza, no la desigualdad

De la misma manera que los nacionalistas han hecho creer a los catalanes que España les roba, el aparato mediático-político progre ha implantado una idea falsa en todas partes: “hay ricos porque hay pobres, o dicho de otra forma, si hay alguien que se enriquece es porque empobrece a los demás”. Que esto es falso lo dicen la inmensa mayoría de los economistas actuales, incluidos los keynesianos. Las estadísticas sobre desigualdades sociales persiguen suscitar indignación, hacer creer que la desigualdad es injusta. Pero lo que importa de verdad es si con este sistema hay más o menos pobres que antes. Y desde el Banco Mundial al INE, pasando por economistas de crédito internacional, como Sala i Martín, se ofrecen datos solventes de que la pobreza es mucho menor a medida que avanza la libertad de mercado. La pobreza decrece en el mundo (globalizado). Y crece en una Venezuela estatista. Hay entes sin embargo, interesados en ofrecer datos sólo de desigualdad, nunca de aumento o disminución de pobreza. Uno de ellos es Intermón. Hace poco, y exhibiendo sólo cifras de desigualdad, Intermón ha puesto en la picota a dos empresarios emblemáticos de nuestro país, nada menos que al dueño de Mercadona y al de Inditex. Ambos han contribuido más que nadie a la creación de riqueza y trabajo en España, lo que a su vez significa impuestos para el estado, y por tanto atención a los necesitados. El empresario de Mercadona tiene casi 80000 trabajadores, no precisamente en precario. Y el de Inditex tiene fábricas y empleados en todo el mundo. La verdadera política social y digna, no es el reparto o la subvención, como pregonan los socialistas de todos los partidos, sino expandir la riqueza y el trabajo, algo que no crea el estado, sino los empresarios inteligentes y laboriosos. Y valientes. Entre la presión sindical y los extendidos “despidos improcedentes” de una justicia populista, los empresarios practican un deporte carísimo y de riesgo: la contratación laboral. Sale más caro tener un hijo estudiando en Oxford que contratar a un empleado. Y encima, vituperados. Los clásicos enseñan -y la realidad asevera- que el capital acumulado (y desigual), sabiamente invertido y administrado, y poco obstaculizado por políticos “estupendos”, es la única fuente de prosperidad general.

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