La hora de la ley

Tras varios años de desafíos, el lunes se consumó la aprobación en el Parlamento catalán de la resolución ilegal que pretende la secesión de Cataluña. La pregunta es, ¿cómo se ha llegado hasta aquí? Repasemos brevemente la Historia. Todo comenzó en la Transición. Para contentar a los nacionalistas catalanes (y vascos), se elaboró una Constitución que reconocía a las “nacionalidades” del Estado, y se aprobó una Ley Electoral que primaba a los partidos nacionalistas, los cuales alcanzaron una representación decisiva. El problema parecía resuelto. Pero a partir de ahí, los gobiernos del PSOE y PP tuvieron que pactar con las minorías nacionalistas en aras de gobiernos mayoritarios y estables, lo que nos ha llevado hasta donde estamos, pues a cambio de ese apoyo el Estado ha estado ausente de Cataluña, y el nacionalismo ha contado todos estos años con el control de la enseñanza y con un aparato de propaganda eficiente sufragado por la Generalitat (TV3, los periódicos subvencionados y una malla de radios locales) que ha adoctrinado a tres generaciones de catalanes en el repudio al resto de España. Aznar, al final, quiso poner raya a la insaciable voracidad nacionalista, pero fue acusado por los apaciguadores, de fabricar separatistas. Y llegó el desastroso entreguismo de Zapatero. Declaró que la nación (española) era un concepto discutido y discutible. Concedió a Rovira un nuevo Estatuto que en las encuestas no figuraba como una preocupación de los catalanes. Y prometió respetar el Estatuto que saliera del Parlamento catalán, lo que como se preveía, no pudo cumplirse, pues lo aprobado fue claramente anticonstitucional. La frustración producida en Cataluña, bien explotada por la propaganda nacionalista, desencadenó el auge del secesionismo a partir de 2010, lo que fue aprovechado por Artur Mas para erigirse en héroe y ponerse al frente de un movimiento ilegal y delirante que de paso le está salvando por ahora de sus problemas con el 3%. En resumen, hemos llegado hasta aquí principalmente por la deslealtad y el delirio de los políticos nacionalistas. Pero también por la cultura de la concesión, especialmente de la izquierda. Hoy, consumada la sedición, el Estado democrático debe ganar. Con unidad, Ley, prudencia y proporción.

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