El PSOE actual, a diferencia del de Felipe González, tiene veleidades extremistas poco propias de una socialdemocracia moderna. Por un lado, pastelea con las dos fuerzas que hoy amenazan el sistema, el neocomunismo y el separatismo, y por otro, considera al centro derecha como al enemigo que hay que machacar políticamente. La actual dirección socialista se muestra equidistante entre Mariano Rajoy y Artur Mas, palanganea con los separatistas en Cataluña, le ha dado el gobierno municipal a la extrema izquierda en las principales ciudades, prefiere pactar con Bildu antes que con el PP, utiliza la memoria de la guerra de forma revanchista, y quiere prohibir la asignatura de religión. Todo esto es preocupante, porque nuestro sistema democrático necesita un centro izquierda moderado, homologable al europeo, y firmemente partidario de la Constitución. ¿Tiene algo de extraño esta posición socialista? No, si se contempla su pasado antidemocrático. La Historia del PSOE, desconocida para el ciudadano medio, se caracteriza precisamente por una constante: la alianza con la extrema izquierda y el separatismo para derribar a los diversos sistemas constitucionales (hay que salvar a Besteiro o De los Ríos). Ya su fundador Pablo Iglesias, el de verdad, sumó fuerzas con anarquistas y separatistas para tumbar la Restauración, un sistema liberal de sufragio universal (masculino) y prensa libre, similar al que había en Europa. En 1917, los socialistas organizaron una insurrección anticonstitucional, de nuevo al lado de extremistas y separatistas, que produjo 80 muertos. En la República, la primera fuerza que usó la violencia fue las Juventudes Socialistas (contra Falange), y en 1934, los socialistas se levantaron contra una II República que ellos mismos habían ayudado a imponer. Mejor no recordar el clima frentepopulista de odio en la campaña de 1936, las irregulares elecciones de febrero, el asesinato de Calvo Sotelo o las checas de la guerra civil. El PSOE nunca ha hecho una revisión de esta historia revolucionaria, al contrario, la presenta con orgullo democrático, cuando es un ejemplo de lo contrario. Mientras no haga una autocrítica profunda de sus errores y horrores, volverá a las tentaciones antisistema una y otra vez.