Prometía hace poco abordar el insólito desprecio por la Historia de España que predomina en nuestro país como consecuencia de la extendida propaganda progresista. Ni siquiera el siglo de oro se salva de la descalificación. Esa época, según el tópico, respondió a los intereses imperialistas y al fanatismo religioso de los Austrias, y no a los de una España que se vería embarcada en unas guerras empobrecedoras mientras otros países se modernizaban; la Inquisición produciría un país inculto y atrasado. Pero los hechos inapelables son que España, con muy pocos recursos, exploró el Pacifico e incorporó a la civilización a un continente donde aún se habla español. A pesar de abusos que nadie niega, por primera vez en la Historia surgieron preguntas y tratados sobre el “derecho a conquistar” que son el germen del Derecho Internacional (Francisco de Vitoria) y que reafirmaron los derechos de los indios (el aparente fundador de los derechos humanos, Las Casas, no fue tal, pues admitió la esclavitud). Por primera vez también, España puso en contacto cultural y comercial a todo el mundo poblado del planeta, mientras las potencias europeas no iban más allá de la piratería. De no ser porque España paró al imperio otomano (y a sus aliados franceses), -por ejemplo en Lepanto, donde el mismo Cervantes luchó por su religión y su rey-, Europa sería hoy islámica. Asímismo, España peleó contra los protestantes en el exterior, lo que evitó en el interior una mortífera guerra civil de religión que asoló a las otras naciones europeas. Coexistiendo con la Inquisición (y sin pretender justificarla), España se constituyó en gran potencia cultural en literatura, pensamiento, pintura, escultura, y arquitectura. Es en todo este contexto donde hay que entender unas crisis económicas que relativizan, pero no anulan el gran esplendor hispánico. El fanatismo religioso de Felipe II se empequeñece ante las matanzas de católicos en Inglaterra o de hugonotes en Francia. La Inquisición española presenta más garantías que los otros tribunales civiles y no es peor que las europeas. Sus víctimas mortales probadas se estiman en algo más de 1000 a lo largo de los siglos. La revolución de Asturias o el primer mes de gobierno bolchevique, por poner dos ejemplos entre tantos, soportan más muertos tras de sí.