Cádiz, la ciudad estigmatizada

Nadie discute que la ciudad de Cádiz tenga algunos malos indicadores de desarrollo. Lo que se discute es que sea un caso único de pobreza en España. Porque no es verdad. En los 90, cuando más arreciaba el “Cádiz se hunde”, hice un estudio comparativo de nuestra capital con Andalucía. La conclusión fue que éramos los menos malos en indicadores, junto a Sevilla y Marbella. Hoy observo que los datos de la capital que suelen publicarse son similares a los del resto de Andalucía. Se le achaca que su población envejece, pero eso también ocurre en todo el mundo desarrollado, y no en El Cairo por ejemplo. También que es la “capital europea del paro”, y eso sencillamente no es verdad. Sin ir más lejos ahí está Jerez, con un paro muy superior. Se habla mucho de su pérdida de población. Lo que ocurre es que al no tener territorio, su burguesía se va a las urbanizaciones periféricas, y sus clases populares a pisos más baratos en San Fernando o Puerto Real. Y aun así seguimos siendo de las ciudades más densas y con la vivienda más cara, lo que indica que es una ciudad cotizada. Si estuviera hundida nadie aspiraría a vivir aquí, y los precios se desplomarían, como sucede en otras ciudades conocidas. Al final, la Bahía ha ganado 25 mil habitantes, y eso es lo que cuenta. El “hundimiento de Cádiz” es todo un género literario local que machaca al gaditano desde hace siglo y medio, y que nos da mala fama. Ahora, por fin surgen voces que están matizando esa jeremiada. Me alegro. Puede que equiparar Cádiz a Ruanda sirva para que cierto progresismo clientelar y omnipresente demonice sólo al poder local y evite criticar a quien maneja el presupuesto y las competencias importantes: la Junta. Bajo su gobierno Andalucía ha permanecido a la cola del desarrollo y a la cabeza de la corrupción. Además, estigmatizar a Cádiz tendría otras ventajas particulares: obtener rentas públicas, echar la culpa a otros, escribir pasodobles, ponerse estupendos, desahogar rencores, halagar al jefe, desfogar ideologías maniqueas, y crear chiringuitos donde colocar afines. Dicho todo lo anterior, es verdad que tenemos que mejorar mucho. Vale, debemos exigir a las administraciones lo nuestro, pero lo importante es cambiar de imaginario: menos afán de subvención y más espíritu empresarial.

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