El país está mal. Y no me refiero en este caso a la crisis económica, de la que hay indicios de recuperación, sino a una crisis política de gran calado difícil de entender en el mundo civilizado, dada sus concomitancias con la de los países de la banana. ¿Quién les iba a decir a los constituyentes de la Transición, comandados por el Rey Juan Carlos y Suárez, que 36 años después, el razonable consenso al que llegaron está siendo cuestionado hoy por casi todos? De nuevo parece que España vuelve a su tradición de hacer y deshacer reglas del juego una y otra vez, pues una gran parte de sus fuerzas políticas y mediáticas claman por una reforma constitucional. El problema es que si venimos de un amplio periodo de estabilidad y consenso ahora no sabemos hacia dónde vamos, aunque seguro al disenso: los nacionalistas catalanes y vascos hacia el separatismo, el resto de las autonomías al acecho de posibles agravios soberanistas, el socialismo hacia más intervención del estado y al federalismo (¿), y la nueva extrema izquierda al modelo neocomunista venezolano y al derrumbe del sistema. Sólo el PP, y grupos como U,P y D y Ciudadanos parecen coincidir en no tocar el proyecto constitucional hasta que no haya un acuerdo mayoritario, aunque lo disimulan muy bien con sus enfrentamientos. Por si fuese poco, en Cataluña el separatismo convocó un referéndum ilegal que ha movilizado a cientos de miles de personas y a parte del estado en aquella comunidad. El gobierno, en aras de no facilitar la imagen de la policía en la calle impidiendo una votación (fraudulenta), no ha intervenido. Además, cada día surgen nuevos casos de corrupción para los que los españoles piden con razón prisión, si bien algunos terroristas con delitos de sangre mucho más graves, salen de la cárcel sin que se note mucha indignación ciudadana. Sufren las víctimas y naufraga el vigor moral. Para colmo, Podemos amenaza con sustituir en la izquierda a un PSOE, cuya alma parece estar más en el rancio socialismo de la lucha de clases que en la socialdemocracia occidental. Sólo nos queda la esperanza de que esa amplia clase media tendente al centro que ha sostenido la estabilidad nacional durante estos últimos 36 años, no haya perdido del todo el norte, y resista la llamada del aventurerismo bananero tan propio de nuestra Historia pasada.