El muro

Este mes de noviembre hace 25 años del derribo del muro de Berlín, hecho que constituye, junto a las derrotas del Kaiser y de Hitler, el tercer hito democrático de la Europa del siglo XX. No debe olvidarse que el muro fue construido en Berlín por los comunistas para impedir que 200.000 personas al año huyeran a la zona “capitalista” de la ciudad. No ha habido un sistema más explotador y empobrecedor que el comunismo, sin sindicatos de trabajadores, con jornadas de trabajo interminables (stajanovismo) y épocas de grandes hambrunas. Eso, además de ser el más totalitario, con100 millones de asesinatos en su haber. Algunos afirman que al menos el comunismo sirvió para que en occidente no se practicara un capitalismo salvaje (?), por miedo al ejemplo soviético. La prueba, dicen, es que tras la caída del muro el “neoliberalismo” ha triunfado. Pero esto es falso de toda falsedad. El comunismo es un error fundacional atroz no bueno para nadie, ni para oriente ni para occidente. Que tras su desplome haya más mercado, más “neoliberalismo”, y menos estado es una falacia, como lo prueba el dato de que el estado administra más del 50% del PIB en Europa. Hoy trabajamos más días al año para el gobierno, hay más gente en el seguro obligatorio de salud, la educación y la jubilación son un monopolio político, y el estado interviene más intensamente en unos mercados ya de por sí muy regulados, como el financiero y el inmobiliario. ¿Cómo se puede afirmar entonces que la caída del muro ha traído más liberalismo? Las cortas flexibilizaciones laborales habidas son iniciativa también de la propia socialdemocracia, como pasa en Dinamarca con el despido libre, pues ya nadie responsable niega que las rigideces laborales llevan al paro. Hoy vivimos el peligro de que el muro y el sistema que lo engendró queden como un hecho borroso, prehistórico, en lugar de un recordatorio de lo que es el socialismo real. Lo demuestra el que una encuesta reciente da como ganador de las elecciones a un nuevo partido que pasa por moderno, pero que recuerda al mismo tiempo al soviet, al comité central, al culto a la personalidad, al socialismo bolivariano, y a la casta más rancia, la nomenclatura bolchevique. En fin, como para hacerse de Andorra. Siempre que no sea revindicada por el independentismo catalán, claro.

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