La herencia invisible

El otro día leí un artículo sobre Miguel Boyer que se titulaba así. Para mi sorpresa se refería no a la importante e invisible (por apenas comentada) huella política que había dejado como servidor del estado, sino a la herencia que dejaba a su familia. Vaya tiempos de mediocridad informativa. En efecto, en estos días los medios se han referido sobre todo al episodio, para mí menos afortunado, de la expropiación de Rumasa; o a su matrimonio. Pero hay una herencia política profunda de la que apenas se ha hablado. Para comprenderla debemos situarnos en España, uno de los países más proteccionistas del mundo hasta el Plan de Estabilización de 1959, origen de nuestro desarrollo. Antes, en el siglo XIX hubo amagos de abrir el país al comercio, como el de Espartero, abortado por la burguesía catalana. Pero fue Figuerola, con su bajada de aranceles, el que puso las bases de la libertad económica en 1869, si bien pronto se volvería al proteccionismo tan del interés del textil catalán y del cereal castellano. Miguel Boyer, en 1982, reanudó esas políticas de liberalización económica. Fue gracias a la confianza de González, que lo nombró superministro de economía tras haber asistido en muchas ocasiones a su casa a impregnarse de Popper y de la auténtica socialdemocracia. Su decisión más despótica, acabar con Rumasa, le dio gran crédito en la izquierda montaraz, por lo que su dura política de acabar con la inflación y de reconversión industrial fue tolerada por los sindicatos. Aquello benefició al país. Además, el llamado “decreto Boyer” de liberación de alquileres y de horarios comerciales hizo expandir los mercados. Pero su gran aportación, junto a Felipe, fue apartar al PSOE del marxismo, lo que condujo a España por el camino de la modernidad y la alejó de un populismo, que líderes insolventes como Zapatero o Pedro el Guapo, están volviendo a rescatar del baúl socialista. Sus cambios políticos confunden a los menos informados. Boyer siempre se guio por la fidelidad a sus convicciones liberales: se marchó cuando Guerra quiso más gasto público, estuvo en FAES cuando el PSOE desvariaba, y se acercó a Zapatero cuando pudo influir en cambiar la política de gasto, en mayo de 2010.

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