La nueva ley de consultas del Parlamento Catalán acaba de dar un zarpazo a la Constitución. Es el primer paso de otros que se avecinan y que me llenan de tristeza. He estado varias veces en Cataluña, pero las que me traen mayor nostalgia son las dos primeras. En el verano del 73 trabajé tres meses en la Costa Brava. Barcelona nos atraía por ser la ciudad más europea de España: el Museo Picasso, las cosmopolitas Ramblas, la calle Tuset, la Cova del Drag, los libros prohibidos…. En el 76, tras dos años de actividad clandestina me tomé un respiro -con la incomprensión del Partido- y volví a Barcelona, donde participé en las principales movilizaciones de la Transición catalana (en Cádiz me perdí el acto de San Felipe, donde no estaban todos los que eran, y sí algunos futuros arribistas). Recuerdo principalmente tres: una en Sant Jaume, de gran violencia policial, otra muy emotiva en el Palau donde cantamos “L´estaca” cogidos del brazo, y por fin un recital de Lluis Llach. El grito predominante era “llibertat, amnistía, estatut d´atunomía”, nunca independencia. Fueron años en los que Cataluña estaba presente en nosotros a través de sus autores, Pi se la Serra, Llach, Sisa, Montllor, Serrat, Bonet, etc, de los que nos sabíamos letras enteras en catalán, como “Al vent” de Raimon. Desde entonces el bellísimo “Viatge a Ítaca” de Llach me ha acompañado. A partir de los 80 Cataluña cambió, se hizo más provinciana. Ya no había libros en las Ramblas, sino revistas porno. Y aunque en los 90 hubo grandes mejoras urbanísticas, el nacionalismo había ocupado ya todo el espacio político y social, gracias a que las fuerzas constitucionalistas les entregaron la enseñanza y la prensa. Un nacionalismo que hoy desafía a la Constitución con la complicidad de los socialistas catalanes, que potenciaron a Carod Rovira, y que han votado la reciente ley de consultas; y con la de Zapatero, que incentivó un estatuto no demandado por nadie. Estoy en contra de la consulta por razones de legalidad democrática. Pero también por razones sentimentales. Yo también siento como mío el derecho a decidir que me otorga la Constitución sobre una tierra donde viví, trabajé, y peleé codo con codo para traer la democracia.