Somos distintos

Los hombres de mi generación fuimos pioneros en la lucha de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Nosotros, hijos del sesentayochismo, hemos sido cómplices de nuestras compañeras y los primeros en bregar con nuestros hijos tanto o más que ellas. Todo eso, que nos ha hecho tan felices, se lo perdieron nuestros padres. Hoy, las leyes de la civilización occidental (valga la redundancia) reconocen claramente la igualdad de esos derechos entre hombres y mujeres. De hecho, aunque queden prejuicios por derrotar, hoy ya hay más mujeres que hombres en la Universidad. La revolución no violenta de la mujer está triunfando. Pero en algo nos estamos equivocando. Estamos aceptando las tesis más totalitarias del feminismo izquierdista. Sobre la base de que lo femenino es una construcción patriarcal para someter a la mujer, la izquierda ha logrado introducir mecanismos legislativos de discriminación positiva, es decir, de discriminación de los hombres. No hace falta que hable de los divorciados que se quedan sin patrimonio, de las detenciones preventivas de hombres inocentes, o de los que se quedan sin hijos, hechos tan frecuentes hoy, dada las características del sistema. Y de las humillantes cuotas para ellas. La manifestación anual que tiene lugar en Cádiz, y que reúne a lo más rancio de la izquierda, no pide igualdad de derechos, sino la igualdad total, buscada mediante la ingeniería social y la deconstrucción de la masculinidad. En otras palabras, regalarles camiones a las niñas y muñecas a los niños, para romper con unas disparidades que para ellos son producto de la educación y no de las diferencias hormonales y orgánicas que la Ciencia establece en la base de ambos sexos. En eso, la nueva iglesia progresista se parece a la del tiempo de Galileo. Se resiste a la Ciencia. Somos distintos, y el resentimiento feminista quiere castigar a los hombres, no por lo que hacemos, sino por lo que somos. Pero yo doy desde aquí un viva al mundo varonil de franca camaradería, al fútbol, a los bares y a las mujeres inteligentes que en vez de quejarse, se esfuerzan en conseguir lo que quieren y son felices sin renunciar al ámbito estético, doméstico y afectivo que llevan en su sustrato biológico.

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