Hay un tipo de gaditano que perteneció a alguna de las familias franquistas cuando yo luchaba en el antifranquismo clandestino, y que jamás vi en esa pelea. Yo siempre lo evitaba, no sólo por sus actitudes pijiles, sino por miedo a que descubriera mi militancia. Tras la muerte del dictador se hizo antifranquista e izquierdista furibundo, lo que le incardinó en la nomenclatura mediáticopolítica que lleva gobernando Andalucía 35 años, donde aún sigue. Este tipo de progre piensa ahora que históricamente debimos de matar algún rey, como hizo la Revolución Francesa. Aún no ha comprendido que las libertades individuales, y no las que marca el Comité de Salud, vienen de Jefferson y no de Rousseau. Él es cómplice del atroz pasado del socialismo revolucionario y cree, en su hemiplejia moral, que es bueno ser antifascista, pero malo ser anticomunista, como si el comunismo no hubiese sido la peor fábrica de miseria, muerte y dictadura. Es un tipo de gaditano que no sabe que Marx ha sido rebatido ni que Friedman orientó al comunismo chino en su vuelta a la economía libre. No conoce a Hayek, no sabe que Suecia introdujo el cheque escolar, prefiere el fanatismo palestino a la democracia avanzada de Israel, y piensa que Von Mises es un director de orquesta. En cuanto a nuestra guerra, tampoco les suena mucho, Agapito García Atadell, el Campo de Trabajo de Totana, la checa de Fomento o el bombardeo de Cabra. Del Carnaval, le gusta sólo la chirigota callejera de extrema izquierda y abomina del coro y del Falla. Resentido de la religión, suprimiría la Semana Santa, como en la República. En vez de agradecer a Estados Unidos que salvara a Europa del totalitarismo de izquierdas y de derechas, lo odia. Para él, el coche es facha, la bicicleta de izquierdas, y el no va más del progresismo es el tranvía socialdemócrata de Munich, que quiere introducir aquí por todas partes. Después del ridículo de 30 años de gobierno de la Junta en los que Andalucía ha ocupado peores puestos de desarrollo que en los setenta, este tipo de gaditano debería ir por el mundo con más humildad y pidiendo perdón por su ventajismo profesional, porque en todo se ha equivocado, y porque le faltan lecturas esenciales.