La semana pasada celebramos el centenario del nacimiento de Albert Camus, del que pocos gaditanos conocen que escribió una obra dramática, El Estado de sitio, situada precisamente en la ciudad de Cádiz. Al comienzo de la acción, Cádiz es una ciudad dominada por la Peste y la Muerte, dos poderes apocalípticos que representan el sometimiento de los hombres a la tiranía. Pero el sacrificio del gaditano Diego, devolverá a sus conciudadanos el ansia de justicia y libertad. La obra fue estrenada el 27 de octubre de 1948 en el teatro Marigny de París. Como explica su excelente biógrafo, Oliver Todd, en aquellos momentos “las poblaciones de la España franquista están de rodillas y la de los países del Este en zona soviética más todavía…” El drama es una condena de todas las dictaduras, de izquierdas y de derechas, lo que no gusta a la mayoría de la inteligencia francesa de entonces, alineada en posiciones que justifican el estalinismo. No en vano mientras que para Sartre el Gulag es un accidente en el camino, para Camus es una manifestación consustancial al totalitarismo soviético. La posición de Camus le traerá la soledad y el exilio interior. Sartre, Beauvoir y Barthes capitanean a una intelectualidad izquierdista que tiene un gran poder en el control del mundo editorial y los medios de comunicación. André Gide le había antecedido en esa soledad. Popper ya está trabajando en estos años en La sociedad abierta y sus enemigos, de poca influencia en la intelectualidad francesa, excepto en Raymond Aron, otro desplazado. Los tres sin embargo siguen de actualidad y sobrevivieron a una gauche divine que en todo se equivocó, en todo tuvo que rectificar, y de nada se disculpó. En su edición de 1971 los traductores afirman que Camus eligió Cádiz para ser el escenario de lo que para él, no sólo como escritor, sino como hombre “era lo más alto y los más hondo”: la libertad. No hay duda de que esa elección tiene que ver con la resonancia histórica de mito libertario que nuestra ciudad despierta en el escritor francés. La pieza dramática fracasó a pesar del excelente vestuario, del decorado y de la música, lo que provocó el lamento del propio Camus, pues era una de las obras con la que más se identificaba.