Contrariamente a lo que se cree, durante la guerra civil una gran parte de los escritores e intelectuales españoles se marcharon del país. Fue una emigración que tuvo lugar sobre todo en los primeros meses de la guerra y desde la España en manos del Frente Popular, lo cual contradice tres extendidos mitos: uno, el de considerar que el exilio mayoritario de intelectuales tuvo lugar desde la España franquista; dos, la creencia de que los intelectuales se quedaron masivamente a defender una República que en realidad había dejado de existir; y el último, el de considerar que el exilio importante se produce tras la victoria de Franco, y no como fue, en los primeros meses de la guerra. Lo dice Julián Marías en sus Memorias: “la gran mayoría de la emigración intelectual no se produjo en 1939, al final de la guerra, sino en 1936, a su comienzo” [1].
El hecho de que la mayor parte de los escritores e intelectuales huidos de la España en manos del gobierno del Frente Popular fueran precisamente republicanos se explica porque la República había quedado en manos de organizaciones revolucionarias que habían subvertido la naturaleza del sistema. De hecho, la inmensa mayoría de estos republicanos sufrieron en uno u otro momento, sobre todo en el Madrid revolucionario, detenciones arbitrarias, persecución y hasta la propia muerte (Melquíades Álvarez por ejemplo, del partido Radical republicano).
La mayor parte de los intelectuales que se marcharon y muchos de los que se quedaron, hubiesen preferido una tercera España liberal, imposible después del 18 de julio. Lo que no fue óbice para que muchos de ellos, según se desarrollaron los acontecimientos, acabaran prefiriendo a alguno de los bandos en liza, aunque siempre como mal menor y por razones diferentes a su identificación con el programa totalitario que dominaba en ambos.
Pero de entre todos esos intelectuales, hoy vamos a centrarnos en algunos de ellos que ya desde las primeras semanas de la guerra tuvieron la lucidez, el compromiso, y la independencia de criterio de hacer un diagnóstico de condena a los extremismos dominantes en cada bando y de defensa de un país democrático y liberal, lo que en aquella España les podría haber supuesto la muerte por cualquiera de ambos bandos. Nos estamos refiriendo a un puñado de intelectuales que dieron testimonio de su militancia a favor de una tercera España imposible. Curiosamente, todos ellos son autores de libros que reúnen una serie de características comunes: son libros que han permanecido desconocidos o poco conocidos pues fueron escritos durante la guerra o en tiempos próximos a ella, pero no han sido publicados en España hasta los alrededores de los años 2000; todos ellos son de lectura obligada para los que quieran introducirse en la Guerra Civil española; todos están escritos por republicanos, en algunos casos conservadores, en otros progresistas; en todo caso están vistos desde una posición liberal y democrática, que condena tanto a fascistas como a revolucionarios; y son imprescindibles para conocer la auténtica actuación de la izquierda revolucionaria en la República y la Guerra Civil.
No en vano, estos libros fueron silenciados durante más de 70 años, primero por la dictadura de Franco, y más tarde, por los aparatos culturales de la España democrática, mayoritariamente en manos de la izquierda, molesta con que prestigiosos republicanos dieran testimonio del pasado totalitario de la misma.
Empezaremos con alguien que fue una de las figuras claves de la República, Clara Campoamor. Recordemos que fue la auténtica campeona del voto femenino, en contra de una buena parte de la izquierda, que le atribuyó por ello la derrota del 33.
A principios de la guerra, Clara Campoamor, ante la falta de seguridad personal, huyó del Madrid revolucionario, permaneciendo en el exilio hasta su muerte. En 1937 publicó en francés La revolución española vista por una republicana[2], título suficientemente explícito que no se publicó en España hasta la década del 2000. En él no sólo contó el terror del Madrid del 36 (como ella mismo explicó, miles de ejecuciones hechas con ayuda de unas listas preparadas ya desde el movimiento revolucionario de 1934) sino que hizo un análisis de lo que ocurrió en la guerra. Dice Clara que “desde el principio de la lucha los republicanos ya no contaban. Si les han conservado una mínima representación en el gobierno revolucionario de Largo… es para salvar las apariencias, para poder negar en el extranjero que España se encontraba bajo un gobierno rojo”[3].
Clara desmonta la propaganda montada por el gobierno nominalmente republicano: “la división tan sencilla como falaz hecha por el gobierno entre fascistas y demócratas, para estimular al pueblo, no se corresponde con la verdad” “…hay al menos tantos elementos liberales entre los alzados como antidemócratas en el bando gubernamental…”[4].
Su posición de republicana liberal, beligerante tanto con el bando franquista como con la revolución explican el por qué sus libros han permanecido sin publicar en España estos 70 años. “Estoy tan alejada del fascismo como del comunismo. Soy liberal”[5].
En la semblanza que le hace su editor, éste dice que “la derechota nunca absolvió a Clara Campoamor de ser republicana….la izquierdota jamás le perdonó el haber traído el voto de la mujer ni el haber condenado las salvajadas en la zona republicana durante la guerra civil”[6].
Al gran escritor sevillano Manuel Chaves Nogales no se le ha empezado a hacer justicia hasta tiempos muy recientes. Fue el autor de uno de los relatos literarios más bellos y lúcidos sobre el conflicto, A sangre y fuego[7], de 1937, aunque no fue publicado en España hasta fechas muy recientes. En los años 30 era el director del periódico Ahora en Madrid en el que como él mismo dice iba “sacando adelante mi verdad de intelectual liberal, ciudadano de una República democrática y parlamentaria”[8].
Cuando estalló la guerra. permaneció en la capital por fidelidad al periódico (tomado por una Consejo Obrero) y a la idea de República, hasta que el gobierno que teóricamente la representaba “abandonó su puesto” en Madrid y se trasladó a Valencia. A continuación, él mismo se marchó también: “En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como las que vertían los aviones de Franco…[9]”
Se exilió primero en París y luego en Londres, donde moriría muy pronto (1944). Bajo la óptica de ese liberalismo al que no renunció en ningún momento, realizó uno de los más precoces y actuales juicios acerca de la guerra civil española y de su posible desenlace: “…la peste llegó en distintas dosis de los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín…”[10] o “El resultado de esta lucha no me preocupa. No me interesa saber que el dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras”[11].
El propio Chaves Nogales entendió mejor que nadie su condición de proscrito por parte de ambos bandos: “(yo)…había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros”[12].
Como dirá su prologuista, Ana R. Cañil: “una vez estallada la guerra Chaves intenta pertenecer a una tercera España imposible…”[13]. Y tanto. Su neutralidad lo ha apartado de los manuales de Literatura durante demasiados años.
A Pío Baroja, nuestro tercer escritor, lo detuvieron los carlistas el mismo 18 de julio. Por circunstancias afortunadas fue liberado y al día siguiente partió de España y, salvo alguna esporádica visita, se marchó a París donde se instaló hasta su vuelta, en 1940. Durante su exilio francés escribió una serie de ensayos y artículos sobre la guerra recogidos en un libro bajo el título de “Ayer y hoy”[14], publicado en Chile en 1939, aunque a España no llega sino hasta muy a finales de los años 90.
Desde los primeros días de la guerra Baroja mantuvo un discurso en pos de una tercera España liberal, lamentándose de los malos momentos que el liberalismo atravesaba: “Ya, según opinión general, no se puede ser mas que fascista o comunista. El liberalismo según esa opinión ha muerto…”[15]. Aunque dice que eso pasaba en todas partes, no ocurría con los intelectuales españoles: “yo no pretendo ser la voz de los intelectuales españoles pero la mayoría de ellos están dentro del liberalismo y fuera de los tendencias totalitarias, sobre todo del comunismo”[16].
Pío Baroja entiende que la guerra se produce cuando la España no frentepopulista responde al acoso revolucionario. Tras señalar que el puño del Frente Popular se torna amenazante: “no era saludo sino intimidación”, se refiere a la respuesta de los amenazados: “Los ofendidos… pensaron que para ellos ya no había tregua y se prepararon para la lucha”[17].
Hay un pasaje en el que reconoce que no hay alternativa a las dos Españas dictatoriales en liza: “En este momento en que blancos y rojos luchan con una rabia desesperada en España, no parece que pueda haber solución intermedia. Esto es lo peor. O dictadura roja o dictadura blanca. No hay otra alternativa. Yo no soy un reaccionario, ni un conservador. Tampoco tengo intereses prácticos en uno o en otro bando….A pesar de todo, creo que una dictadura blanca no siendo clerical es hoy por hoy, preferible para España. Una dictadura de militares se puede suponer lo que va a ser: Consignas más o menos severas, pero con sentido. Una dictadura roja en todos los países es lo mismo, un poder lleno de equívocos, de intenciones obscuras y de confusiones”[18].
Pero su auténtica posición es: “Yo, parodiándole (a kierkegaard), podría decir que íntimamente, en esta cuestión de la política española, si mi opinión valiera, sería ésta: Ni lo uno, ni lo otro… pero esto no decide nada”[19].
Uno de los primeros intelectuales en acuñar la idea de la Tercera España, y desde luego el primero en darla a conocer internacionalmente fue Salvador de Madariaga. Diputado, embajador y ministro de la República, al estallar la guerra se encontraba en España pero se exilió de los dos bandos en lucha, fijando su residencia en Inglaterra (se definió como “neutral, igualmente distante de ambos bandos”), donde nuevamente dio clases de español en Oxford.
Madariaga publicó el libro “España. Ensayo de Historia Contemporánea” en 1929 en Londres y desde entonces iba publicando cada cierto tiempo nuevas ediciones en las que incorporaba el relato de los acontecimientos que habían sucedido desde la edición anterior. A partir de la Guerra Civil todas las ediciones fueron publicadas fuera de España hasta 1978. Sin embargo la campaña que sufrió en la Transición por parte de una izquierda ubicua en los medios (recordemos el chotis de Ana Belen: “hay tres mendas preocupados por España, Solzhenitsyn, Albornoz y Madariaga”) hizo que su memoria quedase desacreditada ante las nuevas generaciones de entonces y silenciada posteriormente. Máxime cuando entre otras cosas Madariaga sentenció “Con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936”[20].
Respecto al supuesto apoyo de los intelectuales a la llamada República Madariaga señaló: “En esta atmósfera de violencia la vida del espíritu era imposible. Al comienzo de la guerra se obligó a los intelectuales del país a firmar un manifiesto en favor de la República, es decir de la revolución que por el extranjero circulaba con disfraz republicano. Los tres escritores que habían fundado la Asociación al Servicio de la República en 1931, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala, repudiaron este manifiesto en cuanto se vieron libres en la emigración”[21].
El clima social en la República tras el triunfo del Frente Popular lo describió Madariaga así: “…Aumentaron, en proporción aterradora, los desórdenes y las violencias, volviendo a elevarse llamaradas y humaredas de iglesias y de conventos hacia el cielo azul, lo único que permanecía sereno en el paisaje español. Continuaron los tumultos en el campo, las invasiones de granjas y heredades, la destrucción del ganado, los incendios de cosechas. …En el país pululaban agentes revolucionarios a quienes interesaba mucho menos la reforma agraria que la revolución. Huelgas por doquier, asesinatos de personajes políticos de importancia local. …Había entrado el país en una fase francamente revolucionaria”[22].
José Moreno Villa fue un pintor, historiador y escritor algo mayor que el resto de la generación del 27, que pasó 20 años en la Residencia de Estudiantes, donde se encontraba cuando estalló la guerra. En 1944 publicó en Méjico su importante autobiografía Vida en claro reeditada en 1976, y hoy recuperada en 2006 por Visor[23], uno de los testimonios más hermosos sobre la guerra civil. En él nos cuenta cómo la Residencia de Estudiantes de Madrid fue despoblándose casi por completo y cómo la servidumbre comenzó a mirar a sus moradores como enemigos burgueses a los que se les podía coaccionar con la amenaza del “paseo”, lo que provocó que el propio director y su familia se marcharan de ella, y aún de España. De fidelidad a una República que en realidad ya no existía, aunque “no rojo” (“…Y no se me tome por un rojo…”[24]) y partidario del orden, vino anunciando la guerra entre unos y otros desde 1935. Pocos dan un diagnóstico tan alejado de la ortodoxia dominante: ”La cosa no era, pues, tan simple como se decía: no era la lucha del pueblo contra tales o cuales poderes tradicionales, sino del pueblo con el pueblo además. La clase baja estaba tan dividida como la burguesa, y como la militar y como la eclesiástica. Estábamos pues en guerra civil”[25]. Cuenta Moreno Villa que habiendo miedo ante la posibilidad del bombardeo o de la toma militar de Madrid, no lo había tanto como ante “el hombre fiera, que sin saber leer ni entender las explicaciones exigía papeles de identificación”[26], refiriéndose a las partidas de milicianos incontrolados que recorrían Madrid.
Uno de los libros de reflexión sobre nuestra guerra menos conocidos fue el escrito por Agustí Calvet (Gaziel) en la posguerra “Meditaciones en el desierto”[27]. Gaziel fue un gran periodista que pasó la guerra al servicio de Cambó. Admirador de la obra de Cánovas fue un implacable crítico de la sublevación del 18 de julio y del papel que las clases dirigentes españolas tuvieron en los años 30 en España. También critica la pasiva posición de los intelectuales ante la evolución de los acontecimientos Dice que la España del 36 “no era un todo, sino que estaba partida en tres trozos, en tres Españas perfectamente diferenciadas, dos pequeñas y una grande. Las dos pequeñas eran la España propiamente fascista y la España propiamente comunistoide: dos facciones rabiosas integradas por fanáticos enloquecidos y equivalentes, empeñadas en arremeter una contra otra y en asesinarse mutuamente, aunque para ello hiciera falta hundir el país en una guerra civil pavorosa. La tercera España, la mas grande con diferencia, estaba formada por la mayoría de los ciudadanos que captaba mas o menos claramente el peligro…las dos pequeñas facciones de locos consiguieron meter a todos los españoles dentro de la hoguera encendida por ellos”[28].
Entre las figuras literarias no españolas que dieron testimonio valiente de su neutralidad ante el extremismo dominante en ambos bandos destacan Carlos Morla Lynch y José María Chacón y Calvo.
Carlos Morla era un diplomático chileno, destinado en Madrid en aquellos años. Amigo íntimo de Lorca, desde su llegada a Madrid en 1928 convirtió los salones de su casa, como antes había hecho en París, en un centro literario por donde pasaron todos los escritores de todas las Españas. La guerra le sorprende en la embajada chilena de Madrid donde albergará a miles de refugiados sospechosos de derechismo, a los que salvará la vida. Lo mismo que hará con los republicanos madrileños al final de la guerra. Como Schindler (el de la lista de Spielberg), el dandy Morla esta pidiendo a gritos una película española acerca de su historia y de su importantísima acción humanitaria.
En la embajada de Chile en Madrid, entre 1936 y 1939 sigue escribiendo sus diarios de siempre, que no serán publicados hasta 2008, bajo el título España sufre[29], con prólogo de Andrés Trapiello, su auténtico descubridor y valedor (y el autor del libro de referencia por antonomasia de las vicisitudes de los intelectuales españoles durante la guerra civil[30])).
El propio Morla se daba cuenta del valor testimonial de sus diarios: Trapiello dice que constituyen “acaso el más importante documento del Madrid en guerra”[31]. Sabe que si cayeran en manos de los “hunos y los otros”, como él dice, su vida correría peligro. No en vano, si bien en un principio se muestra inclinado a favor del gobierno en consonancia con su posición de liberal de izquierdas, termina sosteniendo: “yo considero el triunfo de cualquiera de los dos bandos como un desastre”[32].
El caso de José maría Chacón y Calvo, es muy parecido al de Morla: diplomático cubano del Madrid de 1936 dedicado por entero a la labor humanitaria de salvar cientos de vidas, y también autor de unos diarios ajenos al rojo y azul de aquella España, Diario íntimo de la Revolución española (Verbum)[33], escrito entre julio y noviembre de 1936 y publicado en España en 2009. Chacón no está con la sublevación militar, pero finalmente tampoco con los otros, pues “los que dicen sostener a este régimen de libertad, asaltan las cárceles, las incendian, ponen libres a los presos comunes y fusilan a los políticos….” (como a Melquíades Alvarez).
…¿Contra quién debe luchar entonces esta España? Contra la sublevación militar, desde luego, pero también contra esa barbarie desatada, contra esa corriente anárquica, disociadora, suicida.”[34]
[1] Julian MARÍAS, Una Vida presente I (1914-1951), Mdrid, 1988. p. 200; cfr., Burnet BOLLOTTEN, La Guerra…p. 290-
[2] Clara CAMPOAMOR, La Révolution espagnole vue par une republicaine, Paris, 1937.
[3] Clara CAMPOAMOR, La Revolución española vista por una republicana, Madrid, 2009. p.124.
[4] Ibid., p. 149.
[5] Ibid., ps. 177-178.
[6] Ibid., p. 17.
[7] Manuel CHAVES NOGALES, A sangre y fuego, Madrid, 2010.
[9] Ibid., p.28.
[10] Ibid., p.26.
[11] Ibid., p. 29.
[12] Ibid., p. 27.
[13] Ibid., p. 12.
[14] Pío BAROJA, Ayer y hoy (Memorias). Madrid, 1998.
[16] Ibid., p. 64.
[17] Ibid., p. 75.
[18] Ibid., ps 137-138.
[19] Ibid., p. 138.
[20] Salvador de MADARIAGA, España. Ensayo de Historia Contemporánea, Madrid, 1978. p. 363.
[21] Ibid., ps 421-422.
[22] Ibid., ps 376-377.
[23] Jose MORENO VILLA, Vida en claro, Madrid, 20056
[24] Ibid, p. 22.
[25] Ibid., p. 151.
[26] Ibid., p. 153.
[27] Agustí CALVET “GAZIEL”, Meditaciones en el desierto (1946(1953), Barcelona, 2005.
[28] Ibid., pp 233-234.
[29] Carlos MORLA LYNCH, España sufre (diario de guerra), Salamanca, 2008.
[30] Andrés TRAPIELLO, Las armas y las letras,. Barcelona, 2010.
[31] Ibid., p. 114.
[32] Carlos MORLA LYNCH, España…, Op. Cit., p. 171.
[33] José María CHACÓN Y CALVO, Diario íntimo de la revolución española, Madrid, 2009.
[34] Ibid., pp 87-88.