La versión de la guerra civil que la historiografía progresista ha logrado hacer prevalecer en todos estos años de democracia se ha fundamentado en la legitimidad de una supuesta República liberal frente al carácter dictatorial del franquismo.
En realidad, la legitimidad democrática de la República comenzó a tambalearse tras los embates revolucionarios de la izquierda a partir de octubre de 1934: la insurrección llamada de “Asturias”, aunque en realidad nacional; las irregulares y coactivas elecciones del 36, la ausencia de garantías durante la llamada “primavera trágica”, el cese anticonstitucional del Presidente de la República y el asesinato de uno de los jefes de la oposición bajo el amparo del gobierno frentepopulista, entre otros sucesos. Y dejó de ser definitivamente un Estado de Derecho con la decisión gubernamental de dar armas a organizaciones particulares. Por eso, lo que la historiografía progresista y la izquierda española han estado defendiendo en realidad estos últimos 35 años, no ha sido esa República liberal y democrática soñada e inexistente (en gran parte por la propia responsabilidad izquierdista), sino el comportamiento de uno de los dos bandos que llevaron a la mayoritaria tercera España liberal a la guerra: el bando frentepopulista, un conglomerado de fuerzas jacobinas y revolucionarias bajo la coordinación de Stalin.
No será hasta la década de los 2000 cuando la ninguneada versión de la tercera España -esa mayoría liberal sometida forzosamente al encontronazo entre fascistas y revolucionarios- comience a tener cierta presencia intelectual y mediática. Y es entonces cuando se pone de manifiesto que no sólo hubo manipulación histórica durante el franquismo: En los últimos 35 años hemos asistido a no pocos manejos para preservar la imagen “democrática” que la izquierda española había conseguido para la causa frentepopulista. Como por ejemplo el del ocultamiento sistemático de los testimonios que hablasen a las claras del intento de imposición violenta de las utopías izquierdistas, especialmente si provenían de intelectuales auténticamente republicanos.
Es el caso del libro España sufre, de Carlos Morla Lynch, relegado al olvido durante casi 70 años: Escrito en Madrid entre 1936 y 1939, los años del sitio, no ha sido publicado hasta el año 2008, con prólogo de Andrés Trapiello, su valedor y el que lo ha dado a conocer (lo que dice mucho de la honestidad y del rigor intelectual de un hombre de izquierdas como él).
Carlos Morla era un diplomático chileno, destinado en Madrid en aquellos años. Personaje de vida mundana, culto y de porte dandy, aunque liberal y dado a mezclarse en garitos y conversar con gentes de todo tipo, dado su carácter expansivo. Casado con María Manuela Vicuña, Bebé en el diario, se separó de ella tras la muerte de sus dos hijas (tenían tres hijos y sólo sobrevivió el niño, Carlitos), aunque permanecieron viviendo bajo el mismo techo de una manera civilizada e incluso afectuosa, pues en no pocas ocasiones Morla habla en el libro de su admiración por aquella mujer guapa y de fuerte carácter.
Amigo íntimo de Lorca, desde su llegada a Madrid en 1928 convirtió los salones de su casa, como antes había hecho en París, en un centro literario por donde pasaron todos los escritores de todas las Españas: Desde Alberti y Neruda, pasando por Cernuda, Salinas o Guillén, hasta Gerardo Diego y d´Ors.
La guerra sorprende a Morla en Madrid, en la embajada de Chile, donde sigue haciendo sus anotaciones diarias en medio de una ciudad en manos de partidas de milicianos que peinan barrios y saquean pisos a la búsqueda de “fascistas”, en la que sus calles, tapias, y cunetas aparecen sembrados de cadáveres y donde rige la ley de los tribunales populares y las checas. En fin, una ciudad donde ocurren toda clase de atrocidades toleradas o alentadas por organizaciones de izquierdas e incluso por cierta prensa, como ocurre con el célebre El Mono Azul, periódico de la Alianza Antifascista de Intelectuales, dirigida por Alberti y Bergamín, donde había una sección titulada “A paseo”, claramente incitadora a la persecución de escritores enemigos.
Uno de ellos, el escritor falangista amigo de José Antonio, Sánchez Mazas, precisamente será acogido como uno de los más de 2000 refugiados que Morla llegó a amparar a lo largo de la guerra en los edificios de la embajada chilena. El día a día en la embajada y en su casa, donde llega también a albergar a más de 50 refugiados, será el leitmotiv de España sufre, así como las intensas actividades que Morla desarrolla fuera para salvar vidas: hablar con los principales autoridades republicanas, parlamentar con los milicianos que rodean la embajada, siempre en peligro de ser asaltada, buscar comida, negociar el canje de prisioneros, acudir a las diferentes reuniones diplomáticas, viajar, planificar evacuaciones y hasta organizar una peligrosa mudanza con sus refugiados, tras un bombardeo. Además, a ratos, Morla toca el piano, juega al póker, bebe una copa o acude a garitos y rincones de Madrid, donde saluda a sus innumerables amigos populares, lo que le permite trasladarnos la vida cotidiana de las gentes de la ciudad, aumentando así el interés testimonial de sus anotaciones de hombre neutral dispuesto siempre a preservar la vida de los perseguidos que huían de los paseos y las checas. Lo mismo que hará por cierto con los republicanos que se lo pidan en 1939, tras la entrada de Franco en Madrid.
Morla se da cuenta del valor testimonial de sus diarios (Trapiello dice que constituyen “acaso el más importante documento del Madrid en guerra”). Sabe que si cayeran en manos de los “hunos y los otros”, como él dice, su vida correría peligro. No en vano, si bien en un principio se muestra inclinado a favor del Frente Popular, termina sosteniendo: “yo considero el triunfo de cualquiera de los dos bandos como un desastre”. Lo cual lo convierte en uno de los primeros representantes intelectuales de una tercera España liberal y democrática. Pero, como se ha dicho, no el único. Otros han ido saliendo a la luz o han tomado relevancia en los últimos años. Todos ellos han escrito libros que participan de las mismas características de España sufre: Fueron escritos en los años 30 0 40, pero o han sido olvidados, o no se han publicado hasta los alrededores de los años 2000 (como se verá más ampliamente en el artículo siguiente): Chacón, Campoamor, Pío Baroja, Chaves Nogales, Otros muchos autores se pronuncian en uno u otro momento en contra de los extremos tanto de la derecha como de la izquierda, aunque en muchos casos, por razones diversas, decidan permanecer más cerca de unos que de otros o viceversa: Moreno Villa, Gómez de la Serna, Cansinos Assens, Ortega y Gasset, Marañón, Pérez de Ayala, Rosa Chacel, Cernuda, Guillén, Madariaga, Américo Castro, Sánchez Albornoz, Corpus Barga, Juan Ramón Jiménez, Ramon J. Sender y otros. La mayor parte de ellos se marcha de la España “republicana”, y no de la “nacional”, como una y otra vez se repite (la idea es que el exilio tuvo lugar tras la victoria de Franco; idea falsa de toda falsedad).