INTRODUCCION.
Este trabajo tiene como objetivo hacer una clasificación resumida de carácter didáctico de las actitudes políticas de los intelectuales españoles durante la guerra civil, así como ofrecer unas breves pinceladas sobre sus respectivas evoluciones vitales a lo largo de la contienda.
Hay muchas obras dedicadas al asunto de los intelectuales y la guerra civil. Ninguna en maestría, objetividad y clarividencia como la que Andrés Trapiello ha ido perfeccionando edición tras edición, Las armas y las letras. Este trabajo es deudor de ella: no sólo se extraen de ahí no pocos de los datos que aquí se dan, sino que comparte algunos juicios (no otros de fundamento, relativos a la interpretación de las claves de la guerra civil). Dicho esto debo insistir en la vocación de clasificación política, de resumen, de divulgación y de algunas conclusiones personales, que este artículo persigue. Y no tanto la de repetir esos datos que están ya muy bien descubiertos y muy bien publicados. Apelo pues al lector para que se juzgue este trabajo (bien o mal) bajo esos presupuestos.
- Los intelectuales españoles antes de la guerra
Hasta bien entrada la República, los escritores e intelectuales españoles mantuvieron una razonable convivencia, como corresponde a quienes aún se sentían pertenecientes a un país común. A pesar de la imagen fija que la guerra civil nos ha dejado de una intelectualidad dividida en dos bandos, antes del 18 de julio de 1936 se dieron entre ellos múltiples relaciones sociales y personales (también con el poder político), algunas tan extrañas a nuestros ojos de hoy como los encuentros que mantuvieron Jose Antonio y Lorca, la amistad del comunista Bergamín con el falangista Sánchez Mazas, el viaje del poeta derechista Hinojosa (asesinado en la guerra) con Bergamín a la URSS, y las buenas relaciones de los Machado con el dictador Primo de Rivera, cuya influencia hizo ingresar a Antonio Machado en la Real Academia de la Lengua.
La revista la Gaceta de Occidente fue el (último) punto de encuentro de aquellos intelectuales de antes de la guerra. Dirigida por el entonces aún no fascista Giménez Caballero, fue un periódico quincenal que duró desde 1927 hasta 1932 y donde escribieron intelectuales pertenecientes a lo que vamos a llamar las tres Españas: Ortega, Baroja, Juan Ramón Jiménez, Gómez de la Serna, Corpus Barga, Unamuno, Machado, Alberti, Bergamín, Salinas, Lorca, Montes, Dalí, Espina, Américo Castro, Menéndez Pidal….
La llegada de la República no quebró la convivencia de los intelectuales españoles. Al contrario, en un principio, como la gran mayoría de la sociedad española, también ellos acogieron con euforia el nuevo sistema republicano. Pero poco a poco fueron apareciendo divergencias. El primer desertor del nuevo régimen fue precisamente uno de los llamados padres de la República que tanto habían ayudado a traerla, José Ortega y Gasset que con su famoso “No es esto, no es esto” inauguró ya en 1931 la existencia de una corriente de pensadores que se van apartando del creciente sectarismo republicano imperante.
El embate de la izquierda revolucionaria, especialmente tras 1934, fue el detonante que abrió una brecha en una parte importante de la intelectualidad española. Tras la sublevación de Franco, el gobierno republicano decidió entregar las armas a las organizaciones sindicales, lo que terminó por convertir a la República en un sistema revolucionario sin garantías jurídicas (si bien ya subvertido desde la revolución socialista del 34, las irregulares elecciones del 36, la “primavera trágica”, la destitución ilegal del Presidente Alcalá Zamora y el asesinato para-policial de Calvo Sotelo). Las posiciones totalitarias habían desbordado a las moderadas. El resultado fue que en los primeros días de la guerra aparentemente nadie defendía ya una España parlamentaria. Había que elegir entre los nacionales o los revolucionarios.
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- Las dos Españas
El estallido del conflicto hizo que no pocos intelectuales y científicos se alinearan de forma clara por el bando azul o el rojo. Fueron sobre todo los jóvenes los que tomaron partido de forma apasionada en uno u otro sentido. No es el caso, como veremos, de la intelectualidad madura y consagrada, que optará en la mayoría de los casos por el exilio.
2.1. El bando marcadamente frentepopulista.
En general, por el lado frentepopulista, los escritores y artistas fluctuaron sobre todo alrededor del Partido Comunista y sus organizaciones satélites, así como en menor escala junto a socialistas y republicanos jacobinos.
De entre todos ello los más claramente comprometidos fueron los militantes comunistas, especialmente Alberti, María Teresa León, Bergamín, y Miguel Hernández. Aunque en principio llevaron la voz cantante de la propaganda frentepopulista, hubo entre ellos diferencias de proceder: los Alberti se instalaron en el palacio de los Spínola de Madrid, en cuya habitación de la marquesa dormía María Teresa León. Organizaron fiestas y fueron comúnmente acusados de usar la guerra en beneficio de sus carreras literarias, entonces incipientes. El exilio o el traslado de los intelectuales consagrados y maduros fuera de Madrid contribuyó al estrellato de estos jóvenes radicales y apasionados, los cuales supieron “aprovechar” el momento. Precisamente Miguel Hernández -también comunista, pero de origen modesto y disposición cabal- recién llegado del frente al palacio madrileño, les recriminó su frívola actitud, lo que determinó la enemistad futura entre ellos. Trapiello se basa en algunos testimonios que sugieren que Miguel Hernández no fue asistido suficientemente al final de la guerra por sus camaradas. Por su parte, Bergamín, poeta hondo, presidió la Alianza de Intelectuales Antifascistas, de inspiración estalinista, protagonizando los momentos más siniestros del comunismo hispano. Su comportamiento, algo más que sectario, fue muy criticado incluso por sus propios correligionarios.
Pero también los afines al Partido Comunista y organizaciones satélites tuvieron un protagonismo considerable en este bando. Como María Zambrano, que aunque vinculada al grupo, tuvo que salir de España por consejo de Bergamín, ya que fue acusada en la Alianza de Intelectuales de tener amigos “fascistas”. Lo curioso es que el suceso tuvo lugar días después de que Zambrano acudiera a la Residencia de Estudiantes, donde estaba refugiado Ortega, para “pedirle” su firma de apoyo a la “República”, apoyo que el propio Ortega dijo posteriormente desde el extranjero, que había dado por coacción (¿portaba Zambrano pistolas al cinto?).
Otros intelectuales afectos comprometidos hasta el final fueron Alvarez del Vayo, Altolaguirre, Corpus Barga y Emilio Prados. El primero, periodista y jurista, fue un político socialista relevante aunque acusado por Largo de ser afín a los comunistas (a muchos de ellos los había nombrado comisarios). Altolaguirre y Corpus Barga también apoyaron al PC, sobre todo en los tiempos inmediatamente posteriores a la guerra. Emilio Prados formó parte del Comité Directivo de la revista Hora de España (editada por Altolaguirre), un Comité también dominado por los comunistas.
Finalmente el caso un tanto especial de Antonio Machado. Machado fue evolucionando políticamente a lo largo de la guerra. Machado siempre fue un republicano de corte anticlerical, aunque en principio no muy político y desde luego alejado de las posiciones extremistas. De hecho, en los días siguientes a la rebelión militar, a Machado le ofrecieron la presidencia de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, de inspiración estalinista, y Machado la rechazó. Pero a lo largo de la guerra va evolucionando hacia posiciones comunistas más o menos auténticas. ¿Quizás manipulado? Ya en Valencia, Gil Albert, dice que Machado le parecía un “vejestorio anacrónicamente manipulado”. No es el único testimonio que considera a Machado un hombre prematuramente mayor, sin recursos y responsable de su familia, que se verá obligado a utilizar una parte de su escritura al servicio de una propaganda que muy posiblemente no sentía. En cierta forma, como su hermano Manuel en la otra zona. No de otra forma se explica que al mismo tiempo que siga siendo el poeta intimista de siempre, aparezca en la guerra un Machado con loas a Lister o a Negrín (éste último aliado comunista, cuyo gobierno por cierto lo abandonó al final de la guerra, pues tuvo que cruzar la frontera por sus propios medios).
De los no españoles que apoyaron a la España “roja” destacaron Neruda y Malraux, también criticados por servirse de la guerra, más que por servirla (los más fotografiados de la guerra son siempre ellos dos, más Alberti) El primero de ellos fue acusado repetidamente por el diplomático chileno Carlos Morla de no haber colaborado en la recepción de refugiados para la Embajada de Chile y de haber abandonado a su mujer y a su hija hidrocefálica. Tanto Neruda como Picasso se declararon simpatizantes del Partido Comunista, aunque no tomaron el carnet hasta después de la guerra, como dice Trapiello, cuando el PC era ya caballo ganador.
2.2. El bando comprometido con la rebelión franquista.
Del lado de la España franquista la intelectualidad se aglutinó sobre todo en torno a la Falange y a los periódicos de la prensa conservadora. De entre los comprometidos con esa España destaca la figura de Dionisio Ridruejo. Nombrado Director General de Propaganda, se rodeó de intelectuales y escritores, entonces jóvenes promesas, pero que pronto se forjarían un nombre: Montes, Vivanco, Rosales, Foxá, Torrente, Laín, Tovar, Luis Escobar… Ridruejo será también la primera de las no pocas deserciones franquistas posteriores del grupo y la persona más respetada por todos. De entre ellos, algunos, entonces ubicuos, como Montes, quedaron metabolizados por el tiempo. Otros, por pertenecer al bando de los ganadores, perdieron el lugar que por méritos les correspondían en la Historia de la Literatura, pasando a ser hasta hoy ignorados por los medios de masas. Destacan en ese sentido Sánchez Mazas (padre de los Sánchez Ferlosio actuales); Agustín de Foxá, (excelente escritor, autor de la novela “Madrid de corte a checa”), cuyo homenaje en 2009 fue prohibido en Sevilla por una concejala izquierdista; César González Ruano, de comportamiento tan dudoso como magistral articulista; Wenceslao Fernández Flores, que pasó el primer año de guerra refugiado en una embajada en Madrid; Alvaro Cunqueiro, Jardiel Poncela y dos grandísimos poetas y amigos, Luis Rosales y Leopoldo Panero, el primero de los cuales arrastró toda su vida el peso de las explicaciones que tuvo que dar sobre el asesinato de Lorca, y el segundo cuyo paso por la izquierda en la República, casi le cuesta la vida.
Otro gran escritor y poeta cuya integración en la España franquista le costó el olvido literario y una injusta e innecesaria comparación con su hermano, fue Manuel Machado. (Borges dijo esta boutade, en referencia a su importancia: “No sabía que Manuel Machado tuviese un hermano…”). En realidad el golpe franquista le cogió coyunturalmente en Burgos (había perdido el tren de vuelta a Madrid el 17 de julio). Sin preveer la trascendencia del 18 de julio hizo allí unas declaraciones diciendo que se trataba de una “carlistada”, lo que le costó la cárcel y casi la vida. Posiblemente, tuvo que exagerar sus loas al franquismo para sobrevivir.
Los escritores ya consagrados de la España franquista fueron la excepción, y casi todos pertenecieron al periódico ABC: Eugenio d¨Ors, Giménez Caballero, Marquina, Julio Camba y José María Pemán, éste último quizá no tan importante como parecía en aquella España pero ni mucho menos tan insignificante como aparece hoy (en realidad, ni aparece), sobre todo en su faceta de orador y articulista.
Finalmente, y aunque incluyamos como franquista al más importante prosista de la lengua catalana del siglo XX por su muy activa toma de partido durante la guerra civil, Josep Pla, en realidad nunca fue bien visto por el bando llamado nacional, dada su naturaleza independiente y su adhesión al liberal Cambó. Tras la guerra, se retiró al Ampurdán donde vivió aislado frente a todos, caso parecido al de Pío Baroja.
- El exilio interior
En los dos bandos hubo escritores desubicados que ante la imposibilidad de salir de sus respectivas zonas, o tras permanecer en la España de la posguerra, acabaron aislados o adaptados discretamente a las circunstancias que los rodeaban. Son los intelectuales que se mantuvieron en el llamado “exilio interior.
3.1 Territorio “Nacional”. Ya hemos hablado del caso de Manuel Machado, posiblemente obligado a adular a los jerarcas de la zona franquista para salvar la vida: De hecho, ni él ni su hermano Antonio, con quien había colaborado Manuel desde siempre, habían escrito nunca de política, al margen de la simpatía que ambos sentían por la República (Manuel había escrito la letra del himno republicano y Antonio había colgado la bandera republicana en abril de 1931 en el Ayuntamiento de Segovia).
En tierras nacionalistas, en Sevilla, quedó Jorge Guillén. Como era amigo de los intelectuales republicanos de Madrid, quedó en una posición delicada. En esa ciudad se le organizó un homenaje que exageró su importancia, seguramente para evitar lo que le había pasado a Lorca. Guillén, en las cartas privadas (hoy publicadas) que le envía a su amigo Salinas, critica a fascistas y comunistas, por lo que podemos considerarlo también como uno de los pioneros de la tercera España. Igual que a Josep Pla, que como se ha dicho, tras terminar la guerra se retiró a su tierra del Ampurdán donde vivió su propio exilio interior, y más tarde, se mantuvo en una especie de huida permanente, viajando por todo el mundo como periodista de la revista Destino.
3.2.Territorio “Republicano”.
Ya en territorio “republicano”, en Madrid, Vicente Aleixandre vivió un episodio traumático al ser acusado de fascista. Tras ser liberado y bajo la excusa de estar enfermo, se retiró silenciosamente a la sierra madrileña, desde donde bajaba a Madrid de vez en cuando. Pasó la posguerra en el ostracismo interior, pero su situación mejoró pronto, sobre todo cuando recibió el Premio Nóbel. De espíritu bondadoso, ayudó en lo que pudo a Miguel Hernández.
A Jacinto Benavente, el Nóbel le sirvió como parapeto frente a unos y otros. La guerra le sorprende en Barcelona donde estuvo detenido. Más tarde lo enviaron a Valencia desde donde quiso marcharse pero no pudo. En la posguerra vivió la censura y el ostracismo, pero a finales de los 40 el franquismo lo redimió. También Dámaso Alonso pasó la guerra en Valencia, después de haber pasado varias semanas refugiado en la Residencia de Estudiantes, junto a Ortega y José María Cossío, entre otros. En 1939 regresó a Madrid donde permaneció durante un tiempo en el “exilio interior”, aunque sin demasiada dificultad. Cossío por su parte hizo una guerra sin irritar a nadie. Fue autor de la monumental obra sobre la Tauromaquia, en la que empleó, para ayudarle, a Miguel Hernández.
Quién vivió la guerra civil en Madrid “cautivo en su casa”, en expresión propia, fue Rafael Cansinos Assens. Escribió durante el conflicto unos diarios en varios idiomas -para protegerse políticamente- por los que, a pesar de sus simpatías republicanas, sabemos de su “militancia” en la tercera España. En la posguerra se le retiró el carnet de prensa por lo que para sobrevivir tuvo que dedicarse a la traducción de las grandes obras de la literatura universal durante toda su vida.
A Concha Espina, conservadora, la guerra le sorprendió en su tierra santanderina donde vivió aislada hasta su “reconquista”. Allí escribió el diario Esclavitud y libertad. El diario de una prisionera.
- La gran emigración de la España frentepopulista: la tercera España
La mayor parte de los escritores y científicos que pudieron se marcharon de España a lo largo de la contienda. Sobre todos los de mayor edad y los más consagrados. Fue una emigración que tuvo lugar especialmente en los primeros meses de la guerra y desde la España en manos del Frente Popular. Lo cual contradice el mito de que el grueso de los intelectuales españoles se quedó en España a defender la “República” y se marchó al final de la guerra como consecuencia de la victoria de Franco. Lo dice acertadamente Julian Marías en sus Memorias: “la gran mayoría de la emigración intelectual no se produjo en 1939, al final de la guerra, sino en 1936, a su comienzo”.
Los que se marcharon masivamente de la España frentepopulista, si exceptuamos la huida lógica de los que simpatizaban con el bando rebelde, lo hacen entre otras razones por el repudio a los crímenes que se estaban cometiendo, la desconfianza que sentían respecto a los poderes revolucionarios imperantes, o simplemente el miedo razonable a perder la vida, en ocasiones en manos de milicianos a los que el gobierno había entregado las armas. En todo caso, la gran mayoría de estos escritores exiliados desde le España frentepopulista fueron republicanos o habían acogido con euforia la llegada de la República, lo que muestra la deriva que había sufrido ésta.
En realidad, la mayor parte de la intelectualidad que se marchó, y muchos de los que se quedaron, pertenecían a una tercera España democrática y liberal, ajena a los extremismos, aunque ya inviable tras el estallido de la guerra civil. Lo que no fue obstáculo para que muchos de ellos acabaran decantándose por uno de los dos bandos en guerra, más por razones de detalle o de mal menor, que de identificación con el extremismo totalitario que dominaba cada bando (por ejemplo, razones como la preferencia por el orden, las creencias religiosas, el anticomunismo, o las ideas conservadoras, del lado franquista; y en la otra parte, la fidelidad a lo que quedaba de República y el antifascismo).
Por cierto, y dicho sea de paso, si hiciéramos finalmente las sumas y las restas de las simpatías intelectuales por uno u otro bando, el resultado sería el de una sorprendente equidad, tanto cuantitativa como cualitativa. Eso de que la gran mayoría de los escritores y científicos se pusieron del lado del gobierno del Frente Popular es otro de los mitos, que junto a otros ya mencionados, han venido funcionando desde entonces. Trapiello, una vez más, lo demuestra, haciendo un recuento casi al milímetro. La razón de esa creencia estriba en que si bien Franco ganó la guerra militar, perdió la batalla de la propaganda casi desde los primeros días de la guerra. Y la perdió porque la mayor parte de la prensa internacional estaba en manos del progresismo. Y porque los intelectuales izquierdistas se emplearon a fondo en esa propaganda: ejemplo el Guernica de Picasso (por el que cobró 150000 francos del Gobierno republicano) que contribuyó a exagerar un bombardeo de un centenar de muertos, y no miles como se ha dicho. Obsérvese si no, como el bombardeo de Cabra, tremendamente parecido al de Guernica, pero en zona “nacional”, pasó desapercibido, y es absolutamente desconocido incluso en nuestros días.
En todo caso, y aún reiterando la complejidad de las motivaciones de los que optaron por marcharse o por permanecer en el interior pero al margen, podemos concluir en algo que les unió: su lejanía e independencia de los focos mas beligerantes y antidemocráticos, que en el caso de las derechas fueron la Falange, y en el de las izquierdas el Partido Comunista y sus organizaciones satélites. Lo cual les hace pertenecer a un espacio imposible, el de la tercera España, del que fueron desalojados por los jerarcas e intelectuales de las otras dos.
Podemos aseverar que este grupo tercerista que se marchó de la España del gobierno frentepopulista fue el más numeroso. Pero desde luego no fue un grupo homogéneo. Dejando al margen a los que se escaparon por su adhesión a la España franquista, a efectos puramente didácticos, podemos entrever cuatro grupos que presentan (ligeras) diferencias, si bien advirtiendo que en muchos casos podemos encontrar algunas circunstancias intercambiables entre ellos: 1) los que siendo republicanos liberales o conservadores, y criticando a las dos Españas, acabaron prefiriendo como mal menor a la España nacionalista frente a la roja. 2) los que siendo republicanos se manifiestan en sus escritos más claramente neutrales y precozmente defensores de una tercera España democrática y liberal 3) los que repudiando los extremos fascista y revolucionario, continuaron defendiendo con más o menos claridad a la República 3) los que aún simpatizando con la izquierda revolucionaria, acabaron saliendo por inseguridad y por la desconfianza que inspiraba su independencia en los jerarcas filocomunistas. Analicemos cada grupo.
4.1. Los intelectuales republicanos conservadores-liberales más críticos con la deriva republicana.
Los más sonados desertores de la República fueron los intelectuales liberales y conservadores, que habiendo sido republicanos, comenzaron a condenar la deriva sectaria del sistema. Deplorarán más de la España roja que de la fascista, aunque no comulguen con ninguna de las dos. Cuando acabó la guerra, la gran mayoría menudeó sus visitas a la España de Franco o se incorporó más pronto que tarde a ella. El acomodo dependió de cada caso, si bien la mayor parte de ellos no fueron aceptados plenamente por el régimen, al menos en un principio.
La mayoría se va de Madrid en las primeras semanas de la guerra: Menéndez Pidal, Ramón Gómez de la Serna, Azorín, Gregorio Marañón, Pérez de Ayala y Ortega y Gasset, éstos tres últimos los llamados “padres de la República”.
De todos ellos, Ortega y Gasset era en principio el intelectual de más prestigio internacional. El gobierno frentepopulista consiguió obtener su apoyo para la “República”, (aunque con coacción, como vimos). Al poco tiempo, Besteiro puso al corriente a Ortega de que querían asesinarle y éste marchó al exilio. Gregorio Marañón llegó a París a los pocos días que Ortega. Había llevado una doble vida en la capital valiéndose de su prestigio y su pasado republicano, donde salvó muchas vidas, lo que le fue recompensado por el régimen. Finalmente salió de Madrid junto a Menéndez Pidal en las Navidades de 1936.
La tercera figura unida a Ortega y Marañón es Pérez de Ayala. Como ellos, había sido también diputado durante la República. Consiguió salir milagrosamente de Madrid en septiembre de 1936, y también se instaló a final de año en París. Como Ortega, Marañón y Eugenio d´Ors, Pérez de Ayala tenía a sus hijos luchando a favor de Franco. Y se convirtió en el más “franquista” de los tres, aunque sin ser aceptado por el régimen. Al final se marchó a Londres y no regresó a España hasta muchos años después. Como dice Trapiello, se quedó, sin victoria, sin patria y sin lectores.
En París, como se ve, se asentaron una gran parte de estas figuras, Azorín entre ellos. Salió de Madrid en los primeros días de octubre de 1936. En la capital francesa llevó una vida discreta y tras la guerra volvió a Madrid de la mano de Serrano Suñer, pero nadie lo visitaba y estuvo un tiempo aislado. Poco a poco se incorporó a la prensa española.
Otro de los escritores que salió de Madrid, en este caso en agosto de 1936, fue Ramón Gómez de la Serna, aunque se instaló en Buenos Aires, de donde era su mujer. Allí se adaptó a la vida bonaerense, si bien escribió para la prensa española.
Aunque el grueso de la emigración se va de Madrid, también hay algunos que salen desde provincias, como Pío Baroja desde Vera de Navarra y Gaziel desde Barcelona.
A Pío Baroja lo detuvieron el 18 de julio un grupo de carlistas. Por suerte fue liberado y al día siguiente partió de España y se instaló también en París. Se mostró en contra de “la dictadura blanca y de la negra” aunque en última instancia prefirió el “orden militar” a lo que calificó del caos de “dictadura negra”. Volvió a la Salamanca franquista en 1938 para su integración en el Instituto de España, pero regresó inmediatamente a Francia de la que no volvió hasta 1940. Su escritura del momento, de gran independencia y precoz posición en pos de una tercera España, lo convierte en uno de los autores de mayor actualidad. Y lo ubica también en el grupo más neutralista. Lo mismo que le ocurre a Gaziel, un excelente periodista catalán, que siendo director de la Vanguardia hasta 1936, se convirtió en el líder de opinión de la burguesía liberal y democrática. La FAI lo buscó pero se exilió en París hasta el final de la guerra, desde donde volvió. Fue acusado y absuelto por las autoridades franquistas. Es uno de los más claros exponentes de la llamada tercera España.
Finalmente, a otros liberal-conservadores la guerra les coge fuera de España, como a Gerardo Diego en Francia, de donde no vuelve hasta que las tropas de Franco retoman Santander.
4.2. Los republicanos liberales más neutrales: la militancia por la tercera España.
Comencemos con un caso singular, el de Unamuno. Considerado internacionalmente como una de las principales figuras del pensamiento hispano de entonces, es el primero de todos ellos que se manifiesta a favor de la sublevación franquista, si bien no tardará mucho tiempo en gritar, ante las propias barbas de la jerarquía nacionalista, el “venceréis pero no convenceréis”, lo que estuvo a punto de costarle la vida. Finalmente, el vasco irreductible morirá a las pocas semanas en Salamanca, aislado y prácticamente olvidado de los unos y los otros.
Hay un puñado de escritores, todos republicanos, que ya desde los primeros días de la guerra van a dar testimonio escrito en pro de una tercera España neutral frente a la dictadura militar y a la revolución. El que tuvo más repercusión internacional en un principio fue Salvador de Madariaga. Si bien había tenido cargos de representación republicana en el extranjero y llegó a ser Ministro de la República, aseveró que tras el nombramiento de Azaña, “…había entrado el país en una fase francamente revolucionaria…”. Cuando estalló la guerra se encontraba en España pero se exilió de los dos bandos fijando su residencia en Inglaterra donde fue profesor de Literatura en la Universidad de Oxford. Sobre la guerra aseveró que “la revolución circulaba por el extranjero con disfraz republicano”. Se le considera el “inventor” de la tercera España, aunque en realidad fue el más conocido de sus divulgadores.
Otra de las figuras que defiende en sus escritos una tercera España liberal y democrática fue Clara Campoamor. Su carácter independiente frente a izquierdas o derechas se manifestó ya cuando hizo la defensa del voto femenino en la República en contra de una parte importante de la izquierda que le atribuyó por eso la derrota en las elecciones del 33. La derecha por su parte no le perdonó que asentara el divorcio. Tras el estallido de la guerra Clara Campoamor condenó los desmanes revolucionarios y aseveró que la distinción que hacía el gobierno frentepopulista “entre fascistas y demócratas no se correspondía con la verdad”. Ante la absoluta falta de seguridad personal en el Madrid revolucionario, Clara se marcha al exilio del que no volvería ya más. Escribió La Revolución española vista por una republicana” en donde denuncia que el “bando republicano” caminaba hacia una dictadura del proletariado. Murió sola y olvidada de todos.
El excelente escritor sevillano Chaves Nogales dirigía el periódico Ahora cuando estalló la guerra. Partidario de Azaña, continuó en la capital hasta que el gobierno frentepopulista “abandonó su puesto” en Madrid y se trasladó a Valencia, como él mismo cuenta. Se exilió primero a Francia y luego a Londres donde murió pronto. Chaves Nogales escribió uno de los libros más hermosos y lúcidos sobre la guerra civil: “A Sangre y fuego”. Para él toda la crueldad y estupidez que asola a España se debe “a la peste del comunismo y del fascismo” a partes iguales.
4.3. Los que aún en contra de la revolución, permanecieron fieles a una República imposible.
Son también partidarios de una España democrática que creyeron ver más en la continuidad de una República que comprendían ya en extinción, como algunos ponen de manifiesto en sus escritos. Su mayor implicación pro republicana hizo que en general tardaran más en volver a España. Algunos no vuelven hasta la Transición democrática y otros no lo harán nunca. La excepción estará en aquellos que se queden hasta el final de la guerra.
La figura de mayor importancia fue el poeta Juan Ramón Jiménez que se marchó de Madrid a América al comienzo de la guerra dejando todas sus pertenencias en Madrid (su piso fue asaltado; recuperó algunos documentos gracias a la gestión de Pemán). Juan Ramón defendió y ayudó siempre en lo que pudo a la República; su comportamiento político y humano fue desprendido y digno.
La mayoría son profesores universitarios y algunos además poetas, como Pedro Salinas y Jorge Guilén. A Salinas el estallido de la guerra lo cogió en Santander desde donde emigró a América para dedicarse a su labor como profesor. Su contundente republicanismo le costó que su exilio se prolongara en el tiempo. Ya hemos dicho que su amigo Jorge Guillén vivió los dos primeros años de guerra en Sevilla, pero finalmente también sale de España y se instala en Norteamérica como profesor. Visitó España a partir de los años cuarenta y se instaló definitivamente en los setenta.
Otros de estos profesores universitarios ostentaron además cargos en la República, lo que por coherencia, seguramente impulsaría su fidelidad a la misma. Américo Castro tuvo cargos de representaciones de la República en el exterior. Al estallar la guerra sale para San Sebastián, donde es detenido, pero puede seguir a Francia y es nombrado cónsul de Hendaya. Al poco tiempo renunció pues no estaba de acuerdo con los excesos que se estaban cometiendo, y se fue a París, de allí a Argentina y en 1938 se fue de profesor a Estados Unidos donde estuvo 30 años. Aunque no tuvo trabas, tampoco fueron amables con él a su regreso, en 1969. Tres años después falleció.
Claudio Sánchez Albornoz, diputado y ministro, fue desposeído de sus cátedras por el Frente Popular al estallar la guerra, salvándose de la represión revolucionaria porque se encontraba de embajador de la República en Lisboa, de donde salió tras el reconocimiento del gobierno portugués a Franco, el cual también le desposeyó de sus logros universitarios. Fue un sincero demócrata, manteniéndose alejado tanto del franquismo como del comunismo. Volvió a España en 1976. Poco antes declaró en una entrevista a Carmen Sarmiento: “…no podía estar con los rebeldes porque era liberal y republicano, ni podía estar con las gentes republicanas porque ya no lo eran; eran socialistas, comunistas, anarquistas…”
Hubo algunos republicanos excepcionales que se quedaron defendiendo una República imposible hasta el final de la guerra, como Jose Moreno Villa, pintor, historiador y escritor que pasó 20 años en la Residencia de Estudiantes donde se encontraba cuando estalló la guerra. Lo incluimos entre los pro republicanos y no entre los revolucionarios, pues en su excelentes Memorias, Vida en claro, ofrezca un diagnóstico cercano a la Tercera España y alejado del tópico de la lucha del “pueblo” contra el fascismo. Condena Moreno Villa no sólo los bombardeos franquistas sino alas partidas de milicianos que durante los primeros meses de la guerra asesinaron en Madrid a mansalva.
4.4. Otros son auténticamente de izquierdas pero también se van debido a su independencia frente a la presión de las corrientes comunistas dominantes.
Luis Cernuda es el caso más emblemático dada la trascendencia de su obra literaria, hoy considerada cumbre. Comenzó su actividad política favorable a las izquierdas durante la República, firmando junto a Alberti, Altolaguirre, Lorca, etc. diversos manifiestos muy en boga durante el periodo. Su primer contratiempo lo tiene en la revista Hora de España, donde se le censuró un poema dedicado a García Lorca con una nota añadida humillante para Cernuda. La detención de un amigo acusado de homosexualidad pudo ser la gota que colmó el vaso, y Cernuda se marchó tan pronto como pudo, en 1938. Mientras tanto, en esos últimos meses de permanencia en España se automarginó del Congreso de Escritores Antifascistas que se celebraba en Valencia (se le excluyó de la ponencia de los jóvenes, acusado de trotskista). A pesar de todo eso nunca renunció a sus ideas.
Caso similar al de Cernuda es el de Rosa Chacel. En realidad fue la primera deserción revolucionaria pública, pues se marcha a París con su hija ya en marzo de 1937 (aunque no deserta de sus ideas, desde luego). Chacel es consciente desde el principio de la guerra, y así lo manifiesta, que sus escritos son considerados contrarrevolucionarios por las jerarquías comunistas, dado su espíritu anarquista.
Octavio Paz nos cuenta que todos los escritores de Hora de España vivían bajo la “mirada” de los comunistas. De hecho, no sólo Cernuda es llamado al orden por su poema a Lorca, también León Felipe llegará a ser interrogado. De ideología vagamente ácrata y cierta actitud frívola (criticada por Juan Ramón, entre otros), había participado en las famosas fiestas de los Alberti en el palacio de los Heredia Spínola. Su poema “la Insignia”, en el que denunciaba los saqueos de los milicianos en los primeros meses de la guerra, fue severamente censurado. Probablemente salvó su vida porque se marchó a finales de 1938. El poema “La Insignia” no consigue ser publicado en su totalidad sino ya en Méjico.
Ramón J Sender es un novelista que ya empezaba a tener un nombre antes de la guerra. Fue alférez en la guerra de Marruecos y desde el principio dedicó su literatura a la divulgación de ideas revolucionarias. Tras su paso por el anarquismo se posicionó como “compañero de viaje” comunista hasta que fue desposeído de sus cargos, al parecer por razones políticas. Finalmente se exilió de la España de los suyos, pero también de la de los otros.
Alejandro Casona participó en las Misiones Pedagógicas durante la República y produjo obras de carácter radicalmente social. Al estallar la guerra se marchó a Hispanopamérica, donde estuvo hasta el año 62, que regresó a España para instalarse hasta su muerte, en 1965. No fue su independencia, ni su aversión al comunismo (colaboró un tiempo tras la guerra con él) lo que le llevó en este caso al exilio, sino posiblemente su preocupación por su seguridad personal.
- Los que murieron o fueron asesinados.
La guerra se cobró muchas víctimas mortales también entre los intelectuales. Y no solamente a causa de la violencia física. ¿Quién puede dudar de que las muertes de Manuel Azaña, Antonio Machado, o Miguel de Unamuno se debieron al dolor profundo producido por la contienda civil?
Casos desconocidos, no menos tristes, es el de los escritores veteranos, de espíritu conservador, que faltos de recursos, murieron en Madrid olvidados y en la indigencia, tras ser buscados por los milicianos para ser paseados. Los casos más relevantes y casi escandalosamente desconocidos fueron los de los escritores Armando Palacio Valdés y Serafín Alvarez Quintero.
5.1. Los intelectuales liberales-conservadores, cristianos, directamente proclives a Franco o incluso pertenecientes al propio Frente Popular, asesinados por el bando “republicano”.
El primer intelectual muerto a causa de la violencia de la guerra fue una víctima derechista. Es también el de un gran desconocido, quizás por ser precisamente un conservador: Hinojosa. Sólo el dominio abrumador de los aparatos de reproducción cultural por parte de la izquierda durante estos últimos 35 años pueden explicar una y otra vez estos ocultamientos históricos.
Hinojosa fue un poeta de corte surrealista que empezó en Málaga junto a Prados o Altolaguirre. Fue asimismo amigo de los poetas de la generación del 27. En 1925 hizo un viaje nada menos que con Bergamín, y a la URSS. Pero todas estas circunstancias no impidieron su muerte, pues a causa de su militancia en el Partido Agrario fue llevado al paredón de la tapia del cementerio, en Málaga, junto a su padre y hermano.
Pedro Muñoz Seca, dramaturgo de éxito, fue asimismo asesinado en el otoño de 1936 en Paracuellos del Jarama junto a miles de correligionarios, en la que se considera la matanza más sistemática y atroz de la guerra civil. Había gritado un imprudente “Viva España” tras la rebelión militar en un estreno de una obra suya en Barcelona.
Durante un tiempo, el bando llamado nacional quiso utilizar de forma propagandística el asesinato de la figura de Maeztu como contraposición al de Lorca. Maeztu fue llevado a prisión en julio de 1936 y lo mataron en octubre del mismo año. Durante su juventud había sido un radical izquierdista. Hacía los 30 años se centró en el republicanismo pero ya en la Dictadura de Primo de Rivera fue evolucionando a posiciones extremas de derechismo. Fue la primera muerte de un intelectual que tuvo gran relevancia mediática y política.
Otra de las figuras asesinadas, esta vez republicana de carácter conservador, fue Melquíades Alvarez, fundador del Partido Reformista. Su muerte hizo patente la inseguridad de los que a pesar de ser republicanos, no comulgaban con los postulados izquierdistas.
Por lo demás, dejando aparte el asesinato de figuras más claramente comprometidos con la rebelión de julio del 36, como José Antonio o Ledesma Ramos, la lista de víctimas mortales de intelectuales, artistas y escritores del campo conservador es muy amplia, aunque de nombres menos conocidos. Citemos aquí a dos que sí lo son, Manuel Bueno, escritor y periodista, famoso por la reyerta que tuvo con Valle Inclán, cuyas secuelas le hicieron perder el brazo; y Víctor Pradera, intelectual conservador navarro, abuelo del que fuera importante periodista de El País, Javier Pradera.
Por último, y teniendo en cuenta la “guerra civil” que existió en determinados momentos entre las propias utopías revolucionarias del bando “republicano”, es obligado mencionar aquí a Andreu Nin, fundador del POUM, asesinado por los comunistas, hecho que tuvo una repercusión internacional.
- 2. Los intelectuales republicanos, izquierdistas o afines, muertos por el bando “nacional”.
No menos numerosa es la lista de científicos, escritores e intelectuales asesinados por el bando franquista. Para empezar y aunque no fuese producto directamente de la violencia, la de Miguel Hernández, muerto de enfermedad y hambre en la cárcel franquista, puede considerarse consecuencia de la represión del bando “nacional”.
Pero sin duda el asesinato que desde entonces ha calado más hondo en la opinión pública internacional de toda la guerra civil fue el de Federico García Lorca. Básicamente por la talla universal del artista, pero también, porque ya se ha dicho que la propaganda “republicana” tuvo mucho más repercusión internacional que la “nacional”, teniendo en cuenta la mayor presencia “progresista” en la prensa desde siempre. Se ha escrito tanto sobre el asesinato de Federico que aquí sólo vamos a resumir brevemente algunas de las explicaciones que se le han dado: según algunos Lorca fue la víctima inocente de las rivalidades entre caciques locales (su padre lo era), otros dicen que fue víctima de su homosexualidad, otros que de la envidia, y otros que de sus (tenues) implicaciones políticas. Quizás la explicación estriba en un compendio de todas esas razones.
Una de las víctimas del franquismo más conocidas hasta hoy por ser considerado el “padre de la patria andaluza” fue el notario de Coria, Blas Infante. De ideología nacionalista (visitó en la cárcel de El Puerto al insurrecto contra la República, Companys) y proclive al islamismo, fue apresado por un grupo de falangistas, que lo fusilaron a principios de la guerra civil.
Aunque no directamente violenta, la lamentable muerte de Besteiro es debida a la represión franquista. Julián Besteiro hizo siempre gala, dentro del Partido Socialista, de sentido común, moderación, bondad y coherencia. Fue un aplaudido y neutral Presidente de las Cortes durante la República. Se mostró en contra, frente a Largo y Prieto, de la insurrección socialista violenta contra la República de Octubre de 1934, por lo que quedó marginado del PSOE. Durante la guerra, se quedó en Madrid mientras el Gobierno de la República huyó a Valencia. Partidario de la negociación con Franco, fue la única figura política que permaneció en Madrid para recibir a las tropas de Franco. El gobierno de Franco no tuvo piedad (aunque no lo penó a muerte) y fue condenado a 30 años. Murió en prisión víctima de la enfermedad y de las malas condiciones carcelarias.
Una de las figuras legendarias del anarquismo español es la de gaditano Vicente Ballester, fusilado en septiembre de 1936.
Finalmente una aclaración, en este caso en relación al mito de la represión de la guerra, en general. Suelen sumarse a ella, bandidos, que si bien fueron sometidos a juicios sin garantías, no pueden considerarse inocentes. Elegimos aquí a uno que simboliza esa situación: el “socialista” Agapito García Atadell. Director de una checa madrileña, formó la terrorífica “Brigada del Amanecer” que buscaba a miembros derechistas escondidos en Madrid. Asaltaba sus casas, violaba a sus mujeres y robaba. Fue detenido y fusilado por el bando franquista, al parecer por un chivatazo del cineasta Buñuel, cuando en 1937 trataba de huir con el botín.