Lo mejor está por venir, la próxima semana. Andrés Trapiello

Actualizado Sábado, 24 junio 2023 – 00:28

En efecto, la izquierda oye hablar de cultura y saliva en plan Paulov

Lo mejor está por venir, la próxima semana
JAVIER OLIVARES

Hace siete días el nombramiento de un ex torero como consejero de Cultura ocupaba las portadas de los periódicos. Hoy, ¿quién se acuerda? Se hablaba entonces del PP de Valencia, y hoy del de Extremadura. ¿De qué se hablará dentro de otros siete?

Los asuntos de actualidad se parecen a los pecios menudos que llegan a una playa; indeterminados e informes, ni siquiera se sabe si flotan: llegan y a veces vuelven a irse.

Los chistes dizque graciosos de Sánchez, referidos al cara a cara que Feijóo esquivaba («le tiemblan las piernas»), solo se los ríen sus ministros. Causan vergüenza ajena todos ellos. Más que insolentes u obscenos resultan ridículos. ¿Cuánto más van a durar? ¿Y qué tiene ese tío contra aquellos a los alguna vez nos han temblado las piernas, precisamente él, que va por la vida con un meneo de caderas que, este sí, causa risa?

Hacia 1994 o 1995. Último Gobierno de González. Nos había sentado el Ministerio de Cultura para hablar de la cultura y el Estado. Y allí estaba uno observando de cerca con curiosidad por primera (y postrera) vez al gran hombre. Una pregunta suya había virado ya a axioma: «Contra Franco vivíamos mejor». La verdad es que Vázquez Montalbán había vivido bien antes, durante y sobre todo después: el antifranquismo, sin Franco, le había hecho millonario sin tener que dejar de ser comunista ni de vivir como un obispo.

Llegaba, dijo, directamente del aeropuerto: Chile acababa de organizarle un «mes de autor» (entiéndase: actos, agasajos, comilonas pagados por el Ministerio de Cultura de España). Hablaron todos muy a favor. Cuando me llegó el turno, tenía uno el corazón a punto de salírseme por la boca. Como el espontáneo consciente de que no podrá dar ni dos pases seguidos antes de que la cuadrilla le eche el guante o el toro lo mande a la enfermería, supongo. La rodilla derecha me brincaba debajo de la mesa de una manera exagerada. Me acerqué al micrófono y dije (la boca seca) que si el Ministerio de Cultura era para enviar a Vázquez Montalbán a Chile, por mí podía irse al infierno. El novelista dio un respingo, se volvió y reparó en mí (también, creo, por vez primera). Me quedaba el segundo pase: ningún Ministerio está facultado para decidir qué escritor, artista, etc. merecía ir a Chile, ni favorecer, premiar, agasajar con los impuestos de todos a unos pocos. El desconcierto me permitió el tercer pase: ni tampoco para decidir si el cine merecía más ayuda (millones) que la filosofía (ni una perra).

El moderador, repuesto al fin, me quitó la palabra. Lo raro es que nadie quiso entrar al trapo (por seguir en lo taurino). Ni siquiera el grande hombre. El acto concluyó de manera abrupta. Nos pusimos de pie. Vázquez Montalbán se retiraba a descansar (el jetlag y eso) y fue dándole la mano a todos y cada uno de los intervinientes, excepto a mí (me saltó con ostensible satisfacción, sobre todo mía: me dejaba algo que contar en el futuro, por ejemplo ahora, cobrando). Al mismo tiempo oí que a mis espaldas el director general (un tal Bobillo) preguntaba furioso a una subalterna (por suerte, vive): «¿Quién coño ha invitado a este…». La verdad es que la palabra que siguió no era bonita. Si hubiera tenido la mitad de mundo que Vázquez Montalbán me habría vuelto para responderle lo que Ulises: «¿Quién? Nadie». Bueno, las respuestas llegan cuando llegan, como los pecios.

Habían dejado de temblarle a uno las rodillas, gracias, en parte, a un recuerdo oportuno.

1984. Primer Gobierno de González. Ferlosio publicó ese año un artículo memorable, puro Larra: «La cultura, ese invento del Gobierno». Lo había provocado una exposición de abanicos organizada por el Ministerio de Cultura, «una descomunal parida (…) ‘festiva’, ‘refrescante’, indecente y repugnante monada cultural», cuyo montaje iba a costar una millonada a la que había que sumar «las probablemente superiores cantidades que van a cobrar los artistas por hacer el gilipollas». En realidad todo había quedado resumido en sus primeras líneas: «Si Goebbels dijo aquello de ‘cada vez que oigo la palabra cultura amartillo la pistola’, los socialistas actúan como si dijeran: ‘En cuanto oigo la palabra cultura extiendo un cheque en blanco al portador’». 

En efecto, la izquierda oye hablar de cultura, y saliva en plan Paulov.

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