Hipócritas
Los etarras y servicios auxiliares no condenan el terrorismo ni marginan a sus protagonistas por lo mismo que un doctor por Harvard no silencia ese mérito en unas oposiciones
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“¡Qué escándalo, aquí se juega!”, decía el capitán Renault mientras se embolsaba sus ganancias. “¡Qué escándalo, los de Bildu no condenan el terrorismo, hacen ongi-etorris a los etarras que salen de prisión y los incluyen en las listas electorales de las mismas localidades donde cometieron sus crímenes!”, dicen los hipócritas (hay variante: los imbéciles) mientras aseguran muy convencidos que ETA ha sido derrotada por la radiante democracia española, que hemos conseguido que dejasen la violencia y se pasaran a la política (todas las ideas son lícitas si se defienden sin tiros, sostienen mientras se les cae la baba) y menudo disgusto que no renuncien del todo a sus pompas y a sus obras, estando ya derrotadísimos. Pues ya ven, es lo que hay. Los etarras y servicios auxiliares no condenan el terrorismo ni marginan a sus protagonistas por lo mismo que un doctor por Harvard no silencia ese mérito en unas oposiciones: para ganar. En cambio, los del PP o Cs procuran no alardear de sus siglas, no consiguen voluntarios para completar sus listas y ningún constitucionalista en el País Vasco menciona mucho a España, territorio prohibido. Pero la derrotada es ETA, que no se nos olvide.
Como incluir asesinos en las listas de Bildu (junto a sus cómplices, encubridores, justificadores, ideólogos y chivatos que señalaron a las víctimas) ha suscitado cierto escándalo electoral (recuerden al capitán Renault) siete de ellos han prometido magnánimamente renunciar a sus actas si salen elegidos para no estropearle la campaña a sus aliados. Y los émulos de Renault han lanzado las campanas al vuelo. Hay que ser… ¡Pero si ellos son sólo unos mandaos! Los malos de verdad son quienes les votan y quienes les homologan con los demás demócratas. ¿Hay cosas legales que no son decentes? Pues lo indecente es que sean legales.
Liam
Aún quedan jóvenes rebeldes: digo “rebeldes”, no brutos, gamberros o maleducados
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Pues sí, aún quedan jóvenes rebeldes: digo “rebeldes”, no brutos, gamberros o maleducados. Liam Morrison tiene 12 años y ha sido expulsado de su colegio de Massachussets por llevar una camiseta que dice “Solo hay dos géneros”. Él lo cuenta con serena amabilidad en TikTok, en un vídeo reproducido 13 millones de veces. Dos maestros le dijeron que tenía que quitarse esa prenda porque hacía que otros alumnos se sintieran “inseguros”. Liam repuso que no veía por qué esas cuatro palabras tenían que despertar temor o inseguridad en nadie, que ninguno de sus compañeros se le había quejado (al contrario, algunos le dijeron que querían una camiseta como la suya), y que él nunca había protestado por ninguna campaña LGTBI en la escuela, porque creía que cualquiera —y desde luego él mismo— tenía derecho a expresar sus ideas. Nada, que no se la quitó y lo echaron. Liam aprendió así que muchas personas comparten su opinión, “pero que los adultos no siempre toman las decisiones correctas”. Muy bien, Liam, has sacado las conclusiones importantes: a partir de ahora, no te dejes cancelar por nadie.
Bendito sea este joven rebelde 2.0. Sobre todo si se le compara con los averiados “rebeldes” institucionales, como ese Gustavo Petro que se nos ha aparecido últimamente. No se puede ser más provocativamente ignorante en historia, en ecología, en zoolatría, en economía y hasta en los usos de la cortesía diplomática. Con la cantidad de colombianos de talento que uno ha conocido… Dicen que es el primer presidente de izquierdas que ha tenido el país: o sea que a Colombia se le acabó la suerte. En España abundan los Petros y las Petras, cuya diarrea legislativa no sé cómo vamos a sanear. Pero ignoro cuántos Liam tenemos. Temo que falten auténticos rebeldes, sobre todo jóvenes.
Ayuda
Los padres no están preparados para que sus hijos aún niños declaren contra toda evidencia física que han nacido en el cuerpo equivocado

Lo malo de la batalla cultural entre concepciones del mundo y visiones de la identidad en nuestras democracias es que no solo sucede en el terreno teórico sino que se cobra víctimas colaterales en el práctico. Por ejemplo, la mitología trans no afecta únicamente a los deslumbrados por las zapatetas verbales de Paul B. Preciado o a sus detractores, sino a maestros y sobre todo padres preocupados por la educación. La mayoría de esos padres, que afortunadamente para su salud mental no han seguido cursos sobre ideología de género, creen que hay dos sexos y que eso establece desde la cuna no una ley moral sino una base biológica. Ya saben que cuando lleguen a la adolescencia sus vástagos tendrán que afrontar las delicadas (y también deliciosas, por qué no) incertidumbres del deseo erótico. Pero no están preparados para que aún niños declaren contra toda evidencia física que han nacido en el cuerpo equivocado (?), que quieren otro vía la cirugía y la química y que en tal disparate les apoya la autoridad de la ley… y sobre todo la imitación de la moda del día. ¿Qué deben hacer los padres, a los que no motiva el odio delincuente a nadie sino el valiente amor a quienes tienen obligación de proteger?
Los profesores de psicología Errasti y Pérez Álvarez, que publicaron el año pasado Nadie nace en el cuerpo equivocado (y padecieron escraches y amenazas de las que nunca afectan a embaucadores como Preciado) sacan ahora Mamá, soy trans (ed. Deusto), un prontuario para orientar a los padres en el laberinto afectivo y legal que puede llegar hasta la denuncia por cumplir su deber familiar en las comunidades más reñidas con el sentido común. Un libro útil para ayudar a quienes se sienten responsables hasta que esta ley obtusa sea derogada.