Actualizado Miércoles, 17 mayo 2023 – 22:53

Desbordantes de pasión, algunas personas critican que se llame exterroristas a los que fueron terroristas y dejaron de serlo. «¡Terroristas, terroristas, hay que llamarles!». No sé a qué vienen tantas voces. Cuando era profesor, y en la última clase de cada curso, les decía a mis alumnos que podíamos mantener el contacto, mientras quisieran. Y remataba: «A diferencia de la de alumno, la condición de exalumno no caduca». En este caso, además, era matemáticamente, y hasta heráclitamente cierto, porque lo único que podía apearles de la condición era ser otra vez alumnos míos y eso era imposible. La condición de exterrorista, como la de examante, sí puede caducar; pero solo a condición de perder el prefijo, y volver a matar y volver a amar. Sin llegar a la caducidad de su condición, el exterrorista sí puede atenuarla: tratar de que su paso por la vida acumule otros merecimientos: ser Premio Nobel, incluso de la Paz, o presidente del Gobierno vasco. Aunque un día u otro la marea de los recuerdos deja a la vista los cadáveres. Para subrayar la evidencia de que solo asesinando de nuevo podrá librarse de su condición reminiscente uso a veces la palabra exasesino. Causa una gran conmoción entre los profetas de la redención y también, paradójicamente, entre los que piensan que la acción de matar a un hombre no caduca. Pero es el pasado lo que no caduca y sobre su carácter irredimible basta preguntarle al muerto. Algunos de los problemas de la gente sensible se solucionarían a la francesa: ancien o ancienne. Pero el nacionalismo español es intratable, y los galicismos su perpetuo dos de mayo. Si pudiéramos escribir «el antiguo terrorista», en el sentido del que fue y no es, se eliminarían las frívolas connotaciones del ex; hasta tal punto llegan que han dado como resultado el rarísimo caso de un prefijo convertido en sustantivo: Persona que ha dejado de ser cónyuge o pareja sentimental de otra. Y tal vez así, à l’ancienne, se aplacaría la sedición radiofónica (sublevación de las pasiones) de cada mañana.
Tales filologías de la hora en que escribo solo tienen una razón y es aflojar el nudo de ver cómo el galán de tranvía chulea a Cuca Gamarra: «¿Sería usted capaz de decir que Zapatero traicionó a los muertos?», y cómo la pobre mujer balbucea sin atinar a lo evidente: «No, señor presidente, sería injusto: es usted quién ha traicionado a los muertos». Filologías por no incurrir en fisiologías.