Actualizado Sábado, 15 abril 2023 – 00:50
A España en su conjunto igual le iría un poco mejor si se pareciese algo más a Madrid

Comprende uno el laberinto de pensar Madrid. No es tarea fácil dilucidar este asunto, cierto. Por eso, cuando algo se resiste a ser expuesto o comprendido, se justifica la navaja de Ockham y buscar la explicación más sencilla. ¿Pero dónde se ha visto que quienes viven de oscurecer las cosas echen mano de la finura? ¿Navaja de Ockham? Cuánto mejor el cuchillo de melonero, ese al que nada se le pone por delante para sacar la tajada.
Le sucedió a la izquierda al perder las últimas elecciones frente a Isabel Díaz Ayuso (y parece que fue ayer cuando la entonces vicepresidenta Carmen Calvo percutía a todas horas en el firme baluarte madrileño: «La extrema derecha y la derecha extrema»). Cómo pasa el tiempo. Aquellos «26 infernales años» ya son 28. A la extrema izquierda y a la izquierda extrema no les había ido mal entonces y a algunos incluso les está yendo mejor ahora: pese a los atropellos, errores y satrapías, ahí siguen en el Gobierno de España tan campantes, en campaña. Puede que sumen. Quiero decir que de la misma manera que la ministra Irene Montero ladró ferina asegurando que no habría ni una sola rebaja de penas a los delincuentes ya condenados por delitos sexuales (y vamos por mil), sus camaradas socialistas han prometido anteayer que tampoco habrá nunca jamás una consulta en Cataluña, como piden sus socios independentistas, o como sus otros secuaces, los exterroristas de Bildu, piden para el País Vasco.
Frente a estos dos nacionalismos tan excluyentes como exitosos (nunca nadie con menos escaños ha logrado tanto ni dividido más), y frente al gallego, de baja intensidad aún (todo es cuestión de tiempo; lo que percute, repercute), el éxito de Madrid no acaba de explicarse, o no acaban de entenderlo. ¿Cómo es posible que a Madrid, hecho de trapos, como un patchwork, no pueda desgarrársele, descosérsele? ¿Quién explica esa cohesión, si no hay aquí una lengua propia ni aspiraciones de anexiones territoriales, si ni siquiera Madrid quiere ser independiente de nadie. Al contrario, si sus gobernantes están haciendo continuos llamamientos para que vengan a trabajar, invertir o vivir aquí a quienes quiera que sean?
Acaba uno de encontrar en «el hecho diferencial madrileño» (El País) la respuesta de la politóloga Sandra León. En la medida en que sus opiniones podrían representar al espectro completo de la izquierda, tan espectral, sombría y hamletiana cuando piensa en Madrid, vale la pena repasarlas. Lo que diferencia el éxito madrileño de los éxitos nacionalistas (no se sabe por qué se refiere al Plan Ibarretxe y al procés como fracasos, cuando a la vista está que nunca independentistas vascos y catalanes han estado más cerca de sus objetivos que ahora), lo que hace que Madrid sea distinta de todas las comunidades, sostiene León, es…
Reconoce que desde un punto de vista electoral el Pp madrileño es un éxito, pero frente a los líderes del Pnv o del Pp gallego, por ejemplo, tan compartidos, «el proyecto del Pp en Madrid se asienta en divisiones ideológicas profundas». Exacto. Han votado en masa a Díaz Ayuso, y parece que seguirán votándola, pero divididos. Asegura también que el «proyecto político del Pp en Madrid no es un proyecto de coexistencia pacífica (…) y habrá culminado cuando las clases medias madrileñas se vuelvan irrecuperables para lo público». O sea, que las clases medias madrileñas no saben votar (al final Vargas Llosa iba a tener razón con aquello de «votar bien», incluidos los barrios obreros que, votando por Ayuso, votaron tan «mal»). Frente a otras comunidades «progresistas», donde los votantes secundan con entusiasmo las subidas de impuestos para ponerlos a disposición de Irene Montero o Yolanda Díaz («Me estoy dejando la piel por mi país», suele repetir esta), en Madrid no. A los madrileños, fachófilos, gandules e insolidarios con los de abajo, los mueve únicamente el ansia de no pagar impuestos, lo que acabará llevando a desmantelar servicios públicos esenciales como la Sanidad. Y así concluye León: «El Pp en Madrid no ha necesitado ser nacionalidad histórica para diseñar su propio hecho diferencial: hacer que su modelo de gestión se convierta en el sello de identidad de este territorio».
Y lleva razón. La gestión está en el origen de los éxitos electorales de la derecha. Nadie tira piedras contra su propio tejado, y los madrileños, como los habitantes de cualquier parte, de izquierdas o de derechas, no son masoquistas y quieren que los servicios públicos funcionen, y si no, no los votarían. Puede uno vivir engañado o equivocado ideológicamente, pero no respecto de su médico, de la puntualidad de los autobuses, de la creación de empleo, de la subida de precios o de los progresos de sus hijos en el instituto.
Comprende uno que Madrid esté en el centro de las preocupaciones de la izquierda. Lo sabe la izquierda y lo saben los nacionalistas vascos (Madrí) y catalanes (Madrit), y lo sabe Díaz Ayuso cuando ha dicho que su adversario en las próximas elecciones madrileñas no es otro que Pedro Sánchez. Lo que distingue a Madrid del nacionalismo de izquierdas o de derechas, lo que diferencia la navaja de Ockham del cuchillo de melonero, es esto: que hoy por hoy Madrid es España, que España sigue siendo Madrid, exactamente desde 1561, y que a España en su conjunto igual le iría un poco mejor si se pareciese algo más a Madrid.