Actualizado Lunes, 10 abril 2023 – 23:55
Un cómico que desde Cataluña se despeña por la sátira garbancera de la Virgen del Rocío no es un antisistema: es otro lacayo de la ideología dominante en su región

Más quisiera Cataluña haber engendrado a Velázquez, ese andaluz con acento andaluz que desenmascaraba a un Papa y enaltecía a un bufón. Hoy Cataluña manufactura tristemente el arquetipo contrario: folloneros que adulan al Papa sin dejar de blanquear la xenofobia nacionalista que no ha dejado de mandar sobre propios y charnegos desde que murió Franco, con quien tanto pactaron. Hace demasiado tiempo que faltan bufones catalanes de verdad, dignos artesanos de la mofa que arriesguen el tipo riéndose del poderoso cercano -el que riega la maceta de su subvención-, no del enemigo mitológico y por tanto inofensivo. No insultemos a los bufones clásicos asimilándolos al humor de TV3, que es una factoría de graciosos de corte, esas figuras serviles que en la comedia barroca siempre hacen pareja con su señor, del que solo se quejan con permiso. Quizá por eso no vuelven los toros a Cataluña pese al amparo legal: se conoce que allí se perdió la costumbre de tener suficientes cojones para torearlos.
Al bufón noble, que apura su libertad en la dirección que no le conviene, hay que distinguirlo del humorista de partido, que lleva toda la vida trabajando en la misma cadena porque nunca ha arañado siquiera la carrocería de la ortodoxia de lunas tintadas que lo transporta de casa al plató. Un rapero o un cómico que desde Cataluña llama al atentado contra políticos del PP o que se despeña por la sátira garbancera de la Virgen del Rocío no es un antisistema: es otro lacayo de la ideología dominante en su región, sin talento individual pero con airbag institucional y línea de crédito autonómico. El último catalán que se tomó en serio la risa fue Boadella, que se burló de Franco tanto como de Pujol y lo pagó con el destierro.
El camino a la verdadera provocación lo señaló Ferlosio llamando a Felipe González «gatazo castrado y satisfecho» en El País cuando el PSOE tenía mayoría absoluta, o cargando contra «la peste catastrófica de las autonomías» y sus cultos aldeanos al folclore local. Reírse de las tradiciones no solo me parece legítimo: me parece necesario. Pero hay que reírse de todas y de mayor a menor en la escala del riesgo personal y del ridículo objetivo. Empezando por esa ¿cultura? ancestral que corta troncos en jerga prerromana o por esa identidad de supremacistas en gafas de concha que disculpa la corrupción mientras se practique entre los sofocos guturales propios de su fonética vernácula. Los madrileños, de momento, se limitan por fortuna a sacar en procesión un tramo rebajado del IRPF.