Actualizado Lunes, 10 abril 2023 – 14:31
Fue un hombre libre que luchó contra los lugares comunes, los progres, los reaccionarios y los prejuicios

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No ha conocido uno a nadie con tanto amor por la literatura ni un lector tan voraz, si le gustaba algo. Cuando entrevistaba a un autor llevaba sus libros erizados de adhesivos de colores. Decenas. Al abrirlos se veían los subrayados como quien ha estado arando el texto concienzudamente. Nos conocimos precisamente en uno de aquellos programas de la tele, Encuentros con la letras, en el que trabajamos juntos uno o dos años. Allí él era la estrella indiscutible, el que hacía mejores entrevistas, y el director le reservaba las figuras importantes y de vitola. Algunas son memorables, documentos únicos (sus dos horas con Ferlosio, por ejemplo). Nuestros compañeros, de su edad y de izquierdas, incluido el director, que había sido falangista, iban también de escritores e intelectuales, y se daban con él grandes ínfulas porque Fernando Sánchez Dragó no había publicado todavía nada. Eso cambió con Gárgoris y Habidis, que le presentaron en un acto multitudinario del Ateneo el Estado Mayor: Dámaso Alonso, García Calvo, Caro Baroja, Savater, Aranguren, Arrabal, creo también que Torrente Ballester… A partir de ese día cambió todo, y pasó de ser uno que hacía entrevistas a alguien al que muchos querían entrevistar.

- REDACCIÓN: JAVIER GONZÁLEZ FERRARI*
Nunca hasta entonces había comprobado yo los estragos de la famosa envidia española ni tenía tampoco uno trato con aquellos compañeros que a mí entonces me parecían de otro mundo y de otra época, pero al ver con cuánta inquina lo despellejaban por los rincones, me puse de su lado. Hasta hoy, en realidad hasta este jueves, el día en que habíamos quedado en vernos, a su vuelta de Castilfrío.
El éxito de aquel Gárgoris y Habidis fue inapelable, como darle la vuelta a los Heterodoxos españoles de Menéndez Pelayo y buscar en las costuras de la historia de España todo cuanto había escapado a la racionalidad, el dogma, el poder, la inquisición, la ortodoxia… Lo llamó «pensamiento mágico». No deja de ser un oxímoron, cierto, pero eso también le gustaba, el filo de la navaja, caminar sobre el alambre, vivir a la intemperie.
Fue, como es sabido, el hijo póstumo de un periodista republicano que asesinaron los fascistas al comienzo de la guerra civil en Burgos. No encontró su cadáver en ninguna de las cunetas donde lo buscó, pero se subió a una escalera para arrancar la placa de la plaza que llevaba el nombre de su asesino. Estuvo también en la cárcel de Carabanchel, se medio escapó y la vida le llevó de una manera anárquica a vivir en varios continentes (en el último de los cuales, Asia, Japón, encontró a la madre de su hijo pequeño, su emperador estos últimos diez años) sin renunciar a nada que le hiciera crecer. Con algunos de sus libros hemos crecido también algunos, los de su memorias, tan llenos de detalles exactos y de verdad. Fue un hombre libre que luchó contra los lugares comunes, los progres, los reaccionarios y los prejuicios. Que la tierra y las necrológicas te sean leves, buen amigo.