La ley del deseo. Salvador Sostres

La primera condición de un padre es saber soñar

Salvador Sostres

SALVADOR SOSTRES

19/03/2023 a las 03:16h.

La primera función de un padre es separar al niño de la madre y enseñarle a desear. Lo que más angustia y nihilismo produce en los jóvenes es no saber lo que quieren. Nadie les ha enseñado a desprenderse de lo emocional, de la inmediatez afectiva de la madre. El llanto y la teta. No han tenido un padre que les separara de la madre y les enseñara a desear más allá de esta inminencia que bloquea el alma y anula el propósito. Nadie les ha enseñado a proyectar su personalidad en un deseo fuerte, ambicioso, fértil. Padres ausentes, egoístas o demasiado débiles.

Las madres son la fuente de la vida y los padres, la base de la sociedad. Las madres piensan que el aborto es una fiesta y los padres se difuminan hasta desvanecerse, extraviados en su nueva masculinidad que es en realidad una bandera blanca de rendición. La destrucción del hombre da padres sin rol, sin ley, sin deseo de mundo mejor. La creciente homosexualidad tiene que ver con esta ausencia. El modo en que tantas chicas se entregan al sexo, también. Estos chicos no están contentos. Tienen iPhone, tienen iPad, tienen todo menos una idea de lo que quieren. El padre no está. El padre es un espantapájaros. Los matriarcados dan hijos que dependen del amor que reciben y no crecen ni se emancipan en el amor que podrían dar.

Ser padre es el rol fundamental. Somos el acto intelectual por excelencia. La madre es el gran acto natural. El padre, la primera objetividad en que el hijo se proyecta, y si no está, la luz no rebota y se pierde entre las sombras; y el deseo gira hacia a lo fácil. Hijos deshilachados, sin carácter para sobreponerse a derechos y caprichos. Hijas que no han aprendido a respetarse porque ningún padre las validó fuera del vientre, ni las afirmó en su poder, y piensan que no lo tienen.

El deseo está proscrito porque el hombre lo está. La primera condición de un padre es saber soñar. Su medida es el alcance de su deseo. La virilidad es el empuje con que enseñamos a nuestros hijos a desear con inteligencia y esperanza. Padre y madre se complementan pero no pueden hacer promedio. Los hijos, en su relación con lo externo, han de mirarse sólo en el padre, y la rebaja materna de cualquier exigencia, por su vínculo umbilical, suma intemperie aunque crea que te protege.

Yo a mi padre he tenido que buscarlo y de algunos de mis amigos dependo mucho más porque les siento como mi antigua estructura rota otra vez puesta en pie. A la edad que ya tengo, es muy extraño sentir que conecto con ellos desde el niño profundo. No sé si ellos se dan cuenta. Nunca me lo dijeron. También siento con mis amigos mucho más jóvenes una inevitable propensión a mostrarles su valor, su fuerza en la mía, y ser su espejo para que crean en su luz, que sus padres nunca vieron.

Las personas más oscuras que he conocido –Jaume Roures, por ejemplo– son las que no haber tenido padre lo han vuelto un resentimiento. Las más generosas son las que convierten su viejo dolor en amor para regalarlo a los que no tienen.

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