Actualizado Miércoles, 8 febrero 2023 – 11:5
Estamos tan acostumbrados al maxilar de hierro del sanchismo que verlo reducido a una quijada de cristal nos desconcierta. Por el ring parlamentario de este miércoles ha deambulado un Sánchez sonado como nunca, en el tembloroso papel del púgil inexperto, como si se hubiera presentado al combate después de una noche en vela. El insomnio regresa al colchón. La coalición colisiona y se desmiga contra sí misma bajo el foco por culpa del desastre legislativo de la ley del sí es sí. Cada violador beneficiado deshace otra hebra de la trenza del Gobierno, y hoy a PSOE y Podemos apenas los sujeta un hilo de coser. Es pronto para adelantar el adelanto electoral, pero en esas condiciones es imposible aprobar una sola ley. El país ahora mismo carece de Ejecutivo funcional.
¿Quién habría apostado hace semanas a la victoria de Cuca Gamarra en una pelea a un asalto contra don Pedro? Pero lo cierto es que Gamarra, luciendo malva feminista, solo tuvo que pronunciar dos cifras -415 rebajas a agresores, 40 en la calle- para poner a Sánchez contra las cuerdas, adonde escapaba buscando el refugio errático del tope al gas, del salario mínimo, de las pensiones. Ni rastro en su rostro de aquella conocida seguridad en sí mismo, cuando se crecía en el caos como el Joker en un incendio. Contra la portavoz del PP y contra Santiago Abascal el presidente se trastabillaba, equivocaba el orden de los refranes, calculaba mal el turno y el micro se le apagaba con la palabra en la boca. Hasta su banco aplaudía con timidez, preocupado por el estado de forma de su señor. Quien ni siquiera se quedó a escuchar a Calviño: salió corriendo. La vicepresidenta, visiblemente desorientada, confesó que se ha comprado una casita que le ha salido muy barata. Tal cual.
Pero la escena más dramática de la matinal la protagonizó Pilar Llop: el espectáculo de los corderos del Consejo de Ministros -cobardes todos- devorando al lobo con una explícita condena de ostracismo. Su silencio de meses la convierte en cómplice de la calamidad legislativa, pero en las últimas horas ha sido la única que ha hablado no ya como jurista sino como adulta. Ha hecho algo tan revolucionario bajo el régimen sanchista como decir la verdad: nada de esto ha sido un problema de interpretación de los jueces, sino de una ley mal hecha que pena más el robo que la violación. Punto. Verla completamente sola en el banco azul, después de asumir ante el PP su responsabilidad por la tétrica chapuza sin desviar la atención ni invocar al franquismo, invita a pensar que su cabeza será servida en bandeja a doña Irene Montero en la inminente remodelación del gabinete si con ello cree Pedro que sutura la hemorragia del monstruo de Frankenstein. Es la clase de violencia contra la mujer que define el estilo sanchista de ejercer el mando.
Por lo demás, Vox no quiso despejar la incógnita Tamames, quizá porque haya empezado a arrepentirse, pero trató de vincular la suelta de violadores con el ataque yihadista de Algeciras. Cómo estará Sánchez que su único acierto del día consistió en citar unas palabras de la Conferencia Episcopal en favor de la tolerancia.
Supimos que se trataría de una sesión definitivamente rara cuando Rufián se presentó en el pleno con el estilismo de un alcalde del PP valenciano de los noventa -traje abotonado oscuro, corbata cobalto-, para fingir indignación por las hazañas sexuales de Rabocup. Ya saben, el poli que se infiltró hasta la cocina sembrando el underground indepe de amor español. Si ERC culpa a Sánchez también de esto es que la legislatura ha entrado en vía muerta. Ya solo Rabocup podría levantarla. La legislatura.