Como quiera que una de las principales actividades cotidianas de mi vida ha sido leer, y dado que he llegado ya a una edad veterana, me ha parecido buena idea comentar algunas de las lecturas que me han acompañado e impresionado a lo largo del tiempo, mas que nada por si pudiese orientar sin dejar de entretener a algún joven lector, o no tan joven, o por si alguien pudiera aprovechar algunas conclusiones, siempre provisionales, a las que he llegado.
Aunque creo no haberme perdido ninguna de las grandes novelas clásicas, especialmente las españolas, confieso que desde hace muchos años leo poca narrativa; la necesidad de que me cuenten historias me la procura el cine, -aunuque ya sé que son disciplinas diferentes y que se disfrutan ambas- y ahora, las plataformas televisivas, que por cierto me dan la oportunidad de gozar del cine que más me gusta, el clásico. Quizás por mi querencia natural al ensayo siempre que se me presenta la oportunidad de leer narrativa me pregunto: ¿Para qué, estando ahí las reflexiones y ensayos de Montaigne, Jules Renard, Josep Pla, Vargas Llosa, Ignacio Peyró, Chesterton, Xavier Pericay, Jean Francois Revel, Wiesenthal, Savater, Andrés Trapiello o Stefan Zweig, entre otros muchos? La mayor parte de los libros que leo tratan de historia, política, sociología, economía, biografías, memorias, viajes, reflexiones….
Dediqué muchos años de mi juventud a leer a los clásicos del marxismo y del materialismo histórico. Auqellos textos, leídos con la fe del converso, me incitaron a la militancia en la izquierda clandestina durante los últimos años del franquismo. Esa fiebre me duró hasta finales de los ochenta, si bien el referendum OTAN del 86, -en el que fui de los pocos de mi entorno de amigos, si no el único, que voté sí-, constituyó un primer hito en la quiebra de mi pensamiento zurdo. A pesar de que aquellas lecturas fueron definitivamente negadads y abandonadas al final de la treintena, debo reconocer que me aportaron cierto provecho: me acostumbraron a analizar las situaciones sociales y políticas con más detenimiento y profundidad, me dieron un método de trabajo, me ofrecieron una explicación coherente y “tranquilizadora” de la realidad, aunque equivocada a mi entender actual, y sobre todo canalizaron mis ansias por mejorar el mundo.
Tras renunciar a la revolución, anclaron en mi pensamiento las ideas socialdemócratas durante un cierto tiempo, pero ya como una forma de conocimiento y análisis, y no como una manera de activismo político. Con la madurez llegó el liberalismo. Durante años me dediqué a leer a los mejores liberales clásicos y actuales, y a constatar la superioridad argumental y práctica del liberalismo frente a otras doctrinas de la izquierda de donde provenía. Por citar algunos autores de memoria: Hayek, Von Mises, Milton Friedman, Popper, J.F. Revel, Raymond Aron, etc. He tenido la suerte de conocer personalmente a los grandes liberales españoles, Pedro Schwartz, Carlos Rodríguez Braun (que prologaron sendos libros míos), Antonio Escohotado, César Vidal, Daniel Lacalle, Domingo Soriano, Manuel LLamas… y de leer a otros como Jesús Huerta de Soto, Jiménez Losantos, Lorenzo Bernaldo de Quirós y J.R. Rallo, etc. Me considero un liberal no doctrinario; creo que el estado debe intervenir con calidad y eficacia en casos de desesperación o mala suerte (no vale la beneficencia cutre), pero tiendo a rechazar el colectivismo universal: el servicio obligatorio estatal para todos es un lastre económico de altísimos impuestos, injusto, caro y de mala calidad. Pero sobre todo coactivo, liberticida. En realidad el liberalismo no es una doctrina cerrada o una ideología sistémica, sino la natural defensa de la libertad individual, especialmente frente al estado, que junto a la igualdad ante la ley y la sepración de poderes constituyen las auténticas grandes conquistas de la contemporaneidad frente a la coacción colectivista y la igualdad de resultados del socialismo de todos los partidos y todos los tiempos. Quiero citar por últimmo a dos grandes ensayistas como Fukuyama y Guy Sorman.
Pero como decía a principios de este texto, en según qué epocas, también he leído novela. Especialmente hasta la treintena, devoré los príncipales clásicos españoles, a los cuales vuelvo de vez en cuando en forma de picoteo, para disfrutar de determinados pasajes o releer episodios que me gustaron. Por ejemplo, en estos momentos que amplío y corrijo este artículo (21 de junio de 2023), releo a Azorín y a Pío Baroja. De todos aquellos clásicos y aún a riesgo de olvidar más de uno, citaré algunos de esos libros o autores que han quedado en mi memoria, como la Regenta de Clarín, Fortunata y Jacinta y los Episodios Nacionales (con Gabrielillo nacido en La Caleta), de Pérez Galdós, y Pepita Jiménez de Valera. De las generaciones del 98 y del 27 me he asomado a casi todo, y del siglo XX Viaje a la Alcarria y La Colmena de Cela, Umbral, Vázquez Montalbán, Delibes, Marsé,,, De los contemporáneos el único que me gusta es Trapiello, no he podido nunca terminar una novela de la generacion “del ladrillo”, Muñoz Molina, Cercas, Millás o Javier Marías (a Javier lo disfruto como articulista).
Si hablamos de la narrativa universal, debo mencionar el tiempo que dediqué a los rusos: Crimen y Castigo quedó en mi memoria, pero Guerra y Paz nunca la pude terminar a causa de la dificultad de identificaar a los numerosos personajes. Algunos franceses han permanecido gratamente en mi recuerdo como Stendhal (Rojo y Negro y La Cartuja de Parma), muy sutiles psicologicamente, y el magnifico Flaubert de Madame Bovary. Otros no he podido digerirlos, como Proust. Aprovecho la ocasión para decir algo que horrorizará a algunos: ¿de verdad alguien ha podido leer el Ulises de Joyce? Leí en su momento a los existencialistas, pero ahora coincido con una amiga que dice que volvería a nacer pero siempre que se saltara la depresiva época que leyó a los existencialistas. Recuerdo con verdadero placer el tiempo en el que leí la novela negra americana, especialmente a Dashiell Hammett. Con respecto a las Memorias, se me han quedado grabadas las de Rousseau, Juan Goytisolo, Sánchez Dragó, Revel, Fernán Gómez, Marsillach y John Huston.
También leí poesía en mi juventud, casi siempre de la famosa editorial Losada, en la que publicaban sin problemas todos los poetas supuestamente censurados del franquismo: León Felipe, Alberti, Machado. Lorca, Aleixandre, Cernuda, etc. Ahora, cuando recurro a ella es para paladear de nuevo los poemas que me marcaron estética y filosóficamente: por citar algunos, las Coplas de Jorge Manrique, los sonetos de Quevedo -“polvo seré, mas polvo enamorado-, el Lope de “el que lo probó lo sabe”, los poemas de amor de Salinas, la modernidad formal y conceptual de Gil de Biedma, la prosa lírica de Juan Ramón Jiménez, y el “cancelado” Agustín de Foxá, con sus insuperables epigramas y su prodigioso soneto Melancolía del desaparecer, autor además, de la mejor novela sobre la guerra, Madrid, de Corte a Checa.
He estudiado y leído con pasión durante muchos años, y sigo, la Historia contemporánea española, especialmente el siglo XIX y muy obsesivamente la II República y la Guerra Civil, sobre las que he escrito diversos artículos. He seguido con agrado la trayectoria de escritores e intelectuales españoles de los años 30, 40 y 50, muy superiores en general a los actuales. Hace muchos años descubrí la historiografía liberal conservadora, refutadora del marxismo histórico, con nombres como Stanley Payne, Pío Moa, Togores, Salas Larrazábal, De la Cierva, Miguel Platón, etc. Respeto no obstante a Hugh Thomas, pero no a Preston, Beevor y a toda la escuela filo-frentepopulista posterior a Pierre Villar.
Siempre he considerado el humor más de derechas (la derecha es más relajada), salvo que consideremos humor lo que hace el Gran Wyoming. La excepción se da en la época de Hermano Lobo y Por Favor, con los geniales Forges y Peridis. Chesterton, Mihura, Cela, Julio Camba, Muñoz-Seca, Fernández Flores, Azcona, Gómez de la Serna, Tip, Arniches, Edgar Neville, la tradición de los epigramas, etc. La Codorniz decía cosas hoy imposibles (Merecerían ser verdad los titulares que se le atribuyen: “Reina un fresco general procedente de Galicia que tiende a dominar toda la Península de forma permanente” o “Ya tiene el Golfo de Cádiz su puente: José León de Carranza”). Hoy esa tradición continúa en los divertidos artículos de Alfonso Ussía o Antonio Burgos.
Soy un adicto a la prensa diaria. Leo todos los periódicos que puedo, especialmente la sección de Opinión. Me gustan muchos columnistas. Echo de menos a los grandes maestros, como Umbral, Manuel Alcántara o Campmany, ya desaparecidos. Pero también disfruto con los actuales. Vivo como un regalo cada artículo de Salvador Sostres, igual que cuando llegaba un nuevo disco de los Beatles o una nueva película de Woody Allen. Es el articulista más brillante, del que me gusta lo que dice y cómo lo dice (no soy creyente, pero me parece muy rompedor y valiente aquello de que “lo verdaderamente revolucionario es rezar un padrenuestro despacito”). Hoy resulta provocador elogiar el talento frente al igualitarismo empobrecedor, así como defender la excelencia, o si ustedes quieren el lujo, especialmente en restaurantes y hoteles, como fórmulas de aspiración a una vida espiritual superior (“no hemos venido a este mundo a comernos un pollo asado los domingos”). Últimamente estoy muy pendiente de Jorge Bustos, Guy Sorman, Trapiello, Girauta, Juaristi, Vidal Quadras y Javier Marías. Me intranquiliza que Javier no haya vuelto a su columna desde finales de julio. Sigo desde siempre al gran Federico Jiménez Losantos, Luis Ventoso, Antonio Naranjo, Juan Van Halen, Cayetana A. de Toledo, Ignacio Camacho, Edurne Uriarte, Carlos Herrera, etc. Arcadi Espada es brillante, pero su rebuscada prosa está hecha más para el lucimiento narcisista que para ser digerida con agrado. Deploro en parte, aunque a veces los leo, a Pérez Reverte y a Cercas, y en general a los colaboradores del diario que está independizado de la mañana. Necesito vivamente que sigan mucho tiempo con nosotros Vargas Llosa, Savater, Alfonso Ussía, José Luis Garci, Andrés Amorós, Luis Alberto Cuenca, Chencho Arias y Carrascal.
Me dejo, por último, en el tintero, otros muchos nombres que me interesan, como no podía ser de otra forma en un texto escrito de memoria y con vocación de entretener. Se puede no obstante echar un vistazo a la lista de “temas” que aparecen aquí en mi web, ahí estarán casi todos.
P.D. Este artículo fue publicado el 10 de septiembre de 2022 tras algunas actualizaciones. Hoy domingo 11 de septiembre me entero desolado de la muerte de Javier Marías. A partir de ahora, los domingos por la mañana ya no serán igual sin él. DEP
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