Hay que echarla de la boca. Por Arcadi Espada

Pedro Sánchez, en la tarde del miércoles, llegando al Senado.
Pedro Sánchez, en la tarde del miércoles, llegando al Senado.Rodrigo JimenezEFE

Presidente Pedro Sánchez:

No voy a cumplir su orden y no llevaré mascarilla en el exterior por más que el Real Decreto que está usted preparando me obligue a ello. La razón es la misma que si usted me obligara a llevar un lazo amarillo en la solapa o una ropa interior de color azul celeste: la arbitrariedad. Sus caprichos que sean sus caprichos; pero no puede usted obligarme a ser cómplice de ellos. Sé que usted goza de la legitimidad democrática más convencional e indiscutible; y se la respeto. Pero, a mi juicio, esa legitimidad no le autoriza a dictar normas que contravienen el sentido común, la opinión científica establecida y el ejercicio de los derechos individuales. Así pues trataré en la medida de mis posibilidades de que usted no vuelva a gobernar España, como trataré de que no lo sustituyan las personas que en la oposición o en la coalición parlamentaria que lidera defienden las mismas absurdas y dañinas ideas. Pero, por el momento, es usted el que gobierna y del que debo defenderme. Por mucho que se empeñe no hará de mí, por decreto, ni un astrólogo ni un homeópata ni un tirador de cartas. Usted es incapaz de presentar un solo estudio científico que justifique la necesidad del uso de la mascarilla en exteriores. Ya prescindió de esa certificación científica cuando decretó, según la legislación a día de hoy aún vigente, que la mascarilla sería obligatoria a la intemperie cuando la distancia de seguridad no pudiera garantizarse. Pero ahora no es que prescinda: es que se ríe usted abiertamente de ella al obligar a su uso con independencia de la distancia.

Tendrá usted sus aliados en el ejercicio de la arbitrariedad, soy consciente. El primero, algunos policías. Trataré de evitarlos en mis paseos a la intemperie. Obedeceré sus órdenes si me obligan a calzarme el tapabocas, para burlarlos en cuanto doblen la esquina. Incluso pagaré sus multas si se dan la vuelta asimismo y no me queda otro remedio. El ejercicio de la libertad racional tiene consecuencias. Más peligrosos serán los policías de balcón, esos ciudadanos nacidos de la arbitrariedad y macerados en la humillación, que se creerán, erróneamente, en el deber democrático de intimidarme, de insultarme y hasta de agredirme por no cumplir con la ley. Desde ahora mismo descargo en usted toda la responsabilidad de cualquier incidente que me pueda sobrevenir, aunque desgraciadamente no podrá compartir conmigo ni la vergüenza ni la violencia que la superstición provoca. Ignoro la razones que habrá tenido para tomar una decisión que no tiene precedentes en ninguna civilización cercana. Sé de usted que es un frívolo desacomplejado, un oportunista minucioso y un ignorante general. Pero en este asunto, presidente, no cuenta lo que usted sea sino lo que soy yo.

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