Los niños son el gran obstáculo en el camino de la revolución cultural progresista

Pero qué está pasando en España con los niños. Qué odioso personaje dickensiano ha declarado a la infancia enemigo del pueblo igualitario, de la mujer empoderada, del planeta amenazado. De qué cabeza neurótica salen las huelgas de juguetes y los planes de rediseño de los patios. A quién le interesa tanto intervenir la soberanía lúdica de los críos para que aprendan a replicar cuanto antes las patologías interseccionales de adultos politizados hasta la arcada. Cuándo dejó la izquierda de conmoverse con Oliver Twist y pasó a simpatizar con Scrooge, solo que sin la pasión por la cultura del esfuerzo de Scrooge.
Qué pasó con las menores prostituidas en Baleares bajo tutela pública, quién mantiene este espeso silencio. Qué trucado rasero pone sordina al caso del depredador sexual de menores que fue marido de la vicepresidenta de la Comunidad Valenciana. Por qué arroparon a Infancia Libre y no renegaron de ella cuando se destapó su condición de red criminal dedicada a la sustracción de menores con coartada feminista. Cuándo cedió la izquierda el testigo de los derechos civiles a la derecha, que es la que hoy pone el grito en el cielo enrarecido de Canet de Mar, donde se trata de apestado a un niño de cinco años solo porque sus padres se atrevieron a desempolvar su pisoteada ciudadanía. De qué seso derretido por la sudorosa fricción con la tribu identitaria nace la necesidad de subvencionar una Stasi lingüística en el recreo. Qué brote de cinismo -o peor, de fanatismo- agusana las meninges de un Consejo de Ministros que por sumisión a sus propios fetiches doctrinarios indulta a una delincuente bajo cuya custodia fue violado su hijo.
Una sociedad antinatalista y pedófoba -la pedofilia es otra pedofobia- está enferma. El interés superior del menor, como otros hitos de nuestro ordenamiento jurídico, está cediendo al interés superior del político de izquierdas, que hoy es un superniño celoso. Un narciso que adora a la humanidad en abstracto pero ignora a los niños concretos sin un papel en su agenda histérica. Los niños no votan, no tuitean, no comprenden la maldad de las hamburguesas y distinguen con excesiva nitidez el género de sus compañeros. Los niños son el gran obstáculo en el camino de la revolución cultural progresista, porque basta tener un hijo para experimentar la viva necesidad del conservadurismo: la vida te encarga conservar otra vida. El joven que se convierte en padre y la joven que se convierte en madre aprenden de golpe la superioridad de la biología sobre la ideología. Y eso no puede consentirlo quien vive de la segunda.