Recuerdos de antes de la Transición (I)

Nunca asistí a las primeras reuniones del grupo Marejada, pero sí tuve información de primera mano de dos de los participantes, Ubaldo y Epi. Ambos me contaron que en aquel momento les dijeron que la política quedaba fuera de esas reuniones, por lo que poco menos que les señalaron el camino de salida. Recuerdo que por aquel entonces formamos un grupo amplio, con Ubaldo y Epi también, para estudiar la Historia de la Filosofía y “comprender” la evolución del pensamiento humano. El que más y el que menos se había introducido ya en el marxismo y estaba deseando llegar al siglo XX, lo que finalmente ocurrió de forma precipitada tras la llegada al grupo de un auténtico “monstruo”, Emilio Martínez, que acabó con el chiringuito mostrándonos que no se trataba tanto de “interpretar el mundo como de cambiarlo” (marxismo puro), lo que acompañó de sesudas explicaciones sobre el capital y la explotación obrera. El resultado es que de una forma u otra, cada uno por su cuenta, todos acabamos en el PC. Algunos terminamos siendo dirigentes estudiantiles e incluso locales y provinciales.  

Mucho mas tarde, -en la Transición, no es lo mismo 1974, fecha en la que te jugabas la cárcel, que 1977, año de la legalización del PC en el que ya se veía quien iba a controlar la cultura-, algunos de los que llevaban la voz cantante en Marejada, ahora sí, entrarían también en el PC. No era el caso de Ripoll, que vivía en Madrid y fue pecero desde la primera hora: recuerdo en Madrid, que la policía le pegó en la manifestación que iba a la cárcel de Carabanchel, donde estaba Marcelino Camacho.

Aquel PC de la clandestinidad era muy distinto al de los últimos 35 años; era el PC de la reconciliación nacional y el “compromiso histórico” con la derecha. Al principio éramos cuatro gatos en la universidad. Antonio Álvarez Rojas, y su mujer Maite, que estudiaba en Granada, fueron los verdaderos reconstructores de aquel PC universitario gaditano. En el comité de la facultad de Letras estábamos Pepe Vera y Frau Atero. En el comité universitario, y procedentes de Medicina, estaban también Epi de Serdio, Paco del Río, Justo Juliá, Elena, Manolo Huerta, Miguel Angel Reyes y Salvador Pascual, además de otros.

Recuerdo que una de las primeras entrevistas periodísticas nos la hizo, a Epi y a mí, Juan José Téllez. Debió de ser por la calle Solano o Jesús Nazareno quizás. Téllez era muy joven y apareció vestido con traje chaqueta antiguo (un poco a lo Eutimio), lo que nos produjo cierto pavor, pues pensamos que podíamos haber caído en una trampa de la policía, la “social”, como llamábamos a la policía franquista (su nombre era policía político social).

Muchos años después, Téllez hizo una Historia de la Transición y preguntó  por mí a otro “camarada” de entonces, Antonio Trujillo, aunque al parecer al final omitió mi nombre (¿se le olvidó o seleccionó sólo a los que seguían en la izquierda en ese momento, a los no “traidores”?). Quién hizo un capítulo muy completo sobre aquella época fue el profesor Millán Chivite, un hombre bueno desaparecido prematuramente. Fue en La Historia de Cádiz, de Silex. El vivió todo aquello y conoció el paño de primera mano.

Si hubiese que poner plaquitas recordatorias sobre donde nos reuníamos en la clandestinidad la organización estudiantil del PC gaditano, que llegó a tener decenas de militantes, habría que señalar especialmente la casa de la abuela de Epi (que murió por aquellas fechas), en la calle Santo Cristo. Allí nos reuníamos a todas horas, especialmente el comité universitario (además de ser lugar de encuentro amoroso de parejas que se formaron en la organización), y donde tuvo lugar el triste principio del fin de aquella época: se celebró una asamblea general de militantes donde muy pocos defendimos la aceptación de la bandera y la monarquía (creo recordar que también Epi y Paco del Río). La gran mayoría votó en contra, aunque claro, el “centralismo democrático”, ja, hizo que siguieran para adelante las directrices de la dirección de Madrid.

Otras casas donde nos reuníamos estaban en las calles (no recuerdo los números) Javier de Burgos, Hibiscos, las Brisas, Puntales… En la calle Jesús Nazareno, Frau y yo fuimos destituidos de todos nuestros cargos (éramos “cuadros”, como se decía, y fuimos bajados a la “base”), porque nos negamos a votar a favor de una propuesta sectaria del partido en una asamblea, con el desconcierto de los militantes. Se nos pidió a ambos un gesto típicamente comunista, que nos hiciéramos autocrítica (nos auto culpáramos), cosa que nos negamos a hacer: se trataba un poco al equivalente de los procesos de Moscú (salvando las inmensas distancias, claro), donde los condenados, encima, se echaban a sí mismo la culpa, a veces antes de ser fusilados. Fue también el principio del fin de nuestra militancia. Ambos nos fuimos en autostop a París el verano decisivo del 76 en el que todo el mundo parecía antifranquista y en el que se celebró el famoso acto de Chaminade en San Felipe Neri (no estaban todos los que fueron ni fueron todos los que estaban), cuyas fotos son bien conocidas.

Algún día contaré la cantidad de malentendidos y situaciones cómicas que tuvieron lugar a propósito de nuestros sobrenombres. El mío era “Felipe”, quizás porque recordaba a “Faly”. Más de una vez por error, algún amigo cotidiano y conocido de mi familia, preguntó por teléfono en mi casa de Libertad por “Felipe”, ante el estupor de mi madre.

Los del PC gaditano eran (éramos) hijos de la burguesía alta, media o baja de Cádiz capital, algunos hijos de familias de gran renombre, en otras palabras, individuos educados, cultos y moderados. Los del MC también. No así los de la Joven Guardia Roja, estudiantes muy radicales todos procedentes de los pueblos de la provincia, entre los que destacaban los de Sanlúcar y Trebujena. Eran conocidas sus intervenciones en las Asambleas por su pertinaz ceceo.

El PSOE que actuaba en la capital también era más comprovinciano que capitalino, aunque con figuras de gran nivel cultural como Alfonso Perales, Ramón Vargas Machuca, Rafael Garófano o José Luís Blanco (hablo de memoria de los que conocí). La excepción en la capital fue Jaime Pérez Llorca, gaditano de pura cepa, a quien conocí más tarde; durante una época tuve el honor de ser invitado en su casa de la Alameda, para charlar de lo divino y humano. En honor a la justicia hay que decir que en Cádiz, al contrario que en la mayor parte del resto de España, el PSOE sí tuvo una presencia antifranquista importante. Militantes de primera hora que conocí fueron Paco Blanco (amigo y compañero de carrera, que unas veces era delegado él y otras yo), Celia Sabaté, hermana de la madre de mis hijas, Francisco Cabaña, etc.

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