El pasado fin de semana enseñé Cádiz a unos amigos de Sevilla. Vinimos en el Comes, que iba lleno de guiris, como siempre. La ciudad está como la dejó Teófila, de dulce. Hoy hablaremos del paseo del sábado, y el próximo día, de los interiores visitados el domingo, ambos a modo de guía resumida.
Desde Puertas de Tierra nos dirigimos por “el barrio” a Santo Domingo para ver su bello patio claustral. El convento fue quemado en la República por “los progresistas” dos veces, algo ocultado por la memoria oficial. Desde la espléndida San Juan de Dios actual, nos encaminamos a La Sopresa, después de que mis amigos quedaran seducidos por la belleza de la catedral. El vino y las tapas de Borrell, exquisitos.
Comimos en La Candela, donde probamos un excelente palo cortado (8 euros la copa, pero lo merece) y mejores tapas. Tras echar un vistazo al quizás único café romántico-histórico de España, el Royalty, por fin atestado de público, fuimos por Ancha –ese símbolo del prestigio decimonónico de Cádiz- a Los Italianos, un clásico del helado y de la educación sentimental. Después un recorrido muy gaditano: la monumental e histórica San Antonio, Casa Mayol (modernista), Mina (colonial), y la plaza de España, rodeada del majestuoso neoclásico. El monumento a Las Cortes fue construido, ay, para ser visto desde el mar.
En la plaza de Arguelles sólo hay una vetusta placa dedicada al “divino”, uno de los padres de 1812, y en cambio una gran estatua a Miranda, el venezolano que combatió a España, hoy homenajeado por Maduro. No es el único caso de masoquismo urbano.
A pesar del viento seguimos por la romántica Alameda diseñada por Talavera, el de los Jardines de Murillo de Sevilla. Al pasar por la casa de los Pérez Llorca pensamos en la reciente desaparición de José Pedro, uno de los padres de la Constitución del 78, y recordé las ilustradas charlas con su hermano Jaime. Parece que fue ayer cuando el vandalismo se cargó la “Fuente de los niños” de Benlliure, en el Baluarte. En el Parque eché de menos la delicada estatua “Niños bajo el paraguas” –en restauración-, reflejo del antiguo cosmopolitismo de Cádiz. El último receso lo hicimos en el Atlántico, puesta de sol incluida. Por fin llegamos a la Caleta, aunque el fuerte poniente impidió una parada recreativa. En la Viña, ya cansados, cenamos pescaíto.