Érase una vez América (I)

Acabo de regresar de mi tercer viaje a Nueva York y el primero a San Francisco. Según Sostres los EEUU son la mejor idea que ha alumbrado la Humanidad en siglos. Por mi parte considero que no ir a Nueva York, al menos una vez, es como vivir en tiempos del imperio romano y no visitar Roma. Aunque el espíritu y la energía de esta megalópolis permanecen intactos, algunas cosas han cambiado. Ahora se ven muy pocos vagabundos, la contaminación se ha reducido considerablemente, sale menos vapor de las alcantarillas (una pena) y han resurgido con más brío y altura nuevos rascacielos. Es impresionante contemplar los levantados en la Zona Cero, especialmente el One World Trade Center, el más alto de la ciudad. El Memorial 9/11, un bello lugar cargado de reflexión, lo conforman dos fuentes situadas en el lugar de las Torres derribadas con inmensas cascadas que caen hacia el interior de la tierra y rodeadas de árboles, uno de los cuales sobrevivió milagrosamente al derrumbe.

Tras repetir experiencias conocidas, como tomar el magnífico aperitivo del Hotel Plaza, pasear por el puente de Brooklyn o subir al Empire, esta vez fui por primera vez a una Misa Gospel en una de las iglesias de Harlem. La misa, lejos de la solemnidad católica, se presenta como un espectáculo de música espiritual cuyo apasionado ritmo es seguido por la comunidad negra. En la Frick Collection, un museo de los aconsejables, pequeño y con pinturas de los mejores -Tiziano, Vermeer, Rembrandt, Goya, Piero de la Francesca, etc.- quedé sobrecogido ante el cuadro de Bellini que describe la misma “Visión de San Francisco” de nuestro maravilloso Greco del Hospitalito de Mujeres, si bien de estilos muy distintos. También descubrí un cuadro de Manet dedicado a los toros. Otro gran artista taurófilo que se añade a la numerosa lista de Andrés Amorós.

Como siempre, lo peor fue la comida –hay que gastar si se quiere comer bien-, las propinas “obligatorias”, los altos precios, ay, en especial de la cerveza y el vino, el olor a óxido de los puestos de perritos calientes, las aglomeraciones y el árbol del Rockefeller, muy sobrevalorado. Lo mejor esta vez, la espectacular iluminación navideña y la habitación del hotel, en una planta 19, haciendo esquina con la sexta y rodeada de rascacielos. En la próxima columna, San Francisco.

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