Debate cínico

El caso Cifuentes reclama unas reflexiones que, me sorprendo, han estado fuera del debate mediático.

Lo de Cifuentes es un caso mínimo en comparación con los ERES, el latrocinio más importante de la democracia española, que se juzga estos días. Sin embargo, asombra que el tiempo (y el dinero público) empleado en debatir una chapuza académica –que por otra parte, y con toda razón, ha generado la dimisión de la presidenta- haya sido aplastante en relación con el dedicado a los 224 imputados de la Junta, entre los que hay dos expresidentes, a los que si se mencionan, es para decir eso de que “Chaves y Griñán no se han beneficiado”.

¿Que no? ¿No son los ERES el símbolo de un sistema clientelar que ha logrado un record internacional de mantenimiento en el poder del PSOE andaluz (es decir, de ambos políticos)? Respecto a beneficios particulares, lean en internet “La tela de araña” sobre la relación de la familia Chaves y la Junta.

Es también llamativo que no se haya reparado en los diferentes efectos políticos que tiene la mentira según el partido que la profiera. Todos los grupos tienen cargos que han falseado sus curriculums o trampeado en la Universidad. Recordemos la beca de Errejón, de Podemos, o la mentira de la licenciatura de José Manuel Franco, en el PSOE, en tiempos del rector Gabilondo, que ni se inmutó. También Sánchez calló ante la alcaldesa de Córdoba, que falseó su diplomatura. Ni Rivera censuró la tramposa titulación en Pedagogía de Toni Cantó. Ninguno ha sido cesado, con el argumento de que ya han corregido la trampa, algo que también ha hecho Cristina, sin que le haya valido de nada. Conclusión, se aplica el microscopio a las faltas del PP y se es laxo con las otras. Detrás de este cinismo ético se halla la incomprensible superioridad moral de una izquierda que, no se olvide, viene de los totalitarismos más horribles del siglo XX.

Por fin, tampoco este minicaso ha levantado un debate que podría haber sido productivo, el de las excesivas expectativas sobre la pureza política. Claro que la honradez y la coherencia son valores necesarios para una convivencia de calidad democrática, aunque yo hace tiempo que no creo en la pureza. Pero por el modo como se utilizan para servir de arma arrojadiza, los estamos convirtiendo en la bandera del resentimiento y del infumable populismo.

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