Aunque sé que la idea de Civilización se desvanece fuera de Occidente, reconozco el papanatismo que asola a la sociedad española ante el mito de Europa. Se nota en todo. Empezando por la admiración hacia una clase política europea mucho peor que la española, en especial en Francia, donde han sido encausados varios Presidentes de Gobierno, o en Inglaterra, donde la propia reina ha sido pillada con dinero en paraísos fiscales. Y siguiendo por la adoración boba hacia una socialdemocracia que nos confisca el 50% de las ganancias.
Esa fascinación cateta se extiende a una prensa europea que sigue proyectando una imagen de España vinculada al franquismo, a pesar de que somos la 12ª potencia democrática. Una prensa que olvida que Europa fue, antes de Franco, un enjambre de dictadores, de izquierdas o derechas: Stalin, Pétain, Dolfuss, Salazar, Mussolini, Hitler, Terboven (Noruega)… Digo más, que silencia que Europa, -excepto Gran Bretaña- le debe la democracia a EEUU. Si las dictaduras no duraron tanto en el continente fue porque los soldados americanos lo impidieron. España en cambio se dio la democracia a sí misma. Por ese lado, el complejo de culpa debería estar instalado en esos países, y no en nosotros.
Sin embargo, la prensa occidental -en su inmensa mayoría, como aquí, instruida en facultades progres-, sigue pensando sobre España como si de un país africano se tratase. Es lo fácil, recurrir al tópico franquista, ése que esperan sus lectores de siempre sobre nuestro país (como en Cádiz se espera que se hable de miseria, aunque somos la capital de más renta de Madrid al Sur, y de muchas de Madrid al Norte: INE, ABC, 21-06-2017). De ahí la mirada europea que sobre Cataluña ha dominado: denuncia de la “represión” (aún no han rectificado las portadas de los 800 heridos graves), ocultación de las manifestaciones proespañolas, horror por los “presos políticos”, y silencio sobre la falta de garantías del “referéndum” de octubre.
La BBC, Le Monde o The Times, o el propio NYT, siguen siendo grandes medios, pero en manos de una clase progre no reciclada que alberga una gran empanada mental desde hace demasiados años. Es hora de perder el asombro por el “progresismo” mediático de Europa, similar al español: sesgado, pretencioso, anticuado, ignorante y subsidiado.