La placa

La “recuperación de la memoria histórica” comenzó a propagarse en la segunda legislatura de Aznar. La izquierda político-mediática aceptó de mal grado la segunda victoria del PP y, como señala el historiador Stanley Payne, empezó a falsificar la Historia para deslegitimar al centro derecha democrático. En Cádiz, la “memoria” fue traída por siniestros colectivos subvencionados, cercanos al PSOE, aunque en realidad se hizo notar con Podemos en el poder. Comenzó el disparate con la inculta purga del busto de Mercedes Fórnica, y con la aún menos comprensible retirada del cuadro del Rey constitucional. En los últimos tiempos la “memoria” ha consistido en poner placas que evocan los más terribles episodios de nuestra guerra incivil. Cádiz fue una ciudad tomada prontamente por los nacionales, por lo que aquí la barbarie vino siempre de ese lado. Pero en territorio “republicano” -en realidad, de dominio revolucionario- hubo checas, genocidio religioso y matanzas inigualables, como Paracuellos. Antes, en la República, el embate izquierdista hizo quebrar la legalidad republicana, con el resultado de cientos de muertos. La Iglesia no pudo celebrar libremente sus cultos, la propiedad privada fue violada, y las derechas, perseguidas. En Cádiz por ejemplo, se suspendieron la Semana Santa y el Corpus, los Hermanos de la Salle fueron expulsados y despedidos a hombros, hubo atentados políticos contra conservadores, ardieron iglesias bajo la pasividad gubernamental -La Merced fue destruida-, se atentó contra el Diario de Cádiz, etc. ¿Ponemos una placa en favor de la libertad religiosa donde el colegio de La Salle fue quemado por la turba? ¿La ponemos a favor de la libertad política en los centros públicos cuyos docentes fueron purgados por no ser “republicanos”, y así sucesivamente por todo Cádiz? Ya es hora de respetar de una vez por todas la reconciliación de 1978, y de considerar la guerra como un episodio histórico, trágico, en el que los españoles, todos, lucharon entre sí por defender unos ideales. Eso sí, unos ideales escasamente democráticos en general (y tiránicos en el caso de los antecesores de Podemos). Salvo los de una minoría moderada presente en ambos bandos, como Ortega o Marañón a favor de Franco, y Juan Ramón o Campoamor a favor de una “República” ya inexistente (y de la que huyeron).

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