Si el estalinismo está durando 57 años en Cuba es por la ayuda de la propaganda exterior. No es por presumir, pero llevo treinta años denunciando lo que algunos anticastristas sobrevenidos han descubierto de repente sobre la tiranía cubana. No todos, porque muchos sesentones serán ya incapaces de aceptar el desengaño del fracaso. En Cádiz sin ir más lejos, ha habido una complicidad crónica con Castro por parte de una izquierda mediática (valga el pleonasmo) y política, intelectualmente anticuada. Tengo que aclarar que yo milité en la única oposición real al franquismo, el PC de entonces, aunque aquél estaba formado por universitarios instruidos en lecturas marxistas, no como la izquierda perroflaútica actual. Puedo entender que en los ochenta, los más retrasados persistieran en el error, a pesar de que ya circulaban autores como Popper, Hayek, de Jasay, Von Mises y Friedman, que habían pulverizado el marxismo, y después J. F. Revel, que demostró que la revolución no estaba en Cuba, sino en San Francisco. Pero en los noventa, cuando ya se disponía de amplia información de que aquello no era sino miseria, represión y muerte, no había excusas. En Cádiz sin embargo fue la etapa de la idealización de Cuba, de los viajes turísticos incomprensibles a una Habana devastada por la ruina (parecía Beirut), la época de los generosos regalos de la Junta al dictador, de los reportajes subvencionados donde se hablaba del parecido de La Habana y Cádiz… ¡también en cuanto a miseria! (un parecido falso, limitado a la arquitectura militar). ¡Cuantos viajes gratis, con el pretexto de la solidaridad –en realidad de la complicidad con el régimen- hicieron nuestros políticos, artistas, y periodistas orgánicos! Lo peor es que una mayoría de ellos volvían encantados, como si allí no pasara nada. Algunos incluso venían hablando de “los gusanos” de Miami. Recuerdo que, bajo seudónimo, un colaborador del periódico donde yo escribía, hoy escritor de la nomenclatura, me atacó por desmontar las mentiras del “bloqueo” y otras. Pero, qué se podía esperar, si desde los propios manuales escolares se hablaba de “la experiencia revolucionaria cubana”, o se definía a la dictadura como “una democracia directa con un régimen de partido único y un sistema de participación popular” (Bruño).