Esta semana descansamos de la degradada política española (yo no descarto aún, como hace la mayoría, un Frente Popular) y nos vamos a Málaga, convertida hoy en referente internacional de la pintura contemporánea, gracias a su frenética actividad museística de los últimos años. Como nuestra estancia es corta decidimos elegir dos museos, el obligado de Picasso, y uno pequeño y sustancioso, que es como nos gustan los museos, el Pompidou. Reconozco que a Picasso le tengo cierta manía. Aprecio, como no, su genio creador y su dominio de tantos estilos, y técnicas, pero él forma parte de una generación de grandes creadores, comunistas, entre los que se hallan Neruda o el propio Alberti, que usaron la propaganda política como forma de promoción personal. Lean si no a Trapiello. Ahí está El Guernica, encargado y pagado a precio de oro por el gobierno frentepopulista, gracias al cual se conoce y repudia un bombardeo que fue idéntico al que sufrió Cabra un año después, pero que nadie conoce. El Museo está situado en un bello palacio renacentista y es agradable de ver. El Pompidou se encuentra bajo la bella construcción de El Cubo, en el Muelle 1. Son sólo cinco salas, pero con contenido, sin ojana (magníficos Giacometti, Chagall o Magritte). Incluye la única obra que tenemos en Europa de Frida Kahlo. La experiencia resulta sugerente. Dejamos para otra ocasión el Thyssen y el Museo Ruso, del que un podemita nos informa del colorido de su pintura como forma de escape de las consignas soviéticas. ¿Y por qué él defiende el comunismo de chandal? Pero Málaga no se agota en los museos. Aleixandre la llamó “ciudad del paraíso”, quizás por su luz, porque aquí el azul es azul y el blanco es blanco, algo comprobable en el castillo de Gibralfaro, desde donde se contemplan los muelles, la plaza de toros de La Malagueta, las playas, y todo el alegre e inmenso conjunto urbano. El aperitivo lo tomamos en la imprescindible bodega El Pimpi, y para comer, nos trasladamos a El Palo, bordeando siempre la playa, donde tomamos un exquisito espeto a la orilla del mar. El Teatro Romano sobre el que asoma la Alcazaba, la Catedral, la calle Larios con sus edificios de la Escuela de Chicago, el Parque con sus plantas subtropicales, y el Puerto, completan una visita deliciosa.