Barcelona, novament

La semana pasada hice mi enésima escapada a Barcelona. Aunque desde los 70 lo hago con regularidad, lo que me hace ser testigo de su evolución, no dejo de emocionarme al reencontrarme con Canaletas. Lo primero que hoy sorprende es la cantidad de turismo que inunda toda la ciudad y no sólo La Rambla o el Barrio Gótico, como antiguamente. Montjuich, El Tibidabo, el parque Guell, el Paseo de Gracia, la ruta modernista, La Barceloneta, la Villa Olímpica, El Maremagnum, la Plaza España, etc., todo está lleno de turistas a cualquier hora. La ciudad sigue como siempre: muy organizada, limpia, y con un excelente y moderno transporte. Barcelona tiene de todo: un excelente casco antiguo mejorado, un Ensanche modernista inigualable, una playa recuperada, unas montañas que la rodean, y multitud de atracciones turísticas y culturales. La calidad de los servicios sin embargo ha bajado bastante, lo que incluye al mismísimo café de la Opera. Pasa en todas partes: mano de obra poco cualificada, mucha gente joven de la Logse e inmigrantes que a veces no conocen ni el idioma. El ambiente de crispación mediática que han propiciado los nacionalistas no se palpa por la calle, salvo en banderas o puestos independentistas, aparentemente minoritarios. Por el contrario cada vez se nota más que estamos en España: griterío en los bares, incluso en los más elitistas, la pillería de tener que pasar siempre por la tienda turística para salir de cualquier atracción incluida las más culturales, el desaliño generalizado, las malas formas, etc. El hotel donde nos alojamos está de obra. Después de cambiar ¡cuatro veces! de habitación, tras sufrir múltiples inconvenientes, hacemos venir al “manager” (según su propia terminología) que nos devuelve la mitad de la estancia. No dejamos de valorar el esfuerzo, teniendo en cuenta que es catalán y se trata de “la pela”. El puerto ha cambiado mucho aunque alrededor de la estatua de Colón siguen en pie edificios parecidos al que han tirado en nuestro muelle o al que quieren tirar. Todos se tapan unos a otros. Allí han modernizado la zona respetando la arquitectura del siglo XX. Y sin polémicas. De noche, ya en un decadente Paralelo, nos alegra encontrar de nuevo abierto El Molino.

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