La Semana Santa es un prodigio que se ha forjado con los siglos. Si ciertos anticlericales rancios la atacan cada año de forma velada (con la matraca de que ocupa el espacio urbano) es porque saben que tienen perdida la batalla de su inmensa popularidad. Pero, a pesar de los defectos inherentes a toda obra humana, ese mundo que los cristianos han levantado es digno del amor de Dios (si lo hubiera). La Semana Santa se defiende por sí misma, al margen de la riqueza material que procura (aunque también por ello). La Semana Santa ha ganado. Porque, qué haríamos si aceptáramos estas críticas, ¿Prohibir las cofradías? ¿Atemorizarlas para que no salgan como en la infumable República? ¿O reinaugurar directamente la checa de Fomento? Más cobardes son las burlas directas de algunos cristófobos, porque ellos saben que los cristianos no responden. Que se enteren de una vez. A muchos no creyentes no nos avergüenza la Semana Santa, sino que nos enorgullece tal patrimonio artístico, espiritual, y religioso. No tenemos que avergonzarnos de las tallas de los Cristos, ni de la genialidad del Barroco, ni de Hadyn, ni de Montañés, ni del sentimiento de la carga, ni de las bellísimas caras de las Vírgenes, ni de la fe de nuestra gente. ¿Y la emoción que se siente contemplando al Silencio por el Tinte? Algunos hablan de superstición. Estoy seguro de que si vieran sin prejuicios al Nazareno por Jabonería al menos se encontrarían con sentimientos hermosos que los harían ser mejores personas. Para supersticiones, algunas creencias revolucionarias, como la imposible “Reforma Agraria” o las ruinosas nacionalizaciones, que además de delirantes y liberticidas, han generado millones de muertos. Por no hablar del culto a los “angelitos” de Mao, Stalin, Castro, o Largo Caballero. Aunque estoy muy lejos del mundo cofrade, apuesto a que sus integrantes no van tras las pancartas de los “indignados”. Ellos están demasiado ocupados en derrochar su amor dignificando sus pasos y ayudando al prójimo. La fe revolucionaria, un sucedáneo o religión en negativo, ha ido desapareciendo en menos de dos siglos. La Iglesia y la Semana Santa llevan centurias dejando su espléndida huella. Brindo simbólicamente por ello.