Fue a su peluquería de siempre a pelarse. Estaba cerrada y con un cartel colgado en la puerta: “Se alquila”. ¿Qué haría a partir de ahora sin la persona que mejor lo había pelado durante años? Ya le había ocurrido antes: llevaba mucho tiempo con la misma peluquera, una chica resolutiva y simpática, que de repente desapareció sin que nadie diese cuenta de su paradero. Ahora volvía a pasar. Mira que había pensado veces pedirle el teléfono, para evitar sorpresas. Pero nunca terminaba de acordarse en el momento oportuno. Muchas veces, ante sus quejas laborales, la había incitado a abrir una peluquería. Ella era muy completa. Hacía la permanente, cobraba, organizaba a las chicas, y vendía los productos. Pero los beneficios iban para otros. “No quiero complicaciones”, le decía ella. Los siguientes días fueron de desconcierto. Su cabello gris seguía creciendo y recordó lo que tantas veces había oído de que el pelo largo a los hombres mayores los hacía parecer más viejos. Por fin, se dejó aconsejar por un amigo que, con su buena intención, lo mandó a un peluquero establecido en una calle extraña por donde no había pasado nunca. Ya durante la operación capilar se dio cuenta de que no iba a quedar bien. Peor fue cuando llegó a su casa y se miró al espejo. Durante los días siguientes todos le ponían cara rara. Sólo su novia, que siempre lo miraba con buenos ojos, dijo que “no estaba mal”. Pasado un tiempo se le encendió una lucecita. ¿No era su desaparecida peluquera familia de los que regentan una empresa cercana a su casa? Allí que se dirigió para dar con ella y pedirle que le siguiera pelando, aunque fuese en su domicilio. Pero, albricias, había montado una peluquería propia. Sus inquietudes habían acabado. A partir de todo esto, pensó: los empresarios no son una clase abstracta, perversa. Son como nosotros. Tienen los mismos miedos, no tienen nada asegurado y soportan un intervencionismo socialdemócrata desincentivador y ruinoso. Ella tiene el dinero contado, mucho coraje, y está arriesgando su patrimonio. Detrás de esa peluquería no hay una empresa, hay una persona como nosotros, con las fuerzas justas, que crea trabajo. Recuérdalo cuando suene la matraca sindical. Mucha suerte, Maite.