Actualizado Viernes, 5 mayo 2023 – 22:41

La definición que da el diccionario de la Academia de «sugestionar» es completa pero poco clara (sucede bastante con todos los diccionarios, pero se nota más en ese porque lo consultamos más): «1. Dicho de una persona: Inspirar a otra hipnotizada palabras o actos involuntarios; 2. Dominar la voluntad de alguien, llevándolo a otra en determinado sentido: y 3: Fascinar a alguien, provocar su admiración y entusiasmo». Todas ellas son acciones transitivas. La más frecuente, pronominal, la de «sugestionarse», en la que no interviene más que uno mismo, sólo está en segundo plano. «Mamá, me mareo», anuncia el niño, y su madre trata de tranquilizarle: «No te sugestiones, baja la ventanilla y mira hacia adelante». Raramente funciona, y el niño acaba poniendo perdida la tapicería y llenando el coche con el característico olor agrio del vómito.
El origen de ese sugestionarse es incierto. Tres ejemplos: uno histórico, otro reciente y otro eterno.
Una semana después de que se iniciase la Revolución rusa, el 13 de octubre de 1917, tuvo lugar la mayor revolución de que se tenga noticia en la Vía Láctea, el hecho conocido como «el milagro del Sol». Que ambos acontecimientos, revolución bolchevique y milagro, estaban relacionados no ofrece ninguna duda. La primera que habló precisamente de la conversión de Rusia fue la Virgen de Fátima, quien anunció para ese 13 de octubre un hecho sobrenatural: quienes se hallasen en el lugar en el que tres pastorcillos venían coloquiando con ella desde hacía un tiempo, verían girar el sol como un molinillo. Y así «sucedió» y lo vieron unas decenas de personas congregadas en Cova da Iria. Aunque el milagro duró ¡diez minutos! los asistentes no se pusieron luego de acuerdo, y unos aseguraron que el sol «danzó» y otros que «zigzagueó»; unos, que «giró» y otros, en fin, que destelló con colores brillantes, lisérgicos, como si dijéramos. La iglesia católica confirmó la veracidad de ese milagro en 1930, y en 1950 Eugenio Pacelli, a la sazón Papa con el nombre de Pío XII, tuvo la suerte de asistir a un pase privado del mismo prodigio retransmitido sobre los jardines vaticanos, y también él vio girar el sol, y nosotros haríamos mal en dudar de la sinceridad de sus confesiones y mareos.
Hace unos días Morante de la Puebla «toreó de ensueño», cortándole el rabo a un toro en la Maestranza de Sevilla. Aunque la faena puede verse retransmitida en youtube, solo los que la presenciaron en directo podrían dar fe cabal de ella. Pero lo interesante de este hecho lo encontramos en las crónicas. Aun antes de empezar «flotaba en el ambiente ese runrún característico de las grandes tardes de toros». En efecto, una corta y ya lejana experiencia como aficionado lego, le ha hecho comprobar a uno el cumplimiento: cuando el famoso runrún recorre los alrededores y tendidos de la plaza antes de empezar la lidia, casi siempre la cosa acaba en rabo (o en su defecto, orejas), a poco que el toro colabore. Y por supuesto que quienes han computado esa faena de Morante como «la mejor de la historia» tienen derecho a sus ensoñaciones.
Y vamos con el tercer ejemplo, la güija. ¿Quién no ha puesto alguna vez su dedo índice en un vaso bocabajo y lo ha seguido por un ruedo de letras, como a un toro suelto, en una habitación en penumbra? Hasta poetas tan finos como Yeats y Pessoa creyeron en los efluvios mesméricos que les ponían en contacto con los espíritus. «¡Se está moviendo solo!», suele exclamar quien imprime al vaso su movimiento de una manera imperceptible y sutil. Y por supuesto que el vaso acaba contactando con el espíritu deseado, por lo general el de una celebridad (de Napoleón para arriba).
Se vive hoy un momento de gran sugestión electoral. Pese a las encuestas en contra, el fantasma de una victoria de Sánchez recorre España. Dos muy buenos análisis de Antonio Elorza e Ignacio Varela confirman ese diagnóstico pesimista: pese al desastroso Gobierno de Sánchez, este lograría renovar sus mayorías indecentes, aunque pierda las elecciones. Hoy por hoy, lleva la iniciativa de la batalla electoral. Y esta sugestión está calando en el electorado con la fatalidad de las tragedias griegas. El vaso se desliza ciego e inexorable hacia las letras que componen el redondel del mantra: «Sánchez va a gobernar otros cuatro años». Elorza y Varela describen con hechos veraces ese runrún que se va apoderando de nuestras plazas, mientras Sánchez anuncia diferentes prodigios girantes, zigzagueantes, lisérgicos (cientos de miles de pisos, el edén de Doñana, repartos millonarios de subsidios). Se objetará que hay más dedos puestos en ese vaso. Sí, pero no parece que el de Feijóo haya podido de momento estorbar la conga del sol ni detener en seco los runrunes puestos en circulación desde el Vaticano monclovita.
Naturalmente nadie sabe qué sucederá en las próximas elecciones. Pero el resultado favorecerá a quien mueva el vaso con mayor astucia, al que convenza a más gente de que las cosas sucederán como se quiere que sucedan, a quien confirme las autosugestiones. Sin duda. ¿No hay entonces un resquicio para la racionalidad? ¿Nadie que encienda la luz de esa habitación, nadie que desbarate ese juego pueril? Quién sabe. Lo resumía bien la última viñeta de Daniel Gascón:
– Una de las dos España ha de helarte el corazón.
-¿Cómo que una? ¡Las dos!
Si no, estamos condenados al bucle: «Mamá, me mareo», etcétera.