España y Colombia deberían gestionar juntos un patrimonio que, aunque les pese a algunos, pertenece a toda la Hispanidad
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04 Mayo, 2023 – 00:01h
EN frac o en tanga, uno de los asuntos de los que posiblemente tratarán los presidentes de Colombia y España en las próximas horas será el contencioso abierto entre las dos naciones sobre la propiedad del pecio del galeón San José, hundido por corsarios ingleses en 1708, cerca de Cartagena de Indias. Es uno de esos temas peliculeros que tanto excitan las imaginaciones: cazatesoros, piedras y metales preciosos, arrebatos nacionalistas, piratas, combate naval… España y Colombia están protagonizando una pelea de gallos –de esas que tanto le gustaban al coronel que nadie le escribía– por disputarse la propiedad del pecio. Son muchos los argumentos jurídicos que manejan las dos partes, pero en el fondo del contencioso no se deja de observar una especie de eco del viejo enfrentamiento entre la metrópolis y los virreinatos de ultramar; algo que comenzó desde el inicio mismo del descubrimiento y conquista de América y que tuvo su desenlace fatal en el primer tercio del siglo XIX, con la independencia de la mayor parte de las actuales naciones americanas.
¿A quién pertenece el San José? Hoy por hoy a Poseidón y a los peces que durante siglos han acompañado a los 600 españoles que descansan en el fondo. Pero una vez se extraigan sus maravillas, entre ellas los numerosos cañones bronce fabricados en Sevilla en 1655, nuestra opinión es que su legítima propietaria no es España ni Colombia, sino una entidad mucho más amplia que desapareció políticamente hace siglos y que culturalmente está herida de muerte desde hace décadas: la Hispanidad. Probablemente, a Pedro Sánchez esta palabra le sonará a neoimperialismo franquista y a su invitado Gustavo Petro –que ha encontrado en el insulto a España y el desaliño indumentario un filón populista– algo mucho peor. Sin embargo, la Hispanidad, cuyo gran bardo fue Rubén Darío –un poeta nicaragüense, no se olvide–, sin caer en ninguna leyenda rosa, fue una de las civilizaciones más fascinantes de la historia de la humanidad, un auténtico experimento de mestizaje no sólo biológico, sino también musical, lingüístico, religioso, gastronómico, estético… Si aún hoy merece la pena seguir siendo español, es en parte por ser heredero de aquel viejo mundo.
Sería una buena noticia que todos los países de la agonizante Hispanidad fuesen, al menos, capaces de crear organismos para gestionar en común todo este patrimonio que, como el galeón San José, fue producto de aquel mundo cuya historia, no exenta de atrocidades y crueldades –como la de cualquier otra civilización–, no deja aún de maravillarnos. El San José podría unir más que separar.