Yolanda Díaz arranca. Luis Sánchez-Moliní

Yolanda Díaz arranca

Al contrario que sus odiadoras, ha sabido aprovechar el Gobierno para labrarse una imagen positiva

Yolanda Díaz, en la presentación de Sumar.
Yolanda Díaz, en la presentación de Sumar. / DS

04 Abril, 2023 – 00:01h

ES curioso cómo se gesta el lenguaje periodístico, siempre tan atento a la corrección política y a favorecer ciertas tendencias. Al menor endurecimiento de los discursos de la derecha aparecen los prefijos y los adjetivos marcadamente negativos. Pasó con ciertos sectores del PP (curiosamente los que se jugaron el tipo en el País Vasco), a los que se les llamó “derecha extrema” o “derecha sin civilizar”, y ha pasado con Vox, al que se le tacha con marcada intención de “ultraderecha”. Sin embargo, a la izquierda radical se le denomina con redundancia “izquierda de la izquierda”, un término propio de semianalfabetos. Qué es la “izquierda de la izquierda” sino un plus ultra político, una manera de marcar un más allá oceánico plagado de endriagos y sirenas como Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero o la riquísima y activa sección femenina de Belarra, Verstrynge, Montero, Colau, Díaz… No cabe duda de que la ultraizquierda, la que está más allá del meridiano de Ferraz, es un mundo femenino en el que habitan preferentemente diosas y hechiceras.

El pasado domingo asistimos al nacimiento del último proyecto de este plus ultra político, Sumar, liderado por Yolanda Díaz. La izquierda extremosa (¿o habría que decir, en pura lógica periodística, “izquierda sin civilizar” o “ultraizquierda”?) vuelve a tener un proyecto para España. Desde que comenzó la democracia han sido varios: el eurocomunismo de Carrillo, la vuelta a las esencias de Anguita, Pablo Iglesias (que pasó del dictum joseantoniano “ni derechas ni izquierdas” a alabar a Lenin y Batasuna) y, ahora, el de Yolanda Díaz, que vuelve a colocar al PCE –aunque con relativa elegancia capitalista– en el centro de la siniestra más autoconsciente.

Yolanda Díaz, al contrario de sus máximas odiadoras (principalmente Belarra y Montero), ha sabido aprovechar su presencia en el Gobierno para labrarse una imagen positiva de política que sabe conjugar la ética de la responsabilidad con la ética de las convicciones. Es cierto que abusa de la retórica pastel, pero a su público le gustan esas cosas de la “sororidad”, el genérico feminizado y la “matria”. Su mejor bagaje es que en el Ministerio de Trabajo ha realizado con eficacia una labor muy pegada a las líneas doctrinales clásicas de la izquierda. Mientras otras se dedicaban a proteger los derechos inalienables de la alondra común ella se ha centrado en una especie en extinción: el proletariado. Eso hará que sus posibles electores le perdonen su tendencia a ponerse de perfil cuando le incomodan los asuntos, su verbo de pellizquito o los relatos que la pintan como una política artera. A la izquierda caviar le place porque no prohibe vestir bien y comer en restaurantes caros. A la menguante izquierda heteropatriarcal del mono, porque sube la paga.

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